Publicado: octubre 14, 2025, 7:37 am
Donald Trump quiere ser el novio en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Pocos líderes internacionales, por no decir ninguno, tienen su afán de protagonismo y aunque lo más importante de este lunes en Egipto fue la firma del acuerdo de paz -o de al menos su primera fase- entre Israel y Hamás el foco estuvo en casi todo momento puesto sobre el presidente de Estados Unidos. Trump, de hecho, se comportó como ese delegado de clase al que todos siguen porque tiene pinte de que si se enfada por hacerle caso o mismo todo va a ser peor. Sánchez, Macron, Meloni o Starmer tuvieron que afrontar situaciones delicadas con él, porque en realidad lo que pasó en la cumbre de Sharm el Sheij fue una ‘gala’ y un baño de masas para el magnate.
Apenas se hablo de alto el fuego o de paz. Sí dio espacio para ello en su parada en Israel, pero poco más. En el Knesset pidió, por ejemplo, el indulto para Benjamin Netanyahu ante sus casos de corrupción y no solo habló del pacto, sino que fue más allá. «Juntos hemos demostrado que la paz no es solo una esperanza con la que podemos soñar, es una realidad sobre la que podemos construir«, dijo, y destacó el papel de los países árabes en el camino. «Es un triunfo increíble para Israel y el mundo que todas estas naciones trabajen juntas», espetó, justo al tiempo que no veía el tema como solo un pacto, sino como «un amanecer histórico para Oriente Próximo».
Hay muchas voces que asumen que el paso de Trump para apadrinar este acuerdo no ha tenido que ver ni con los ataques de Hamás ni con la respuesta de Israel, sino con la ofensiva puntual que lanzó Tel Aviv contra Catar en un momento reciente del conflicto. Por lo pronto, el presidente de EEUU se niega a hablar «de un Estado o de dos», en referencia al reconocimiento del Estado palestino. «Ahora por fin, no sólo para los israelíes, sino también para los palestinos y para muchos otros, las largas y dolorosas pesadillas de la guerra están llegando a su fin. La pesadilla ha acabado», sentenció antes de un evento, el de la firma, en el que no estuvieron ni Israel ni Hamás. ¿Un acuerdo firmado sin los firmantes? La foto era para Trump y no sabemos hasta qué punto hablaba de paz.
Después, ya en Egipto, pasó más o menos lo que se esperaba, por escenas. La más potente, quizá, con Pedro Sánchez. Con él hubo dos partes: en el saludo el presidente del Gobierno le aguantó como pudo un tirón durante el apretón de manos como quien le aguanta la mirada a alguien a quien no soporta. Da la sensación de que es mutuo, pero Trump aplica la estrategia del palo y la zanahoria y esta vez no iba a ser menos. «¿Estáis ya trabajando en el tema del PIB? Nos acercaremos a eso, pero estáis haciendo un gran trabajo», le dijo antes de la imagen final en referencia al gasto en defensa, que ha sido el punto principal de choque entre ambos desde la última cumbre de la OTAN.
Con Emmanuel Macron quiso jugar a lo mismo. No fue la primera vez que se vio a los dos echar un pulso a la hora de saludarse. ¿Quién ganó? Nadie lo sabe, pero el presidente francés pasa por su peor momento a nivel nacional y cualquier pequeño frame que le sirva como acicate es bienvenido. Eso Trump lo sabe también. Aguantaron el intercambio durante unos segundos y después el inquilino del Elíseo dejó de ser protagonista, con todo lo que eso conlleva. Si Francia no está en primera línea es que Europa no tiene demasiado que decir, esa es la regla no escrita.
Por otro lado, la escena con Giorgia Meloni fue digna de Tinder. «En Estados Unidos, si le dices a una mujer que es bella, tu carrera política está acabada, pero correré el riesgo. No te ofenderás si te digo que eres hermosa, ¿verdad? Porque lo eres«, le espetó girando la cabeza para mirarla, a lo que la primera ministra respondió con una sonrisa y un gesto de agradecimiento ante la mirada de sorpresa del griego Kyriakos Mitsotakis, que estaba a su lado. Otra escena digna de una película de Hollywood en un escenario muy poco prestado a la ficción; en el fondo, Trump quiere hacer de la geopolítica también un escenario para filias y fobias personales.
El primer ministro británico, Keir Starmer, pasó eso sí por el instante más embarazoso de todos y se le notó el enfado. Le buscó con la mirada, le llamó, le hizo acercarse al estrado pensando que podría intervenir y con un pequeño gesto paternalista le pidió que se diera la vuelta sin mediar palabra, a lo que Starmer solo pudo responder con un gesto de cierto enfado. «Presidente Trump, este es su logro. Le agradezco su incansable esfuerzo para hacer realidad este momento», había escrito antes en redes sociales en la enésima fórmula de cómo van las cosas ahora con Estados Unidos: hay que decir cosas sobre Trump que muchos no quieren decir, pero no les queda otra.
Trump ya tiene sus «ocho guerras» resueltas, insiste, pero sobre todo tiene otra foto con la que alimentar su ego. Y no se dice por decir, sino porque él mismo aplica esa tesis. «Espero que todo el mundo se una a los Acuerdos de Abraham. Mucha gente habla ya de unirse, hoy mismo. Mucha gente habla de eso y va a ser un gran homenaje a Estados Unidos«, expuso ante el resto de líderes, en la enésima referencia no a la paz, no a Gaza, no a Israel… a lo que hace Washington.
Europa espera en un segundo plano y sus líderes confían en que la fanfarronería no sea óbice para que la solución acabe siendo firme, y de hecho quien también mira con esperanza Volodimir Zelenski. Lo que se logre con Gaza se puede lograr con Ucrania, puede pensar. Entiende el presidente de Estados Unidos que esa es la siguiente fase, y ya se verá esta misma semana con el presidente ucraniano. Ese pacto parece más complicado todavía que el alcanzado en Oriente Próximo, y en la Casa Blanca lo asumen; asimismo, no cuentan con la UE para que pueda allanar el terreno porque el presidente estadounidense asume que puede solo y que no quiere ‘compartir’ el pastel diplomático con nadie: a él le tienen miedo, a los demás no, piensa. Con todo, a Kiev, Moscú o donde sea también querrá ir Donald Trump a hacerse la foto.