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Después de seis años de ofensas y diatribas contra los que llaman sus adversarios y enemigos resulta hueco el llamado a la unidad en voz de personajes que se han negado a hablar, les han cerrado las puertas a los similares, por ejemplo, Poder Judicial y opositores.
En seis años, López Obrador y, en tres meses, Claudia Sheinbaum no han tenido una sola reunión con las comunidades de mexicanos en Estados Unidos, no les ha importado escucharlos, saber directamente sus preocupaciones.
Defender la patria y el territorio no tiene discusión, pero resulta inaceptable que las banderas se alcen en medio de una supuesta emergencia cuando los que llaman a la unidad son los mismos que han demolido la República, que han destruido organismos lárgamente construidos, que no respetaron los votos ciudadanos y han hecho de la Constitución una carta a modo y gusto del expresidente.
El presidente Donald Trump está en lo suyo, en las acciones que considera adecuadas para su proyecto de gobierno. No hay novedad, así fue en su primer periodo y lo será en este segundo, pero con más énfasis en aquello que le interesa.
México tendría que estar en lo suyo también, pero para eso se necesitan profesionales, estrategia y proyecto; eso no se ve, el gobierno es reactivo a corto plazo. La amenaza Trump se conoce desde hace, por lo menos, seis meses que se han perdido sin que se ponga en marcha un proyecto más alla de declarar ESTAMOS LISTOS.
¿De verdad? ¿Con dádivas de 2,000 pesos, cobertura de salud en un país que tiene descobijados a más de 50 millones de ciudadanos, inseguridad en gran parte del territorio, pobre generación de empleos? ¿Los que se fueron de Michoacán, Guerrero o Zacatecas, amenazados por el crimen, ya pueden volver en santa paz porque ya no los van a extorsionar ni amenazar de muerte? ¿Quienes migraron por falta de oportunidades las van a encontrar en suficiencia para sostener a sus familias?
México tiene casi un siglo de migración, han sido millones de personas que han buscado el sueño americano, hay cuatro o cinco generaciones con familiares en Estados Unidos, que han aportado a los dos países, son cientos, quizá miles de comunidades que viven de los dólares de los paisanos.
Por momentos, se ha frenado el flujo hacia el norte y hasta se han creado programas de atracción para aprovechar las habilidades que han desarrollado y los ahorros que han acumulado para crear fuentes de empleo, pero desgraciadamente han sido tan tímidos que nuevamente México expulsa más de los que regresan.
Y no, no se trata de agarrarse a golpes con el vecino, sino de hacer las cosas para fortalecer al país, no ir a la defensiva sino a la ofensiva, pero a partir de nuestras fortalezas y de las debilidades de Estados Unidos, que las tiene.
Por ejemplo, ¿quiénes van a reconstruir Los Ángeles, California, después de los severos daños que están dejando los incendios?
¿De la noche a la mañana los locales van a llenar las plazas en los campos de cultivo o en los servicios con pagos por debajo de los 20 dólares la hora? Claro que no, y Trump lo sabe, pero él está en lo suyo, seguirá apretando cuellos hasta que consiga lo que quiere.
Trump se irá en cuatro años, en dos años puede mermar su poder, su control del Congreso no es total, la Corte no le dará siempre la razón. El mundo seguirá su rumbo, los Modi, Orban, Putin, Xi y hasta los Maduro, Castro, Ortega y otros sátrapas también se irán.
Hoy, México tiene una fuerza de trabajo que se puede negociar, pero en el largo plazo cuenta con todas las posibilidades para convertirse en una potencia, no del décimo lugar sino de los primeros.
Un ejemplo es Polonia, dejó de ser la mano de obra de Alemania para convertirse en una economía fuerte. Corea del Sur, Vietnam, Indonesia y otros vienen avanzando con sus propios modelos, pero para eso se necesita visión, trabajo, inversión y no palabrería hueca.
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