Publicado: abril 9, 2025, 12:30 am
Felipe González, hombre poco dado a los exabruptos y a los epítetos injuriosos, se ha despachado a gusto con Donald Trump. Ha tenido su gracia el lance. Perdida la paciencia, le ha llamado muchas cosas. Ha dicho que es un hombre que «no sabe que no sabe», lo cual coloca al anaranjado presidente en los antípodas de Sócrates, quien afirmaba que por lo menos sabía que no sabía nada. Le ha motejado de «matón de colegio», lo cual tampoco es precisamente el descubrimiento del Mediterráneo porque eso es lo que Trump lleva siendo desde que su padre dejó de darle de guantazos y lo metió en una academia militar, de la que salió convertido en un rottweiler.
Pero González ha dedicado al arancelario presidente norteamericano un adjetivo muy interesante. Le ha llamado imbécil. Detengámonos un momento en esto porque el término va mucho más allá del mero insulto, que es como solemos usarlo todos. Los psicólogos definen la imbecilidad como una «forma de insuficiencia mental, menos grave que la idiocia, pero que impide vivir de un modo autónomo». Bien. No es que nos saque de demasiadas dudas, salvo por la aclaración de que, médicamente, ser imbécil es menos grave que ser idiota.
Pero la etimología sí ilumina bastante la rabotada gonzalesca. Imbécil viene del latín imbecillis, que era el término con que los romanos definían (hay que suponer que con cierta ironía) a quien no usaba bastón. O mejor dicho báculo, que no es lo mismo. El báculo de algunos ancianos (no de todos) era signo de prestigio, de sabiduría, de auctoritas, que tampoco es lo mismo que poder. Quien no llevaba báculo, es decir, el imbecillis, no tenía nada de todo eso. Aún más: solían llamar imbecilla aetas (edad débil, edad imbécil) a la época de la primera adolescencia, cuando los chavales parecen atontarse por el efecto de las hormonas y cometen incontables necedades.
No hay que ser ningún lince para asociar aquella imbecillitas romana con la inmadurez, con una edad mental muy inferior a la biológica, con la fatuidad típica de una mente infantiloide metida en un cuerpo al que comúnmente atribuimos el buen juicio que da la experiencia.
La última vez que el mundo cayó en manos de una imbecillitas arancelaria y matonesca como la de Trump fue hace 100 años. Inmediatamente sobrevino la catástrofe económica más grave que se recuerda desde la peste negra del siglo XIV. Aquello calentó las ideologías totalitarias (fascismo, comunismo) que arrastraron a la especie humana a la locura más brutal que ha cometido en 10.000 años (el holocausto) y a una guerra planetaria que sembró la tierra con 100 millones de cadáveres.
Quiero decir que ya hemos visto esto antes. Hagamos lo posible para que la historia no nos recuerde a nosotros como los imbéciles que no hicieron nada para pararlo.