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Trump, Putin y ‘el nuevo orden’

Publicado: septiembre 1, 2025, 7:30 pm

Es un tópico en el que coinciden conservadores pesimistas y populistas eufóricos: el entendimiento de Trump con Putin, que conlleva el sacrificio de Ucrania, supone la abolición del principio de integridad territorial de las naciones, del derecho internacional y en definitiva del orden liberal que nos dimos tras la Segunda Guerra Mundial para ser reemplazado por un ‘nuevo orden’ basado en la fuerza como fuente de derecho, en los amaños de las grandes potencias y en su reparto arbitrario de las zonas de influencia.

Hay quienes incluso hablan pomposamente de ‘un cambio de paradigma en la legalidad global’ concediendo retóricamente una carta de legitimidad a la barbarie. Y es que la ley de la selva no es un ‘nuevo paradigma’ sino lo anterior a todos los modelos de ordenación del mundo. No es un ‘nuevo orden’ sino el desorden que al orden le precedió.

A menudo los mismos que cometen esos deslices léxicos y conceptuales invocan, como ejemplo ilustrativo y homologable a la solución trumpiana de Ucrania, la cesión que hizo Europa de los Sudetes a la Alemania nazi y que no condujo a la paz sino a la Segunda Guerra Mundial. La comparación es pertinente, pero lo es en todos los sentidos: a nadie se le ocurre denominar ‘cambio de paradigma’ ni ‘nuevo orden’ al Pacto de Múnich ni a su voladura, a la que procedió Hitler medio año después invadiendo toda Checoslovaquia. A lo que hizo Hitler se le llama simple y llanamente la ley de la fuerza, como a lo que hizo Stalin cuando se anexionó para la URSS los países de la llamada Europa del Este.

Sí. Se está hoy repitiendo hasta la saciedad que el entendimiento de Trump con Putin sobre el destino ruso de Ucrania dinamita el orden mundial fijado en 1945, pero en realidad estaríamos más bien ante un regreso literal a aquel mismo orden. Y es que, si, por un lado, el año de la derrota alemana fue ciertamente el de la firma de la Carta de las Naciones Unidas en San Francisco, por otro lado, también aquel año fue el de su voladura de hecho en el propio continente europeo, que cedía una nada despreciable parte de su territorio a la Unión Soviética como botín de guerra o, dicho eufemísticamente, como pago por los servicios prestados.

En efecto, la Carta de las Naciones Unidas que en estos días se está invocando, establecía los sagrados principios de la igualdad soberana de los Estados, así como la prohibición de la utilización de la fuerza en las relaciones internacionales. Pero se quedó de facto en una suculenta hamburguesa que Stalin se zampó entre el pan y pan de la Conferencia de Yalta y la de Postdam, que fijaron las reglas de la Guerra Fría. Es así cómo no podemos decir que Trump y Putin estén saltándose el orden mundial de 1945 sino en todo caso ese otro orden mucho más tardío y posterior a la caída del Muro de Berlín en 1989, que logró fijarse de acuerdo con aquellos principios hasta entonces inestrenados entre la Carta de París de 1990, la disolución de la URSS en 1991 y el Memorándum de Budapest de 1994.

No. Por más que se le quiera dar un empaque teórico a la ley del más fuerte y llamar ‘multipolaridad’ al burdo reparto del mapamundi o ‘estados-civilizaciones’ a unas malas réplicas de los viejos imperios, ante lo que estamos es ante un paréntesis anacrónico en la Historia, un regreso a lo peor del pasado, la iniquidad de toda la vida y la negación de la Civilización.

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