Publicado: agosto 16, 2025, 10:00 am

Cuando la ciudad baja el volumen, es posible distinguir una figura peluda moviéndose entre ramas, jardines o cerca de los basureros. Para algunos es una rata, para otros una criatura desagradable. Pocos saben que se trata de una zarigüeya o rabipelado, un animal que no solo es inofensivo, sino vital para el equilibrio de la ciudad.
Por Thaymar Velásquez | Últimas Noticias
Aunque muchos la ven como una intrusa, la verdad, es que esta especie es tan venezolana como el turpial o el araguaney. Es el único marsupial del país, y uno de los pocos en América y lo más irónico es que, mientras muchos la rechazan, ella trabaja en silencio para mantener a raya las plagas, limpiar residuos orgánicos y conservar el entorno urbano más sano de lo que parece.
Primero lo básico: las zarigüeyas comunes (Didelphis marsupialis) y sus parientes andinas (Didelphis pernigra) no son roedores. Tampoco son alimañas. Son marsupiales, lo que las emparenta con animales tan distintos como los koalas y canguros. Las madres llevan a sus crías en una especie de bolsita abdominal, el marsupio, una rareza biológica en nuestro continente y una joya evolutiva.
No llegaron por capricho. Llegaron porque no les quedó otra opción. La tala de bosques, incendios, el avance de la urbanización, el uso indiscriminado de pesticidas y la pérdida de su hábitat natural han empujado a muchas especies a refugiarse donde pueden. Caracas, con sus jardines, árboles frutales y basura, les ofrece una alternativa.
En zonas como El Hatillo, La Trinidad, San Bernardino o Montalbán, es común verlas rondando de noche, husmeando en busca de algo comestible. No es que invadieron la ciudad: es que la ciudad se les vino encima.

La dieta del rabopelado es un catálogo de «cosas que uno preferiría no tener en casa». Cucarachas, escarabajos, larvas, caracoles, frutas fermentadas, basura orgánica, ratoncitos, un poco variada la dieta. Si lo pensamos bien, son algo así como el servicio de limpieza que nadie contrató pero que igual hace el trabajo. También dispersan semillas y limpian restos de comida que, si se acumularan, atraerían moscas y enfermedades.
La mayoría de las veces, cuando una zarigüeya es lastimada, envenenada o muerta, no es por maldad sino por desconocimiento. Hay quienes las ven y reaccionan con miedo, creyendo que son peligrosas. Pero no lo son. Si se sienten en peligro, no atacan. No muerden. Solo se quedan inmóviles, gruñen un poco, o se hacen las muertas. Literalmente. Es una táctica de supervivencia que llevan en su código genético.
Si ves una, lo mejor es dejarlas en paz. No interfieras si no hay peligro. Si está herida o es una cría huérfana, puedes contactar a fundaciones ambientales o veterinarios especialistas en fauna silvestre y organizaciones ambientales. Hay grupos de rescate que por su experiencia, pueden darte luces de lo primero que debes observar antes de actuar.
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