Con esta exclamación concluyó Justin Trudeau, primer ministro canadiense, el mensaje a sus conciudadanos ante la agresiva política arancelaria de Donald Trump, que en un primer momento se dirige contra México, Canadá, y China. Con un discurso impecable, firme pero sereno, lamentó tener que responder aplicando la misma tasa impositiva a todos los productos norteamericanos, un adicional 25%, excepto para los energéticos, del 10%. Recordó los estrechos lazos que unen a ambos países, incluyendo haber combatido juntos en dos guerras mundiales, y llamó a los canadienses a mantenerse unidos y a priorizar el consumo nacional frente al arrogante vecino del sur.
Trump prometió en campaña subir aranceles en base a una doctrina económica trasnochada, y con excusas falsas sobre las políticas de sus dos vecinos en migración, crimen y narcotráfico. Va a meternos ahora en una guerra comercial global de nefastas consecuencias, también para los estadounidenses, ya que un arancel no deja de ser un impuesto que paga el consumidor, con efectos inflacionarios inevitables.
Trump pretendía que los países señalados, a los que amenaza con aumentar el castigo si replican sus medidas, se tragasen el arancel sin más. Pero la respuesta de Canadá evidencia que no va a ser así. La superpotencia oriental tampoco se quedará quieta, y el temeroso México, aunque ha logrado aplazar un mes la aplicación de la medida, acabará rebelándose contra el matonismo del vecino. La siguiente en la lista es la UE, a quien Trump acusa de despreciar a EEUU y no comprarle nada. Ese discurso victimista se repite en relación con el resto del mundo. Estamos ante un problema profundo, pues el trumpismo es una ideología liberal y chovinista, cuyo modus operandi es el chantaje, incluyendo la amenaza de la fuerza. El presidente norteamericano no cree en la cooperación ni en el derecho internacional ni respeta los tratos firmados por su país. Solo cree que el mundo se divide entre ganadores y perdedores, y que el suyo tiene derecho a todo lo que considere vital para su riqueza y seguridad.
Esta guerra comercial, agitada con el lenguaje del inquilino de la Casa Blanca, quien insiste en que Canadá deje de ser un Estado independiente y trata a los mexicanos de forma despreciativa, puede derivar en un grave conflicto entre países e identidades. No sabemos hasta dónde Trump pretende llegar, pues con la misma arbitrariedad que impone los aranceles puede retirarlos si pasado mañana impone a sus vecinos una revisión de los tratados comerciales y obliga a los europeos a gastar el triple en defensa. El nerviosismo de las bolsas, confiadas aún en que el republicano acabará por mostrarse pragmático, puede desembocar en un miedo generalizado que dañe toda la economía. Y por ese camino acabaremos mal.