Publicado: septiembre 30, 2025, 8:30 am
A falta de recibir una respuesta de Hamás, el plan que ha propuesto —casi impuesto— Donald Trump a Benjamin Netanyahu es el primero con peso para acabar con la guerra en Gaza. La idea no ha salido de la mente del presidente estadounidense, aunque sea él quien vaya a firmarlo, sino de un viejo conocido de la política internacional: Tony Blair . Lejos de ser un carísimo jarrón de museo para dar charlas, conceder entrevistas y escribir libros, el exprimer ministro británico ha sido un viento que ha empujado las velas de los vaivenes en Oriente Medio en las últimas dos décadas. La figura del exprimer ministro está considerada como una de las más disruptivas del último medio siglo. Carismático como pocos políticos ha habido en la historia británica, su llegada al número 10 de Downing Street en 1997 acabó con casi 20 años —18 exactamente— de conservadurismo marcado por el coloso Margaret Thatcher y su sucesor, John Major . Llegó como un soplo de aire fresco: joven, avanzado, casi un nuevo John F. Kennedy para el Reino Unido. Blair se hizo con el poder con la bandera de la ‘Tercera Vía’ para modernizar la izquierda británica. El laborismo dejó atrás sus dogmas tradicionales y abrazaba un pragmatismo centrado en el mercado, la inversión en servicios públicos y una renovada ambición internacional. En el ámbito doméstico, Blair impulsó profundas reformas en sanidad y educación, aumentó el gasto social y redujo el paro mientras intentaba mantener una disciplina fiscal y cultivaba una relación fluida con el mundo empresarial, muy desgastado especialmente después de los últimos años de Major. Su carisma y dominio de la comunicación transformaron el panorama político británico, consolidando un liderazgo casi omnipoderoso que le hizo competir en popularidad con la mismísima Reina Isabel . Su relación con Buckingham Palace vivió muchos altibajos. Su cercanía con la Princesa Diana , a la que tuvo que enterrar a los pocos meses de hacerse con el poder, le enfrentó a la Reina. También fue el primero en tantear a la población sobre la relevancia de la monarquía, realizar una auditoría sobre sus cuentas o limitar según qué gastos. Este tipo de decisiones también le costaron una buena cuota de popularidad conforme avanzó su doble mandato. Blair también impulsó el proceso de paz en Irlanda del Norte , clave para el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 , considerado uno de los mayores logros de su mandato y del que siempre ha presumido. Además, promovió reformas constitucionales como la descentralización en Escocia y Gales. En política exterior, su papel fue decisivo… y mucho más discutido. Uno de sus pilares fundamentales fue volver a hacer del Reino Unido un actor global relevante. Aunque fue un declarado europeísta y apostó por la integración en la UE, también mantuvo al país fuera del euro. Fue uno de los principales impulsores de la entrada de la OTAN en Kosovo y lideró —o lo intentó— las operaciones para el derrocamiento de los talibanes en Afganistán. Pero si por algo se recuerda su política internacional fue su alianza con George W. Bush en la invasión de Irak en 2003. La foto de las Azores al lado del presidente estadounidense, el presidente español José María Aznar y con Jose Manuel Durao Barroso —primer ministro portugués y anfitrió de aquel encuentro— definió y ensombreció en buena medida su legado. La guerra, justificada por unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron, provocó protestas masivas y erosionó su credibilidad. Fue aquí donde comenzó su caída en desgracia . Aquella popularidad arrolladora de finales de los 90 se desplomó en sus últimos años, minada por el desgaste de Irak y el creciente desencanto con su estilo de gobierno. En 2007, tras una década en el poder, dimitió. Dejó un país mucho más moderno de lo que lo encontró —fue uno de los principales promotores de la candidatura olímpica de 2012— y mucho más abierto de lo que se lo encontró, pero con una herida social sobre su papel en el mundo que aún hoy no ha cicatrizado. Si este es el lado más conocido, y para muchos ha acabado desapareciendo de los titulares, entre bambalinas no ha dejado de moverse. Convertido al catolicismo —su esposa Cherie ya lo era, lo que dio mucho juego a los tabloides durante su mandato— en 2007, nada más dejar el cargo, fundó el Tony Blair Institute for Global Change , una organización que asesora a gobiernos y líderes en procesos de modernización, gobernanza y lucha contra el extremismo ideológico y en favor del diálogo interreligioso. A través de esta institución, ha trabajado en proyectos en África, Oriente Próximo y Asia, con especial énfasis en Gaza. No es casual que, con todo este pasado y ‘expertise’, fuera nombrado enviado especial del llamado Cuarteto (EE.UU., la UE, Rusia y la ONU) para Oriente Próximo, con el objetivo de fomentar la ‘solución de los dos Estados’ entre Israel y Palestina. Es de todo este trabajo del que ha nacido el plan que, ahora en manos de Hamás, debe poner fin al conflicto que desde hace casi 100 años arrastra el territorio.