Publicado: febrero 18, 2025, 1:00 am
Es un hecho que con la victoria de Donald Trump en las elecciones de noviembre pasado en los Estados Unidos y el inicio de su segundo mandato como presidente de ese país a partir de enero pasado, el mundo se ha colocado en un ambiente de mayor incertidumbre cuyos efectos sobre el desempeño de las principales economías, incluida la de México desde luego, son aún difíciles de estimar.
Las amenazas sistemáticas de Trump y los principales miembros de su gabinete, en contra de diversos sectores dentro de Estados Unidos y por supuesto también en contra de una gran cantidad de países que tradicionalmente se consideraron aliados de nuestro vecino del norte, ha provocado que todos los actores, políticos, económicos y académicos en todo el mundo, asuman que cada vez serán más constantes los sobresaltos que dichas amenazas provocan.
Tan solo en Estados Unidos, por ejemplo, las ventas al menudeo durante enero sufrieron un descalabro, al mismo tiempo que se observan comportamientos en precios que empiezan a preocupar, porque lejos de apuntar a un descenso en la inflación, podrían traducirse en presiones sobre ésta. En el mismo sentido se registra una caída en los montos de inversión anunciados para proyectos de energías limpias, a un nivel mínimo que no se registraba desde agosto de 2022.
Diversos sectores industriales en los EUA de plano están a la expectativa de cómo evolucionarán las políticas de Trump, es decir, que están prefiriendo posponer decisiones de inversión. Los agricultores norteamericanos aún no tienen certeza sobre el impacto que sobre sus costos de producción tendrán los anunciados aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio.
Todo lo anterior se refleja en cierta forma en el Índice sobre la Incertidumbre de la Política Económica a nivel Mundial (el Global Economic Policy Uncertainty Index), elaborado por investigadores de diversas universidades de EUA, que en enero este año alcanzó el mayor nivel registrado desde que empezó a publicarse en febrero de 1997, incluso por arriba del máximo reportado durante los años de la pandemia del Covid-19, que se observó en mayo de 2020.
Todo lo anterior lo traigo a colación porque este panorama toma a México muy mal parado, por más que desde Palacio Nacional se insista en querernos convencer de lo contrario. Para empezar, en el ramo agropecuario, se anticipa que la producción de maíz en 2025 será menor no solo que la de 2024, que fue un mal año, sino menor aún que la lograda en el último año de lo que la 4T insiste en llamar el período neoliberal, en 2018.
Un panorama similar se perfila con la producción de crudo y la viabilidad de Pemex, la poca afluencia de usuarios para utilizar el tren maya -medido contra su capacidad instalada-. En la misma tesitura se coloca el sector telecomunicaciones, con el ansia del gobierno por convertirse en un operador más (con ventajas sobre los operadores comerciales, desde luego), o el ramo eléctrico, en el que la determinación del gobierno de poner la obsesión de controlar esa industria, por encima de las necesidades del país para poder contar con mayor generación de electricidad a menores costos.
Y si todo lo anterior lo coronamos con el desastre que se perfila con el proceso de elección de ministros, magistrados y jueces, y el daño que ello provocará sobre el desempeño del Poder Judicial, que estará directamente relacionado con la curva de aprendizaje que resultará del absurdo cambio radical, pues resulta evidente que se vienen años complicados para el país.
Bien valdría la pena que la presidenta empiece a pensar que ruta realmente quiere para que transite el país, porque empeñarse en aquella diseñada desde 2018, está claro que nos llevará a un mayor rezago que el que alguna vez temimos.
*El autor es economista.