Publicado: octubre 27, 2025, 2:30 am
¿Y si me lo pierdo? Rosalía colapso Callao jugando con las ganas de los ciudadanos de vivir en primera persona un acontecimiento. Todos grabando una pantalla gigante “por si”. Todos, después, hablando de la decepción de la expectativa imaginada por ellos mismos. Madrid es así: la ciudad donde es fácil sentir que todo pasa incluso cuando no pasa nada.
Objetivo logrado: fans y curiosos picaron el anzuelo que sembró Rosalía y se convirtieron en soporte publicitario del próximo lanzamiento de su nuevo disco, Lux. Ni siquiera se ha escuchado una canción y el álbum ya está en el centro de la conversación social gracias al arte de manejar las esperanzas ajenas.
Billy Wilder se adelantó a este tipo de técnicas de la viralidad y fue el primer autor de la sociedad de la imagen en lograr que el morbo de otros hiciera el trabajo por él. Durante la producción de La tentación vive arriba, insistió en rodar una escena de la película en una localización real de la ciudad de Nueva York. Exactamente, en el cruce entre Lexington Avenue y 52nd Street. No lo guardó en secreto. Al contrario, Wilder filtró el día y la hora exacta en la que en aquella esquina se iba a poder ver a Norma Jean en el esplendor de Marilyn Monroe: la una de la madrugada del 15 de septiembre de 1954.
Allí se plantaron más de 100 fotógrafos y unos 5000 curiosos con ganas de contemplar a Marilyn. Y allí apareció con un espectacular vestido blanco listo para volar cuando pisara sobre la rejilla de ventilación del metro, que continúa estando hoy en ese cruce de caminos de la Gran Manzana.
Monroe tuvo que repetir la escena 14 veces, mientras las cámaras de la prensa no paraban de tirar fotos y los hombres de los años cincuenta no podían aguantar los vítores de las excitaciones más primarias. Lo que desquició a su marido Joe Dimaggio. Al día siguiente, las maquilladoras de la película tuvieron que ocultar los moretones del cuerpo de una actriz que quiso olvidar una noche que el mundo recordaría para siempre.
Aunque el material rodado en aquella calle no sirvió para la película. El ruido de la gente y los flashes impidieron montar las tomas en el metraje final y hubo que calcar la escena a puerta cerrada en un decorado de los platós de Hollywood, donde se tuvo que repetir el diálogo de Marilyn con Tom Ewell unas 40 veces. La falda se levantaba de nuevo, pero no tanto como en Nueva York. Porque los productores querían una peli elegante, sin planos subidos de tono. Wilder lo sabía, claro. Su tozudez por rodar en exteriores consiguió que los fotógrafos hicieran espontáneamente el trabajo sucio por él: la imagen más reproducida del cine jamás estuvo en su película.
La poderosa estampa de Marilyn celebrando el gustirrinín del airecillo, que corría desde la rejilla del metro hasta aupar bien arriba su falda, fue captada por la prensa que asistió al rodaje público en las calles neoyorquinas. Rodaje que aparentemente no sirvió. Y sí, por supuesto que sirvió. Fue la semilla del marketing viral: la actriz concentrada en el guion de su interpretación cuando, en realidad, terminó siendo usada como señuelo erótico fuera del contexto de la historia de la propia película. Un señuelo que, al final, por la expresividad de Norma Jean que hizo crecer la belleza de Marilyn Monroe, se convirtió en una de las imágenes más carismáticas del siglo XX. Un símbolo universal. Y no solo del cine.
