Publicado: abril 1, 2025, 5:42 am
Hay que proponer cada semana asuntos que entretengan a la población ociosa, que cada día es más abundante y dispone de más tiempo y más gigas. Es menester entretenerla de manera que no se cebe en los dirigentes que con sus rectos criterios, basados en diversos valores y principios –aunque también pueden ser principios y valores– tratan cada día de conducir a buen puerto a las plurales patrias.
Hay que proponer con todo alijo de detalles casos tremebundos de los que nadie pueda aislarse o evadirse so pena de parecer tan sicópatas como los que los protagonizan. Casos tremebundos, si pueden ser de asesinos mucho mejor, y si son en serie o al menos reincidentes ya garantizan el colmo del éxito.
Estos antihéroes, auténticos presuntos canallas son tan necesarios como el agua y el fútbol para la correcta fluidez de la vida civilizada en el marco de un sistema de libertades consentidas y tuteladas siempre por la autoridad competente y sus infatigables boletines.
Para que esta autoridad y las que penden de ella y sus familias no sean vejadas y vilipendiadas por el pueblo raso constitucional y las turbas iluminadas que a veces, no siempre, lo inspiran e incitan, ha de haber siempre un supertema horroroso que desgarre las conciencias y que, a poder ser, se prolongue semanas, meses o años, con cuantos más giros y sorpresas espeluznantes y escandalosas, mucho mejor.
Y si el suceso transcurre en países remotos y exóticos, siempre que el reo sea autóctono, y a poder ser famoso, mucho mejor.
El propio sistema, con su proverbial lentitud, falta de medios y consiguiente desidia congénita atávica se encargará, como suele, de prolongar la agonía de estos procesos que tanto entretienen a la población, siempre ávida de temas escabrosos, virales y suculentos. La burocracia, como demostró Kafka, juega a nuestro favor.
La función legislativa, de cara a incentivar estos fenómenos, deberá empotrar errores, ya sean gramaticales o sintácticos, que permitan su malinterpretación o retorcimiento, siempre que quede claro que la culpa ha de recaer, finalmente, en quienes incumplen o quebrantan esas normas, sin perjuicio de que si llegan a alcanzar el poder les corresponda una compensación y los honores que hayan merecido.
El solapamiento leguleyo y la proliferación de leyes incompatibles entre sí amparan al Estado benefactor y sus prebendas asociadas.
Así pues la población ciudadana dispondrá siempre, como un derecho inalienable cualquiera más, de temas de alto octanaje sangriento que vulneren los más sagrados principios de la convivencia en paz. Estas válvulas o aliviaderos sistémicos destensan los nervios y aplazan las ansias de la población por conseguir objetivos a menudo inalcanzables si no se es familia nuestra o cae la fortuna –que no suele– directa del cielo.
En caso de que la situación internacional se vaya de las manazas de quienes la negocian y la cosa llegue a mayores ya no será necesario proveer y fomentar estos casos de alarmismo extremo puesto que el gentío, ante un shock mundial, como la reciente pandemia, se suele avenir a acatar los preceptos inconstitucionales de sus autoridades, a abonar las multas, etc.