La difunta reina Isabel II era muy apegada a las tradiciones. Por ello, cuando alguien se las saltaba podía sentirse muy molesta. Es lo que le ocurrió con Meghan Markle el día de la boda de esta con su nieto, el príncipe Harry.
En su libro Revenge, el autor Tom Bower relata que la fallecida monarca se mostró contrariada cuando la novia decidió llevar un velo como complemento a su vestido de boda, que además era blanco.
La cuestión es que la tradición marca que tanto el velo como el color blanco del vestido son un símbolo de la pureza de la novia, pero la reina Isabel II creía que no era lo apropiado, habida cuenta de que se trataba del segundo matrimonio de la actriz estadounidense.
Meghan Markle había estado casada previamente con el productor de cine de Hollywood Trevor Engelson entre los años 2011 y 2013.
El velo, una pieza de tela de cinco metros de largo, estaba adornada con encaje que representaba la flora de cada uno de los 53 países que forman la Commonwealth.
El vestido y el velo fueron creados después de 3.900 horas de trabajo por 50 personas, y las modistas tuvieron que lavarse las manos periódicamente para evitar decolorar el material. El velo estaba sujeto por la tiara de diamantes de la reina María, que fue confeccionada en 1932 y prestada a Meghan por la difunta Isabel II