Utilizar una buena toalla después de la ducha es una medida de higiene imprescindible para absorber la humedad corporal y terminar de limpiar la piel como es debido. Sabemos que secarnos perfectamente es importante para evitar problemas como hongos y otras afecciones cutáneas, pero quizá nunca hemos pensado en la periodicidad con la que debemos lavar esa toalla para evitar males mayores.
El hecho de que la felpa de la toalla esté en contacto con la piel húmeda convierte este gesto en un caldo de cultivo para la proliferación de todo tipo de bacterias. Si la toalla no está limpia porque la estamos reutilizando y quedan ‘restos’ de la ducha anterior, esas bacterias se van a extender por todo el cuerpo y nuestro sistema inmunitario va a tener que trabajar más de lo habitual.
¿Qué sucede cuando nos secamos con una toalla tras la ducha?
Aparte de tener en cuenta que después de un baño o ducha hay que secar la piel con mimo, sin frotar, y con una toalla que tenga la calidad suficiente como para absorber el exceso de humedad sin dejar nada, hay otras cuestiones a tener en cuenta.
Y es que cuando nos secamos, en la felpa de la toalla se depositan las células muertas de nuestra piel. No son visibles a los ojos, pero sí ejercen una labor que ayuda a la proliferación bacteriana. ¿Qué pasa entonces? Pues que todos esos ‘restos’ que teníamos, pasan a la toalla y se quedan en ella. Puesto que además en las casas hay calefacción, ese contraste entre humedad y calor es un foco infeccioso importante (por no mencionar los malos olores).
¿Cada cuánto tiempo hay que lavar las toallas?
Ahora que ya nos hemos situado en el escenario en el que vemos que esa toalla está llena de gérmenes y humedad, debemos saber que todos los expertos recomiendan que la lavemos cada dos días, siempre usando un programa de la lavadora con agua caliente y el producto más desinfectante que encontremos para eliminar las bacterias definitivamente. También, siempre que sea posible, conviene secarla al sol, que funciona como un desinfectante natural.
Si no lo hacemos, esos restos de nuestra piel, suciedad, secreciones ‘íntimas’ que quedan en la felpa… van a servir de alimento para el crecimiento bacteriano y, la próxima vez en la que vayamos a usar la misma toalla, estaremos haciendo un trasvase de problemas hacia nuestra piel. En vez de quedar limpia, la estaremos ensuciando aún más.
Por su parte, desde la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) recomienda que se laven, mínimo, una vez a la semana (y eso si no hay un uso continuado grande o se ha sudado en exceso, como es el caso del gimnasio). Además, hay una premisa insoslayable en este asunto, que tiene que ver según los expertos con evitar la mala costumbre de compartir las toallas con los demás miembros de la familia.
¿Qué pasa si no lavo mi toalla con la asiduidad necesaria?
A pesar de que, a priori, los problemas que pueden derivar de esta falta de higiene en la ‘ropa’ de baño no son graves, puesto que ese intercambio de restos y suciedades proceden de nuestro propio cuerpo. Los expertos alertan de que, una vez en el tejido de felpa, los microorganismos que se quedan ahí van a ir creando su propio hábitat, naciendo, creciendo y reproduciéndose.
Tanto la humedad, como las temperaturas cálidas que suelen alcanzarse en la ducha, el oxígeno y un pH neutro van a crear un ambiente propicio para la multiplicación de gérmenes, que comprometan la salud de nuestra piel, provocando ciertas afecciones desagradables.