Trump no pierde el tiempo. Todavía faltan dos meses para instalarse en la Casa Blanca y empezar a dar órdenes ejecutivas, pero ya tiene prácticamente formado su Gobierno. No caben novedades, la mayor parte de los cargos importantes anunciados no causan sorpresas, esperados, todos más que afines a sus ideas o activistas, a veces incluso violentos, que durante estos cuatro años de Legislatura demócrata se batieron, primero en protestas por su relevo que estimaban injusto, y ahora por su regreso al más alto poder del mundo.
Todos los nombres que se van conociendo responden en su trayectoria a las ideas fluctuantes del futuro nuevo presidente y han venido trabajando por su regreso, unas veces desde el Senado y el Congreso de los Diputados, sin el menor pudor en las defensas que generaban sus acusaciones de intento de un golpe de Estado ante el Capitolio o durante el juicio – el primero entre los muchos que esperan – en que en Nueva York la Justicia del Estado le declaró a Trump simple y llanamente como delincuente.
Entre tantos nombramientos destaca por contraste con su tradición familiar el de Robert F. Kennedy junior -que le respaldó en la campaña cuando vio fracasar la suya- como secretario de Estado de vacunas, un cargo importante, pero de aspecto insólito. También destaca la elección de Marco Rubio, un senador hispano de Florida como secretario de Estado, sin duda el puesto más conocido e internacionalmente más relevante de la futura Administración. Con todo, el nombramiento más sorprendente y está dado más que hablar es el de su fiel colaborador Matt Gaetz, un polémico diputado portador de varios escándalos y acusaciones.
Gaetz es una especie de Trump junior por la polémica que despierta, el currículum que ofrece y los delitos que se le imputan: cuestiones relacionadas con mujeres y el sexo además de relaciones sospechosas con el narcotráfico. Será el nuevo secretario de Estado de Justicia, justamente el departamento que hasta ahora le venía investigando y persiguiendo por sus actividades probablemente ilícitas. El «trumpismo» no tiene ni prejuicios ni complejos.