Publicado: febrero 21, 2025, 3:00 am
En los últimos nueve años, la visión del déficit comercial como un problema ha sido una bandera política central del Partido Republicano en Estados Unidos. Desde la campaña presidencial de 2016, el déficit ha sido presentado como prueba de acuerdos comerciales fallidos y de una economía que ha cedido demasiado terreno a sus socios. Sin embargo, esta narrativa ignora varias lecciones de la teoría moderna del comercio internacional, pero, más aún, ignora el hecho de que no todos los déficits comerciales son iguales.
El déficit comercial de Estados Unidos con México no responde a una relación de dependencia ni a una competencia desleal. Es, en realidad, el reflejo de una integración económica exitosa que ha fortalecido las economías de ambos países. A diferencia de otros déficits, donde el dinero simplemente fluye hacia fuera sin retorno, el comercio con México sostiene fábricas, empleos y exportaciones dentro de Estados Unidos.
Algunas estimaciones de economistas señalan que hasta el 40% del valor de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos proviene de insumos estadounidenses, lo que significa que, cuando EU compra productos mexicanos, en buena medida se está comprando a sí mismo. Por cada dólar que México exporta, una parte significativa ya fue producida por trabajadores y empresas estadounidenses. En sectores como el automotriz, la relación es aún más estrecha, ya que las autopartes cruzan la frontera varias veces antes de convertirse en un vehículo terminado, reflejando una interdependencia productiva que no existe con otros socios comerciales. Si bien el comercio con México genera un déficit comercial para Estados Unidos, este es un déficit estructural y equilibrado. Por cada dólar que EE. UU. importa de México, exporta de vuelta 66 centavos en bienes y servicios, un contraste marcado con otros países, donde el déficit es prácticamente unidireccional, pues carece de una integración productiva profunda.
Las propuestas de imponer aranceles o restricciones a México bajo la lógica de reducir el déficit ignoran esta realidad. Encarecer las importaciones desde México no haría que esas compras desaparecieran, sino que simplemente las haría más costosas para los consumidores y menos eficientes para las empresas estadounidenses. Más del 70% de lo que Estados Unidos importa de México son insumos intermedios, es decir, piezas y materiales que su industria necesita para operar. Subir aranceles a estos productos no reduciría el déficit, pero sí reduciría la competitividad de las manufacturas estadounidenses y generaría presiones inflacionarias. Estados Unidos podría tratar de producir vehículos dentro de sus fronteras, destruyendo la integración económica entre ambos países, pero la única forma en que puede hacerlo es elevando los costos de producción de tal forma que perdería cualquier oportunidad de competir en el mercado global.
Estados Unidos ha demostrado en el pasado su capacidad para tomar medidas comerciales drásticas cuando lo considera necesario. Pero, en este caso, aplicar soluciones equivocadas solo haría más costoso lo que ya funciona bien. En lugar de erosionar una integración productiva que ha dado frutos, el camino correcto es fortalecer el acuerdo que la sustenta. Si la versión más radical del proteccionismo moderno termina por imponerse, Estados Unidos no solo afectaría su propia competitividad, sino que abandonaría su liderazgo económico, dejando el camino libre para que potencias emergentes ocupen su lugar. En términos estratégicos, sería el equivalente a renunciar a seguir compitiendo en la economía global.
México afronta este debate con confianza en la relación comercial que ha construido con Estados Unidos a lo largo de décadas. La integración económica no es una casualidad ni una concesión, sino el resultado de un proceso en el que ambos países han encontrado formas de hacer sus industrias más fuertes al trabajar juntos. Para México, la prioridad no es solo defender el comercio actual, sino también buscar formas de profundizarlo y modernizarlo, adaptándolo a los desafíos de una economía global cada vez más compleja. En ese sentido, la relación comercial con Estados Unidos no debe verse como una batalla de suma cero, sino como una oportunidad de fortalecer Norteamérica como un bloque competitivo frente a un entorno internacional en constante cambio. Es con esa visión que México se sienta a la mesa de negociación, apostando por la certeza, el crecimiento compartido y el fortalecimiento de una relación que, lejos de ser un problema, es una de las mayores ventajas económicas para ambos países.
El T-MEC no es perfecto. Como cualquier acuerdo comercial, tiene espacios de mejora y algunos sectores aún deben hacer ajustes para cumplir con sus reglas. Pero intentar corregir un déficit que, a diferencia de otros, genera valor para ambas economías sería un error estratégico. En este caso, más que un problema, el déficit comercial con México es una prueba de éxito.