Es poco común que un político se retire por voluntad propia, sin escándalos y pidiendo perdón por lo que no logró. Pero Willard Mitt Romney no es un político cualquiera. Es un republicano conservador de los que, tras su partida, ya no quedan en el Capitolio. Con él, desaparece una generación capaz de tender puentes, buscar consensos y priorizar el interés común por encima de las divisiones partidistas. Estas fueron sus últimas palabras en el Senado, tras emitir su último voto: «No logré todo lo que quise. Entre otras cosas, el flagelo de la política partidista frustró repetidamente los esfuerzos para estabilizar nuestra deuda nacional. Sin la carga de los intereses sobre esa deuda, podríamos gastar casi tres veces más en adquisiciones militares: tres veces más aeronaves, tres veces más barcos, tres veces más drones, naves espaciales y sistemas de ciberdefensa ». Romney ha sido dos veces baja: ante Barack Obama, que le ganó en las elecciones de 2012, y ante Donald Trump , que lo ha barrido amenazándolo con primarias por no ser lo suficientemente dócil. Su ideario político ha resultado ser de una lucidez insólita. Una anécdota brilla sobre todas las demás. En 2012, en unas elecciones presidenciales que las encuestas vaticinaban extremadamente reñidas, el último debate con Obama dejaba un momento, otro más, de escarnio. En el turno sobre política exterior, Romney defendió que Rusia era el principal enemigo geopolítico de Estados Unidos . Aquella noche de 2012 ya llevaban los demócratas insistiendo desde hacía meses en que Romney era un vestigio del pasado, alguien anticuado, y esta afirmación parecía ser la prueba. En un mundo centrado en combatir el yihadismo, pelearse con Rusia resultaba ridículo. Obama se burló en el debate: «Los años 80 están al teléfono para pedir que les devuelva su política exterior, porque la Guerra Fría terminó hace 20 años». Era el colofón de la campaña de Romney, que se había pasado cuatro años tratando de llegar a la presidencia, con el hándicap enorme de que es mormón, algo sin precedentes. Los demócratas lo retrataron como un charlatán; insinuaron de forma injusta machismo y racismo por el pasado de su iglesia; le acusaron de carecer de principios, de ser desleal a su patria por haberse llevado dinero a paraísos fiscales, de ser corrupto, avaricioso, un felón. Se burlaron de sus modos acartonados, de su excesiva prudencia, de que una vez atara la jaula del perro en el techo y condujera hasta Canadá, de que su casa tuviera un ascensor para coches, de que en otro debate dijera que buscando aumentar el empleo femenino pidió que le trajeran «carpetas llenas de mujeres». Muchas cosas se dicen en el fragor de una campaña. Lo cierto es que diez años después de aquellas declaraciones sobre Rusia, Washington tuvo el gesto de reconocerle a Romney que fue un visionario con respecto al papel de Rusia en la escena internacional, en el marco de la invasión de Ucrania. Hasta Madeleine Albright, una de las eminencias en política internacional del Partido Demócrata dijo, en una comparecencia en el Capitolio el año pasado: «Personalmente le debo una disculpa al ahora Senador Romney, porque creo que subestimamos lo que estaba sucediendo en Rusia». Romney fue el último candidato del ‘establishment’ republicano a la presidencia. Tras él, llegó el trumpismo. Con este tuvo una relación torturada y llena de vaivenes. En marzo de 2016, en plenas primarias, dio un enardecido discurso en Utah en el que lo calificó de «fraude», un «estafador». Cuando Trump ganó las primarias y las elecciones, entró en el redil y se vio con él en su hotel en Washington. Trump filtró que le estaba entrevistando para el puesto de jefe diplomático, que al final fue a parar a otro. Romney decidió presentarse a un escaño del Senado por Utah y Trump le apoyó. La ruptura se produjo en parte, de nuevo, por Rusia. Los demócratas llevaron a Trump a su primer juicio político en 2019. Sospechaban que el presidente estaba reteniendo fondos para ayuda militar a Ucrania, que se defendía de la invasión rusa de 2014, porque quería que Volodimir Zelenski le diera algún tipo de información secreta sobre negocios sucios del hijo de Joe Biden que le complicaran a este la campaña. Sólo un republicano en todo el Capitolio votó por condenar a Trump: Mitt Romney. Mantuvo ese voto condenatorio en el segundo ‘impeachment’, por la insurrección de 2021. Se le unieron otros 16 republicanos en la Cámara y el Senado. Fiel a su estilo, Trump no ha escatimado adjetivos para con Romney. Tras el anuncio de su marcha del Capitolio, ha zanjado que «no ha servido a su país con honor». «Es el peor senador del Capitolio», dijo en Utah, el estado del senador. «No ganaría ni unas elecciones para trabajar en la perrera», añadió entonces. Su objetivo era, dijo, encontrar un candidato que le disputara a Romney el escaño del Senado en las elecciones de 2024, algo por lo que ya no tiene necesidad de preocuparse. En su despedida en verano, un vídeo dedicado a los votantes de Utah, Romney dice que su edad (tiene 76 años) le preocupa, y recomendó a los principales aspirantes a la presidencia, Biden (82 años) y Trump (78), que se apartaran para dejar paso a las nuevas generaciones. Sólo Biden lo hizo. Lo cierto es que con él desaparece uno de los últimos baluartes del centrismo y el bipartidismo en EE.UU. Un ejemplo: en su única legislatura en el Senado, Romney votó en contra de la mayoría de los republicanos del Senado 32 veces, por encima del promedio de su partido. Se declaró a favor de las ayudas públicas por la pandemia y de programas medioambientales y en contra de anular la reforma sanitaria de Obama, su viejo rival. Más importante, en un momento en que su propio partido comienza a poner en duda las ayudas a Ucrania por la agresión rusa, Romney se ha mantenido como uno de los mayores críticos en el Capitolio ante el expansionismo de Putin y sus secuaces. Resarcido, y ante el hecho de que Trump no escondía su buena sintonía con el sátrapa ruso, Romney tomó la inusual decisión en 2022 de salirse de tono, algo poco común en una carrera política marcada por una exquisita prudencia. En una entrevista televisiva apareció visiblemente enfadado ante la agresión a Ucrania. «Putin es hombre pequeño, malvado y con ojos salvajes que intenta moldear el mundo a la imagen de una Rusia que volvería a ser un imperio». Después citó a otro de los últimos centristas de Washington, el fallecido senador y candidato a la presidencia John McCain: «Lo cierto es que Rusia no es más que una gasolinera que finge ser un país».