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Algunos peces del Mediterráneo son capaces de distinguir a las personas

Publicado: febrero 18, 2025, 9:55 pm

Cuando los científicos de la estación de investigación Stareso en la costa de Córcega se sumergían para estudiar a los peces, estos les seguían y les robaban la comida que tenían preparada como recompensa tras los experimentos. Pero sucedía algo más sorprendente: los peces solo iban detrás de los buzos que habían llevado comida anteriormente. A los demás, los ignoraban. ¿Los reconocían? Un equipo del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal (MPI-AB) en Alemania cree que sí. Existen pocas pruebas científicas que demuestren que los peces pueden reconocer a los humanos. Una especie criada en cautividad, el pez arquero, fue capaz de reconocer imágenes de rostros humanos generadas por computadora en experimentos de laboratorio. «Pero nadie se ha preguntado nunca si los peces salvajes tienen la capacidad, o incluso la motivación, para reconocernos cuando entramos en su mundo submarino», dice Maëlan Tomasek, del MPI-AB y coautor del estudio que publica este miércoles la revista ‘Biology Letters’. El equipo llevó a cabo el estudio a ocho metros bajo el agua en Stareso, en aguas abiertas. Los peces participaron en las pruebas como «voluntarios que podían ir y venir cuando quisieran», explica Katinka Soller, coautora principal del estudio. Vestida con un chaleco rojo brillante, Soller comenzó tratando de atraer la atención de los peces, a los que alimentaba mientras nadaba una distancia de 50 metros. Con el tiempo, eliminó las señales llamativas hasta que usó un equipo de buceo sencillo, mantuvo la comida oculta y alimentó a los peces solo después de que la hubieran seguido los 50 metros completos. Entre las decenas de especies de peces que habitan en la estación marina, dos especies, la oblada y la chopa, se interesaron por los buzos. Las chopas son más conocidas por ser una delicia al horno, pero sorprendieron a los científicos «por su curiosidad y su deseo de interactuar con nosotros«, asegura Soller a este periódico. «Una vez que entré al agua, fue cuestión de segundos antes de que los viera nadar hacia mí, aparentemente saliendo de la nada», dice la investigadora. Los mismos peces aparecían día tras día para unirse a las lecciones. Soller incluso les puso nombres: «Estaba ‘Bernie’ con dos escamas plateadas brillantes en la espalda y ‘Alfie’ que tenía un mordisco en la aleta caudal», dice. Después de doce días de entrenamiento, aproximadamente 20 peces seguían a Soller y ella podía reconocer a varios de ellos por sus rasgos físicos. Entonces, el equipo comprobó si esos peces podían distinguir a Soller de otro buceador. En esta ocasión, Soller buceó con Tomasek, cuyo equipo de buceo era ligeramente diferente, con algunas partes coloridas del traje de neopreno y las aletas. Ambos buceadores comenzaron en el mismo punto y luego nadaron en direcciones diferentes. El primer día, los peces siguieron a ambos por igual. «Se podía ver cómo luchaban para decidir a quién perseguir», dice Soller. Pero Tomasek nunca alimentó a los peces que lo seguían, por lo que a partir del segundo día, el número de peces que seguían a Soller aumentó significativamente. Para confirmar que los peces estaban aprendiendo a reconocer al buceador correcto, los investigadores se centraron en seis peces del grupo grande para estudiarlos individualmente, y descubrieron que cuatro de ellos mostraron fuertes curvas de aprendizaje positivas a lo largo del experimento. «Este es un resultado interesante porque demuestra que los peces no seguían a Katinka simplemente por costumbre o porque había otros peces allí», dice Tomasek. «Eran conscientes de ambos buceadores, probando a cada uno y aprendiendo que Katinka daba la recompensa al final del nado», añade. «Fue muy emocionante observar cómo los peces se dan cuenta de que deben tomar una decisión y luego deciden seguir al buceador correcto. Pudimos observar cómo cambiaba su comportamiento de toma de decisiones: desde el principio, cuando parecían arriesgarse e investigar a ambos buceadores, hasta un par de ensayos después, cuando decidieron sin dudarlo y parecían seguros de su elección», cuenta la investigadora. Pero cuando Soller y Tomasek repitieron las pruebas, esta vez con el mismo equipo de buceo, los peces no fueron capaces de distinguirlos. Para los científicos, esto era una prueba contundente de que los peces habían asociado las diferencias en el equipo de buceo, probablemente los colores, con cada buceador. «Casi todos los peces tienen visión de color, por lo que no es sorprendente que aprendieran a asociar al buceador correcto basándose en manchas de color en el cuerpo», afirma Tomasek. Bajo el agua, nosotros hacemos lo mismo. «Las máscaras de buceo distorsionan las caras, por lo que normalmente nos basamos en las diferencias entre los trajes de neopreno, las aletas u otras partes del equipo para reconocernos», apunta Soller. Con más tiempo, dicen los autores, los peces podrían haber aprendido a prestar atención a rasgos humanos más sutiles, como el cabello o las manos, para distinguir a los buceadores. «Ya los observamos acercarse a nuestras caras y escrutar nuestros cuerpos», agrega. «Era como si nos estuvieran estudiando a nosotros, no al revés». «No me sorprende que estos animales, que se mueven en un mundo complejo e interactúan con una miríada de especies diferentes cada minuto, puedan reconocer a los humanos basándose en señales visuales. Supongo que lo más sorprendente es que nos sorprendería que pudieran hacerlo. Esto sugiere que podríamos subestimar las capacidades de nuestros primos submarinos», señala Alex Jordan, autor principal del estudio. Para Soller, el estudio «muestra que los peces son animales mucho más complejos de lo que la mayoría de la gente piensa. Los resultados nos dicen menos sobre la inteligencia de los peces en sí que sobre cómo los humanos la consideramos. Los seres humanos debemos aprender a hacer las preguntas adecuadas a los peces, ya que no necesariamente muestran un ‘comportamiento inteligente’ como el que estamos acostumbrados. Los peces están adaptados a un entorno muy diferente al nuestro que puede exigirles habilidades diferentes. Sin embargo, descubrimos que pueden adaptar los mecanismos de reconocimiento individual a los humanos». Este hallazgo, según los investigadores, da credibilidad a la posibilidad de que los peces puedan tener relaciones diferenciadas con humanos específicos. Para Tomasek, «puede resultar extraño pensar que los humanos compartamos un vínculo con un animal como un pez que se encuentra tan lejos de nosotros en el árbol evolutivo. Pero las relaciones entre humanos y animales pueden superar millones de años de distancia evolutiva si nos molestamos en prestar atención. Ahora que sabemos que nos ven, es hora de que los veamos a ellos».

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