Para el Girona el trayecto en la Champions League es como aquella letra de Extremoduro, vivir es un camino empedrado de horas, minutos y segundos… Un sendero repleto de espinas y obstáculos en el que el afán por disfrutar se transforma en un sentimiento doliente. Una sola victoria en cuatro jornadas y mucha erosión a su paso. En los Países Bajos, otra derrota, la tercera, sin contemplaciones en el casillero. También en Eindhoven, la ciudad de los electrodomésticos y los televisores, el conjunto catalán sufre, pasa el mal trago de dos goles en contra y la bisoñez de su puesta en escena. El Girona quiere jugar como siempre, tocar y tocar , el fútbol aseado y vistoso, salir con sutileza desde su portero Gazzaniga pese a que en las situaciones tan comprometidas tiene más que perder que ganar. No lo deja el PSV, que muerde con dentelladas feroces en la presión del portero argentino, realiza un marcaje individual y no permite que los jugadores de Míchel combinen. El partido empieza por ahí, en esa presión alta de los holandeses que confían en robar uno de los pases pulcros y llevar la pelota al cesto. El Girona se pone en acción con personalidad y buen gusto. Llega al área adversaria, vende cara su posible derrota, se mide al rival con argumentos. Yangel Herrera cabecea solo al centro de la portería, Miovski remata al muñeco a bocajarro, a un metro de la raya. Se salva el PSV por milímetros y se siente amenazado, pero no remite en su empuje. Sabe que llegará su oportunidad en cualquier balón perdido por los gerundenses. Son dos mundos opuestos, el fútbol físico y vigoroso de los neerlandeses y el juego atrevido y técnico de los españoles. El PSV remata desde cualquier posición, de cerca o de lejos, en posición ventajosa o sin tiro fácil. Termina todas las jugadas con una virulencia total. En el minuto quince, después de un interesante intercambio de golpes, llega el primer tanto. Un saque de banda de Tillman, que está con un pie dentro del campo, lo remata sin toque previo y oposición Flamingo. Demasiado fácil. El Girona acusa el gol, se muestra menos preciso y empieza a desconfiar de lo que hace. El PSV es un martillo pilón, pura fuerza hacia adelante. Bakayoko es el más peligroso, con sus eslalons a pierna cambiada. El segundo gol llega de improviso, en otra jugada mal defendida por la defensa española, que culmina Tillman con un disparo certero. La segunda mitad es un suplicio para el Girona, que no puede sobrevivir a la situación, al ambiente y a la envergadura de una competición que no perdona errores. El Girona comete muchos, fallos de juventud, de falta de experiencia. Sucede con Arnau, el lateral derecho que se autoexpulsa en un lance inocente al poner el muslo en la trayectoria de un rival que le había superado en el regate. Una mala decisión y una segunda tarjeta amarilla clarísima que condena al equipo de Míchel a jugar con diez hasta el final. Todo sucede cerca del área de Gazzaniga en el segundo periodo. Y el portero se empeña, se supone que según las directrices recibidas, en jugar al pie, de bota a bota. El partido pide otra cosa, algo más de brío, más energía y personalidad y no tanto toque frío de balón. De Jong , aquel delantero tanque que jugó en el Sevilla y en el Barcelona, se harta de fallar goles, no ha cambiado mucho de un tiempo a otro. Por los errores del atacante no se acaba el partido antes de tiempo. Míchel busca vida con los cambios, pero no lo consigue. No llega al área contraria y resiste como puede la avalancha que le viene. Saibari marca el tercero en un acción anulada que retrata el fútbol moderno. Un pisotón involuntario que el árbitro anula, previa visita al VAR, en modo ballet. El PSV redondea la goleada con un tanto de Bakayoko y un mal de rebote de Krejcl.