Publicado: octubre 30, 2025, 12:00 am
López Obrador tomó muy malas decisiones durante su gobierno que hipotecarán al país muchas décadas. Las peores son aquellas asumidas por capricho autoritario o para beneficiar a sus más cercanos.
Esta semana miles de mexicanos enfrentaron en las carreteras las consecuencias de las malas decisiones de López Obrador en el sector agrícola.
La intención de generar clientelas políticas dependientes de las dádivas gubernamentales provocó que este régimen cancelara muchos programas productivos del campo, como el ingreso objetivo que se otorgaba mediante la agricultura por contrato, para dar paso a apoyos asistencialistas que fracasaron.
Pemex subsiste gracias a los rescates gubernamentales, y con grandes pérdidas, porque López Obrador abandonó las metas de rentabilidad para dar paso a su idea de autosuficiencia estatizada.
A pesar de los esfuerzos de santificación matutina, la historia ya comenzó a juzgar al expresidente López Obrador y son los enormes costos por pagar los que desvelan el fracaso de la autollamada Cuarta Transformación.
Pero dentro de todas las pifias lopezobradoristas, las peores son las que tienen que ver con sus incomprensibles caprichos, entre ellos, El Tren Maya, la Megafarmacia, la rifa del avión presidencial y aquel con el que se estrenó en el gobierno: la cancelación del Aeropuerto Internacional de Texcoco.
Con total acierto fue designado como el “error de octubre (del 2018)”, la cancelación del proyecto aeroportuario más importante de América Latina para dotar a México de un hub de talla internacional.
La razón del capricho se conoció muy rápido cuando López Obrador mostró los bocetos para su aeropuerto de su constructor favorito, José María Riobóo, marginado del proyecto de Texcoco.
Construir un aeropuerto regional, en lugar de un hub mundial, edificarlo muy lejos de la ubicación de sus clientes, no desarrollar la infraestructura de comunicación terrestre, cancelar un proyecto que avanzaba ya al 40%, todo eso fue un capricho autoritario de un hombre escondido detrás de su carisma político.
El resultado fue evidentemente un fracaso que costó, de acuerdo con el primer secretario de Hacienda del propio López Obrador, 460,000 millones de pesos.
Obligó a las líneas aéreas a trasladar operaciones al que llamó Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) y fue un costoso fracaso, entonces obligó a las empresas de carga a moverse hasta allá.
Hoy México sigue acumulando consecuencias negativas de aquellas torpezas. La reciente cancelación de rutas de aerolíneas mexicanas a Estados Unidos, por parte del Departamento de Transporte, es una factura directa relacionada con la crisis de seguridad aérea y el desorden generado por las medidas, como el decreto caprichoso que obligó a las empresas de carga a moverse al AIFA.
Y la lista no termina ahí: la estrategia de abrazos no balazos, la eliminación de los fideicomisos de ciencia y tecnología, la desaparición de poderes y autonomías, los mexicanos sin Seguro Popular. En fin, la crisis es estructural.
La Cuarta Transformación vendió la ilusión de que la voluntad política de un solo hombre resolvería los problemas nacionales. Hoy la narrativa choca con la realidad de un México que está lejos de una transformación positiva y que, por el contrario, carga con una hipoteca de problemas financieros y estructurales que trascenderán varios sexenios.
