Publicado: diciembre 3, 2025, 11:30 pm
Además de rechazar el borrador de acuerdo presentado por el servil Steve Witkoff para poner fin a la guerra de Ucrania, el dictador ruso se ha despachado estos días a gusto contra Europa. La diatriba empezó con los descabellados argumentos de siempre, que culpan a los “belicistas” líderes europeos —lo que hay que oír— de que Ucrania no se haya rendido como si eso, y no la invasión de un Estado soberano, fuera un crimen contra la paz.
Después de las acusaciones llegaron las amenazas habituales: Rusia no quiere la guerra, pero está lista para ella y, si se le provoca, no dejará en nuestro continente nadie vivo con quien negociar la paz. ¿Civiles también? me pregunto yo, acostumbrado a la retórica del dictador, que asegura que sus tropas solo atacan objetivos militares. Pregunta retórica porque es en el Kremlin, y no en la caja cerrada de los libros de física, donde de verdad vive el gato de Schrödinger, ese que puede ser y no ser a la vez. Eso de “No atacamos civiles pero no dejaremos ninguno vivo” puede rechinar en otras latitudes, pero no en Moscú.
Casi todo lo que dice Putin es, además de contradictorio, predecible. Créame el lector: no firmará la paz sin una rendición incondicional de Ucrania… aunque delante de Trump, que excepto en su falta de valores éticos es todo lo contrario a él, prefiere culpar a otros del fracaso de los esfuerzos norteamericanos.
Es en el Kremlin, y no en la caja cerrada de los libros de física, donde de verdad vive el gato de Schrödinger
En raras ocasiones, sin embargo, al frío dictador se le calienta la boca y dice cosas que sorprenden al mundo, casi nunca para bien. Ese fue el caso de su famoso “donde ponga la bota un soldado ruso, eso es Rusia”, que explica mucho mejor sus intenciones que el manido mantra de “tenemos que resolver las causas profundas de la guerra” habitual en los comunicados del Kremlin… si es que ambas frases no son la misma cosa puesta del revés.
La amenaza de “no dejar a nadie vivo en Europa para negociar la paz” encaja en este mismo patrón de excepcionalidad. No parece el momento adecuado para una declaración así. Y no me refiero a la diplomacia, un arte que se va perdiendo, sino a la credibilidad. Hasta Putin debería darse cuenta de que su Ejército no impresiona demasiado a los observadores imparciales. Ha tardado casi dos años en apoderarse de Pokrovsk y hay setenta ciudades más grandes que esa solo en Ucrania.
Quizá por esa razón el dictador se ha apresurado a adelantar una explicación que nadie le había pedido: la guerra contra Europa sería diferente. ¿Por qué? Porque la invasión de Ucrania es una operación quirúrgica, algo que no se repetiría si tuviera que combatir en Polonia o en Alemania.
Concedámosle a Putin el beneficio de la duda: quirúrgico, en ruso, debe de querer decir otra cosa. En Occidente llamamos quirúrgico al ataque de los bombarderos de Trump a las instalaciones nucleares iraníes, aparentemente eficaz, sin daños colaterales y sin bajas propias. Los ataques rusos contra lo que llaman “el complejo militar industrial ucraniano” no son exactamente lo mismo. Matan mucha gente todos los días —a menudo podemos verlo en televisión— mientras Ucrania aumenta la producción de armamento, sobre todo drones de combate, y prevé empezar en breve a exportarlos a otros países.
En la llamada “operación especial” que ahora Putin declara quirúrgica hemos visto arrasado Mariúpol, Bajmut y, ahora, Pokrovsk. Los soldados rusos muertos en acción en Ucrania superan los 150.000 identificados con nombre y apellidos. En octubre de este año, el colectivo Oryx de observadores independientes disponía de pruebas gráficas de la destrucción de 4.211 carros de combate y 8.571 vehículos de combate de infantería del Ejército del dictador. El número de civiles ucranianos muertos desde el comienzo de la guerra supera los 16.000.
Además del ingenuo Steve Witkoff, todavía habrá en Europa quien, quien sabe con qué oscuros propósitos, finja creerle
A la vista de estas cifras, ¿es Vladimir Putin el peor cirujano del mundo? No, lo que pasa en Ucrania no tiene nada que ver con una operación especial, aunque a esa mistificación ya nos hayamos acostumbrado, y tampoco es una guerra quirúrgica. Dos mentiras más de un individuo que pretende que aceptemos su palabra como única garantía de que, si Ucrania se desarma y cede el territorio que hace cuatro años decía no desear, estará segura. Y, además del ingenuo Steve Witkoff, todavía habrá en Europa quien, quien sabe con qué oscuros propósitos, finja creerle.
