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La draisiana alemana, el velocípedo francés y la seguridad británica: la gran disputa por quién creó la bicicleta

Publicado: septiembre 22, 2025, 11:00 pm

La historia de la invención de la bicicleta no es un relato lineal ni simple. Es, más bien, una trama llena de disputas nacionales, egos de inventores, olvidos interesados y hasta leyendas urbanas que todavía generan debate. A lo largo de los siglos XIX y XX, distintos países han reclamado ser «la cuna» de este invento que transformó la movilidad y la vida cotidiana. Antes de que apareciera un aparato con dos ruedas al que reconozcamos como bicicleta, existía una necesidad social y cultural: desplazarse con rapidez sin depender de los caballos. Desde finales del siglo XVIII Europa vivía la revolución industrial, las grandes ciudades crecían, el tiempo libre entre las clases medias se expandía y había un enorme interés por inventos que facilitaran la movilidad. En ese caldo de cultivo nacieron múltiples máquinas que buscaban imitar al caballo, al punto que algunos de los primeros prototipos de bicicleta fueron denominados «caballos de juguete» o «caballitos de madera». Era el sueño de una sociedad moderna: moverse con la libertad y la velocidad de un animal, pero sin tener que mantenerlo ni alimentarlo. El primer nombre que aparece en esta saga es el del barón alemán Karl von Drais, un excéntrico noble de Baden. En 1817 presentó lo que llamó «máquina de correr», conocida después como draisiana. Consistía en un armazón de madera montado sobre dos ruedas alineadas, con un manillar que permitía girar la rueda delantera. No tenía pedales: el usuario avanzaba impulsándose con los pies contra el suelo, como un niño con una bicicleta de aprendizaje hoy en día. La draisiana causó sensación en muchos lugares de Europa. Hubo exhibiciones en París y Mannheim, y se llegó a considerar una alternativa ingeniosa para el transporte urbano. Sin embargo, era incómoda en los caminos empedrados, peligrosa en bajadas y, para algunos, ridícula en su aspecto. Peor aún, los gobiernos la miraban de reojo y con desconfianza: en varias ciudades se prohibió circular con estos artefactos porque se consideraban un estorbo público. Francia suele adjudicarse el mérito de haber creado la primera bicicleta con pedales gracias al trabajo de Pierre Michaux y su hijo Ernest, unos mecánicos parisinos que fabricaban coches de caballos. Hacia 1861 comenzaron a ofrecer un modelo de draisiana al que añadieron pedales en el eje de la rueda delantera. El resultado fue un aparato al que llamaron velocípedo, que se popularizó entre los jóvenes y acaudalados de París. Se tiene noticia de que en la Exposición Universal de París (1867) se mostraron varias de estas máquinas y que, incluso, Napoleón III las probó con cierto entusiasmo. Sin embargo, hay quienes aseguran que el primero en colocar pedales a la draisiana fue un herrero escocés llamado Kirkpatrick MacMillan, en la década de 1830. Según este relato, MacMillan diseñó un sistema de varillas que movían la rueda trasera a través de un mecanismo primitivo, anticipando de alguna manera la transmisión a los pedales. Más allá de quién ideó primero los pedales, lo que está claro es que la década de 1860 fue la gran explosión. El «velocípedo Michaux» se expandió por Europa y Estados Unidos y, con enorme celeridad, surgieron fabricantes que industrializaron el modelo y lo popularizaron entre estudiantes, aristócratas y nuevas clases medias. Era, sin embargo, un invento con limitaciones: los pedales en la rueda delantera obligaban a hacerla grande para ganar velocidad, lo que dio origen a los famosos «penny-farthings» o bicicletas de rueda gigantes, que alcanzaron fama en Inglaterra a partir de 1870. El modelo de rueda gigante se convirtió en un símbolo victoriano. Era elegante, pero al mismo tiempo, peligroso, ya que una caída desde semejante altura podía ser fatal. Por ese motivo algunos inventores ingleses, entre los que se encontraba James Starley, introdujeron mejoras -ruedas de radios metálicos, llantas livianas, horquillas más resistentes- que llevaron al velocípedo a un nivel superior. En Inglaterra muchas publicaciones de la época comenzaron a hablar de la bicicleta como un «invento británico», lo cual enfurecía a franceses y alemanes. Era la típica mezcla de orgullo nacionalista y propaganda industrial que caracterizaba al siglo XIX: cada país buscaba ser cuna de inventos revolucionarios. El debate puede calentarse, pero hay un punto de consenso entre los historiadores: la bicicleta tal como la conocemos hoy, con pedales que mueven la rueda trasera mediante una cadena, apareció en la década de 1880. Esa transformación la protagonizaron inventores británicos, en especial John Kemp Starley, sobrino de James Starley. Su modelo de 1885 -el bautizado como «Rover»- abandonaba la rueda gigante y ofrecía un diseño casi idéntico al actual: dos ruedas de tamaño similar, pedales conectados a la trasera por una cadena, estabilidad y manejo seguro. Ese invento fue tan decisivo que a partir de ese momento se popularizó el término «bicicleta de seguridad», en oposición a los peligrosos modelos de rueda alta. Los avances técnicos posteriores fueron complementarios: neumáticos con cámara de aire, frenos más efectivos y cuadros de acero cada vez más livianos. Pero, como diría Kipling, eso ya es otra historia.

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