Publicado: noviembre 3, 2025, 9:00 am
El jueves pasado, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer los resultados del Producto Interno Bruto (PIB) correspondientes al tercer trimestre de 2025. La economía mexicana registró una contracción de 0.3% trimestral, una señal clara de desaceleración que se suma a una tendencia preocupante iniciada desde 2024.
La presidenta Claudia Sheinbaum atribuyó la caída de la economía en parte a la incertidumbre generada por las políticas arancelarias de Estados Unidos, particularmente orientadas hacia la industria automotriz, al enfrentar tarifas de hasta 25% sobre contenido no estadounidense y hasta 50% en acero y aluminio.
Sin embargo, desde inicios de 2024, el crecimiento ha sido errático. Aunque el país mostró cierta resiliencia tras la pandemia, los motores económicos comenzaron a perder fuerza. La inversión fija bruta cayó 6% interanual, reflejando la incertidumbre política y económica, así como los recortes en el gasto público. El consumo privado también mostró debilidad, con una caída del 0.13%, la primera desde 2020, lo que evidencia el deterioro del poder adquisitivo de los hogares.
Los sectores más afectados en este último trimestre fueron el sector secundario al retroceder 1.5%, golpeado por la baja demanda interna y externa y la falta de estímulos a la manufactura. También disminuyó la inversión pública significativamente afectando obras de infraestructura y proyectos estratégicos.
En contraste, los sectores menos débiles o con crecimiento marginal fueron el sector primario con un avance de 3.2%, impulsado por exportaciones y condiciones climáticas favorables y el sector terciario que mostró apenas un alza de 0.1%, sostenido por el turismo y algunos segmentos del comercio.
De cara al cierre de 2025 y el año 2026, las expectativas de crecimiento son modestas. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) proyecta un crecimiento real del PIB de apenas 0.4% para 2025, y no mucho más alentador para 2026.
Este pronóstico se fundamenta en la persistente inflación que limita el consumo, la falta de reformas estructurales que impulsen la productividad, la incertidumbre política ante el próximo ciclo electoral, la oportunidad aún no capitalizada del nearshoring, que podría ser un catalizador si se acompaña de condiciones adecuadas de inversión y seguridad jurídica.
México se encuentra en una encrucijada: entre el potencial que ofrece su posición geográfica y demográfica y los frenos estructurales que impiden un crecimiento sostenido. El tercer trimestre de 2025 no solo refleja una cifra, sino una advertencia: sin cambios profundos, el país podría seguir transitando una década de bajo crecimiento.
Aranceles cruzados
Este año, el presidente de Estados Unidos reactivó su política proteccionista con la amenaza de imponer aranceles a productos mexicanos, particularmente del sector automotriz, agrícola y de materiales de construcción. Aunque aún no se han concretado, estas advertencias ya han generado efectos tangibles en la economía mexicana, sembrando incertidumbre en sectores clave.
México, por su parte, no ha permanecido inmóvil. En respuesta, el gobierno ha aplicado aranceles a importaciones provenientes de países como China, India y Brasil, enfocándose en industrias como el acero, los textiles y los productos agrícolas. Si bien estas medidas buscan blindar a la industria nacional, también elevan el costo de insumos estratégicos y podrían detonar represalias comerciales.
El impacto económico se puede traducir en una reducción de las exportaciones hacia Estados Unidos, un aumento en los precios internos, derivado del encarecimiento de la producción, que eventualmente se trasladará al consumidor, en medio de un clima de incertidumbre que frena decisiones de inversión, particularmente en sectores como la manufactura avanzada y la electromovilidad.
En este contexto, el nearshoring -que se perfilaba como el gran catalizador del crecimiento postpandemia- corre el riesgo de estancarse. Las empresas que contemplaban relocalizar sus operaciones en México ahora enfrentan un entorno más volátil y costoso, lo que podría desincentivar su llegada.
La política arancelaria ha dejado de ser una herramienta meramente económica para convertirse en un instrumento de presión política. Mientras Estados Unidos busca blindar su industria, México se enfrenta al desafío de defender su soberanía comercial sin caer en una espiral proteccionista que termine por asfixiar su ya debilitado crecimiento.
El reto es claro: preservar la competitividad regional sin aislarse. La diplomacia económica será crucial en los próximos meses, porque si algo ha enseñado la historia reciente, es que en una guerra comercial, no hay ganadores.
			