Publicado: diciembre 8, 2025, 9:00 pm
La escalera mecánica es uno de esos inventos que parece tan natural que casi olvidamos que alguien tuvo que imaginarla, diseñarla y, sobre todo, pelear por su paternidad. Y como en las mejores historias, la escalera mecánica tiene más de un padre y esos padres no siempre se llevaron bien. La batalla por quién inventó realmente la escalera mecánica es una comedia de errores, ego, patentes y sueños rotos. Todo empezó en 1859 cuando Nathan Ames, un abogado de patentes de Massachusetts, registró la primera ‘escalera mecánica’ del mundo. Pero aquí viene el detalle: su diseño nunca llegó a construirse. Ames murió antes de ver su sueño hecho realidad y su patente se quedó en el cajón, como un boceto olvidado en el baúl de la historia. Pasaron varias décadas y un joven ingeniero llamado Jesse Wilford Reno tuvo una idea brillante: una cinta inclinada con listones para subir a los visitantes de Coney Island, el famoso parque de atracciones de Nueva York. Reno patentó su «transportador o elevador sin fin». Corría el año 1892. Su máquina era más una cinta transportadora con tacos que una escalera como las que conocemos hoy en día, pero funcionaba. La gente la probaba como si fuera una atracción y Reno se convirtió en el rey del ascenso inclinado. Pero su diseño tenía un problema: los pasajeros corrían el riesgo de caerse porque los escalones eran lisos y no había sistema de seguridad en los extremos. Mientras Reno triunfaba en el parque de atracciones otro inventor, George A. Wheeler, patentó un diseño más parecido a la escalera mecánica moderna. Wheeler imaginó una serie de escalones planos que se movían en una cinta, como las que hoy vemos en centros comerciales. Pero, aunque su diseño era más funcional, nunca construyó un modelo real. Aquí es donde entra en escena Charles Seeberger, un ingeniero que compró las patentes de Wheeler y las mejoró. Seeberger se asoció con la Otis Elevator Company y juntos construyeron la primera escalera mecánica comercial, que se presentó en la Exposición Universal de París (1900). Seeberger fue tan creativo que incluso inventó el nombre ‘escalator’, mezclando ‘elevator’ y ‘scala’ (escalera en latín). Reno, el inventor del primer modelo operativo, se sintió traicionado. Para él, la escalera mecánica era suya, y Seeberger solo había copiado su idea y la había perfeccionado con la ayuda de Otis. Seeberger, por su parte, argumentaba que su diseño era completamente distinto y que, además, había sido el primero en hacer una escalera mecánica comercial y segura. La disputa entre Reno y Seeberger se prolongó durante años. Ambos se consideraban el verdadero padre de la escalera mecánica y cada uno tenía sus razones. Reno tenía la primera escalera operativa, pero Seeberger tenía la escalera comercial y el nombre. En 1910 Otis Elevator Company compró las patentes de Reno y Seeberger y fusionó sus conceptos en un diseño mejorado. La escalera mecánica moderna era ya una realidad y la batalla por la paternidad quedó en manos de los historiadores. Reno murió en 1947 sin haber recibido el reconocimiento que creía merecer, mientras que Seeberger se convirtió en el nombre más asociado a la escalera mecánica. La historia de la escalera mecánica es un ejemplo perfecto de cómo los grandes inventos rara vez tienen un solo padre. Son el resultado de ideas que se cruzan, de sueños que se construyen y de disputas que se resuelven con el tiempo. Nathan Ames, Jesse Reno, George Wheeler y Charles Seeberger son los padres de la escalera mecánica, y cada uno de ellos aportó algo esencial para que hoy podamos subir y bajar en centros comerciales, estaciones de metro y hoteles sin pensar en el ingenio que hay detrás.
