Publicado: septiembre 18, 2025, 10:00 pm
La izquierda en América Latina en general, y en Estados Unidos en particular, actúa como si fuera —por alguna razón— la única dueña legítima de la superioridad moral. Se presenta como generosa, inclusiva y virtuosa, mientras señala a todo aquel que disiente como un potencial fascista. Olvida convenientemente que tanto el fascismo como su primo ideológico, el nacionalsocialismo, fueron movimientos totalitarios con fuertes raíces en el socialismo autoritario.
Charlie Kirk fue asesinado por sus ideas liberales: por oponerse a la ideología woke, por apoyar a Donald Trump, y por defender la libertad de expresión —libertad que hoy es sistemáticamente atacada por la izquierda norteamericana. Esa misma izquierda que acusa a sus adversarios de ser “fascistas” o “nazis”, legitimando así la violencia como forma de silenciar al disidente.
Conviene recordar quiénes son realmente los demócratas estadounidenses, de dónde vienen, y qué crímenes políticos han cometido a lo largo de su historia. Hoy intentan hacernos olvidar sus orígenes racistas y segregacionistas.
Fueron los demócratas quienes, en 1865, fundaron y financiaron el Ku Klux Klan en Pulaski, Tennessee, con el objetivo explícito de intimidar, violentar y asesinar a afroamericanos y republicanos que defendían los derechos de los esclavos liberados.
Nos quieren hacer olvidar a los Redeemers, esa coalición política blanca del sur —ligada al Partido Demócrata— que buscaba “redimir” al sur restaurando la supremacía blanca y bloqueando cualquier integración racial o avance en los derechos civiles de los afroamericanos.
En varios estados, el Partido Demócrata sureño usó abiertamente símbolos y lemas de supremacía blanca. Ejemplo: en Alabama, durante décadas, las boletas electorales demócratas incluían el símbolo del gallo acompañado de la frase “White Supremacy”.
En convenciones nacionales y estructuras políticas estatales, el KKK tuvo influencia directa dentro del Partido Demócrata hasta bien entrados los años 1990, y en algunos casos incluso más tarde. A pesar de que el partido intentó realinearse ideológicamente bajo Kennedy y Johnson, el fundamento racista del mismo persistió durante décadas.
Las leyes que pusieron fin al apartheid estadounidense —como la Civil Rights Act de 1964 y el Voting Rights Act de 1965— solo pudieron ser aprobadas gracias al voto masivo de los republicanos, no de los demócratas. En 1964, el 80% de los congresistas republicanos votó a favor, contra apenas el 64% de los demócratas. En 1965, el 85% de los republicanos apoyó la ley, frente al 77% de los demócratas.
Sin el respaldo republicano, esas leyes no habrían sido aprobadas.
No olvidemos que Robert Carlyle Byrd, jefe de la bancada demócrata en el Senado hasta 1987, fue miembro activo del Ku Klux Klan.
La violencia inspirada, excusada o avalada por sectores de la izquierda estadounidense no es nueva, y continúa vigente, como lo demuestra el reciente asesinato de Charlie Kirk.
Otros ejemplos históricos lo confirman:
- El asesinato del presidente Abraham Lincoln, impulsor de la abolición de la esclavitud, cometido por John Wilkes Booth, simpatizante del ala pro-esclavista del Partido Demócrata.
- El asesinato del congresista republicano James Hinds en 1868, por un miembro del KKK afiliado al Partido Demócrata.
- Las masacres de afroamericanos a manos de demócratas: Eutaw Massacre (Alabama, 1870) y Colfax Massacre (Luisiana, 1873).
Más recientemente, hemos visto:
- La violencia antisemita avalada implícitamente por el Partido Demócrata, con su apoyo ambiguo al grupo terrorista Hamas.
- El asesinato de Aaron Danielson en 2020, por un activista de izquierda en Portland.
- El asesinato de la familia Goldmark, víctimas de fanáticos ideologizados.
- Los intentos de asesinato contra Donald Trump.
- El hostigamiento sistemático a políticos republicanos.
- Yahora, el asesinato de Charlie Kirk.
Todo ello demuestra que la izquierda radical ya no busca derrotar ideas con ideas, sino silenciar con balas a quien piensa distinto.
Charlie Kirk —el Martin Luther King blanco— se convirtió en mártir de la libertad de expresión y víctima directa del odio ideológico de la izquierda. Su asesinato exhibe el rostro intolerante y violento del progresismo contemporáneo.
Recordemos los tiranos más sangrientos de la historia moderna han sido abrumadoramente de izquierda:
- Mao Zedong: hasta 70 millones de muertos.
- Stalin: al menos 40 millones.
- Ho Chi Minh: más de 2 millones.
- Pol Pot: 1.5 millones.
- Adolf Hitler, ideólogo del socialismo nacionalista (nacionalsocialismo): más de 17 millones de civiles asesinados.
- Fidel Castro y su teniente argentino Ernesto «Che» Guevara: hasta 100,000 muertes por represión, ejecuciones y hambrunas.
- Los bolivarianos en Venezuela: persecución, miseria y exilio forzado de millones.
El politólogo R.J. Rummel estimó que los regímenes de izquierda provocaron entre 110 y 150 millones de muertos en el siglo XX.
Es hora de dejar atrás el romanticismo ingenuo de la izquierda, y de reconocer la realidad:
La historia de las izquierdas, del socialismo y del comunismo no está escrita con tinta, sino con sangre, racismo, antisemitismo, intolerancia y represión.
Quien calla esta verdad, contribuye a que se repita.