En agosto de 1831, los habitantes del hemisferio norte pudieron ver, para su asombro, cómo el Sol se volvÃa azul. Y no solo eso, sino que inmediatamente después dio comienzo una extraña ola de frÃo, algo totalmente inesperado en pleno verano. Durante varios meses, las bajas temperaturas arruinaron cosechas en medio mundo, causando terribles hambrunas en lugares tan distantes como India y Japón. Tan sonado fue el fenómeno que incluso el famoso compositor Félix Mendelson dejó por escrito sus impresiones durante el viaje que hizo a los Alpes aquél insólito verano: «tiempo desolador, ha vuelto a llover toda la noche y toda la mañana, hace tanto frÃo como en invierno, ya hay nieve profunda en las colinas más ceercanas…». Por aquel entonces, resultaba difÃcil identificar las causas de ese brutal y repentino cambio climático, pero en la actualidad, la presencia de gran cantidad de azufre atrapado en los hielos de Groenlandia y la Antártida nos dice claramente que se debió a una erupción volcánica de grandes proporciones. Algo que, por cierto, también explica el color azul del Sol, ya que cuando las partÃculas de ceniza emitidas por el volcán son muy finas y están uniformemente distribuidas en la atmósfera, pueden dispersar las longitudes de onda rojas y amarillas, haciendo que en el Sol predominen los tonos azules y verdes. El culpable de aquel gélido verano fue, pues, un volcán. ¿Pero cuál? El misterio, que ha desconcertado a los cientÃficos durante casi dos siglos, acaba de ser resuelto por un equipo de expertos de la universidad escocesa de St Andrews. Bajo la dirección de Will Hutchinson, los cientÃficos analizaron en los núcleos de hielo los estratos correspondientes a 1831 e identificaron una «coincidencia perfecta de huellas dactilares» en los depósitos de cenizas. El estudio se acaba de publicar en ‘ Proceedings of the National Academy of Sciences ‘. «Sólo en los últimos años -explica Hutchison- hemos desarrollado la capacidad de extraer fragmentos microscópicos de ceniza de los núcleos de hielo polar y realizar análisis quÃmicos detallados sobre ellos. Estos fragmentos son increÃblemente diminutos, aproximadamente una décima parte del diámetro de un cabello humano». Tras su análisis, Hutchinson y su equipo consiguieron fechar y relacionar con precisión esos diminutos fragmentos de ceniza hallados en el hielo con los del volcán Zavaritskii, en la remota y deshabitada isla de Simushir, parte de las Islas Kuriles, un territorio en disputa entre Rusia y Japón. Actualmente controlados por Rusia, las Kuriles operan como un puesto militar estratégico. Durante la Guerra FrÃa, en una trama que recuerda a una pelÃcula de espÃas, los soviéticos llegaron a utilizar Simushir como base secreta de submarinos nucleares, atracando buques en un cráter volcánico inundado. «Analizamos la quÃmica del hielo con una resolución temporal muy alta -asegura Hutchinson-. Esto nos permitió determinar el momento preciso de la erupción, primavera-verano de 1831, confirmar que fue altamente explosiva y luego extraer los pequeños fragmentos de ceniza. Encontrar la coincidencia llevó mucho tiempo y requirió una amplia colaboración con colegas de Japón y Rusia, que nos facilitaron muestras recolectadas de estos volcanes remotos hace décadas». «Cuando en el laboratorio llegó la hora de analizar juntas las dos cenizas, la del volcán y la de los núcleos de hielo -prosigue el investigador-, se produjo un auténtico ‘momento eureka’. No podÃa creer que los números fueran idénticos. Después de esto, pasé mucho tiempo investigando la edad y el tamaño de la erupción en los registros de las Kuriles para convencerme realmente de que la coincidencia era real». El trabajo destaca las Islas Kuriles como una región volcánica poco estudiada pero extremadamente activa. A pesar de encontrarse en un lugar tan remoto, la erupción del Zavaritskii de 1831 tuvo un impacto global significativo en el clima y graves consecuencias para las poblaciones humanas. Identificar las fuentes de estas misteriosas erupciones del pasado permitirá a los cientÃficos mapear y monitorear las regiones de la Tierra con mayor probabilidad de producir eventos volcánicos capaces de alterar el clima. «Hay muchos volcanes como este -concluye Hutchinson-, lo que pone de relieve lo difÃcil que será predecir cuándo o dónde podrÃa ocurrir la próxima erupción de gran magnitud. Como cientÃficos y como sociedad, debemos considerar cómo coordinar una respuesta internacional cuando ocurra la próxima gran erupción como la de 1831».