“¡Sabía que no te ibas a morir!”: la hazaña del piloto que hundió al Coventry y sobrevivió en las Islas Malvinas cuando derribaron su avión - Argentina
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“¡Sabía que no te ibas a morir!”: la hazaña del piloto que hundió al Coventry y sobrevivió en las Islas Malvinas cuando derribaron su avión

Publicado: agosto 18, 2025, 2:10 pm

Cuando Mariano Velasco, un hijo de inmigrante español, terminó la secundaria en la provincia de Córdoba, su destino parecía escrito: iba estudiar Medicina, tal como soñaba su madre. Incluso hasta llegó a prepararse para rendir el examen de ingreso. Pero el destino tenía otros planes para él. En 1968, sintió que su pasión estaba en el aire y entró a la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina. Cuatro años después, convertido en aviador militar, fue seleccionado para la Escuela de Caza en Mendoza, donde pulió su talento y se preparó para enfrentar los desafíos más duros. En 1982, mientras estaba destinado en Villa Mercedes, San Luis, una noticia sacudió al país: “Se han recuperado las Islas Malvinas”.

Mariano Velasco formó parte de la Escuadrilla “Zeus” del Grupo 5 de Caza, junto al entonces alférez Jorge Barrionuevo y el teniente Carlos Osses.

-Mariano, ¿qué ocurrió después de que les comunicaron que habían recuperado las islas?

-Nos trasladaron a Río Gallegos. Yo tenía 32 años. Me dieron un A-4B Skyhawk, un avión muy noble y antiguo, había combatido en Vietnam. Era un cazabombardero, fundamentalmente destinado a aire-tierra. Nosotros no teníamos armamento para la lucha en el mar. No teníamos misiles, como los que tenía la marina, los Exocet o bombas frenadas. Así que lo solucionamos con un poco de valor, fortaleza y práctica.

-La destreza de los pilotos argentinos en Malvinas es reconocida en todo el mundo.

-[risas] Hicimos una técnica que llamamos “vuelos kamikaze”, volábamos a baja altura para evitar ser detectados por los radares británicos. Eran vuelos muy peligrosos porque las olas, en esa zona, son muy altas, de entre 8 y 10 metros, la misma altura que la que volábamos nosotros. Entonces, toda la espuma, la sal, se pegaba en el parabrisas y se empañaba. No podías ver… Pero nosotros, los argentinos, que somos tan creativos y lo atamos todo con alambres, lo solucionamos: los mecánicos rociaban el parabrisas con un aerosol, que era como un desengrasante, para evitar que se pegue la sal.

El capitán Pablo Carballo, el alférez Jorge Barrionuevo, el teniente Carlos Rinke y el primer teniente Mariano Velasco, integrantes del Grupo 5 de Caza, en la base de la Fuerza Aérea en Río Gallegos durante la Guerra de Malvinas.

El hundimiento del HMS Coventry

-¿Qué sucedió el 25 de mayo de 1982?

-Era un poco más de las 3 de la tarde. Habían avistado al Coventry y a la fragata Broadsword. Esa mañana habían derribado dos aviones argentinos que salieron mal, en lugar de salir para el sur fueron hacia el norte y quedaron a merced de los británicos… Había poca visibilidad y los derribaron… Uno era de nuestro escuadrón, Zeus, que le dispararon dos misiles Sea Dart, y el otro piloto alcanzó eyectarse pero lo encontraron en la balsa, fallecido, un año después.

-¿Qué pasó esa tarde?

-Nos dieron unas coordenadas aproximadas de donde podrían estar el Coventry y la Broadsword, porque se movían. Hacia allá salimos con Jorge Barrionuevo. “Vayan, que vimos que están por ahí”, nos dijeron. El capitán del Coventry, David Hart Dyke, le había pedido autorización a Jeremy Moore [comandante de las fuerzas terrestres británicas] y John Woodward [comandante de la flota británica] para acercarse un poco más a la entrada del canal. Las dos naves querían proteger a los barcos que estaban desembarcando pertrechos en San Carlos de un posible ataque de aviones argentinos.

-¿Cómo era el Coventry?

-El Coventry era un destructor. Tiene 140 metros aproximadamente y tiene un radar de vigilancia grande, que capta aviones desde una distancia de 200 ó 300 kilómetros. Mientras más alto vuela el avión, más claro lo detecta. Por eso nosotros hicimos esa entrada por abajo. Antes de salir hablamos sobre cómo íbamos a formar, qué distancia íbamos a mantener entre nosotros, la bomba que íbamos a llevar…

-¿Qué bombas llevaron?

-Salimos cuatro aviones: Barrionuevo y yo llevamos bombas de 500 libras, tres bombas cada avión. Pablo Carballo y Carlos Rinke llevaron bombas grandes de 1000 libras, que no funcionaban muy bien. Los técnicos nuestros le modificaron un poco la espoleta para que se armara rápido y no fallara la explosión.

Tras el ataque argentino, el Coventry se fue a pique.

-¿Qué pasó cuando divisaron las naves británicas?

-Primero entró Carballo a la fragata Broadsword. La bomba pegó en la popa, donde va el helicóptero, pero lo traspasó. La bomba no explotó. Se ve que impactó en alguna parte del sistema de locomoción del buque porque dejó de moverse. La bomba rebota y sale para arribam como una cañita voladora, y le pega al helicóptero. Lo destruye, se prende fuego… Yo veía la columna de humo.

-¿Y el Coventry?

-Lo vi maniobrar con gran agilidad, colocándose en posición oblicua a nosotros. En ese momento, vi un fogonazo, luego la humareda del misil que nos había lanzado…

-¿Qué hizo cuando el Coventry lo detectó?

-Inmediatamente hice un viraje a la izquierda de 90 grados. Rápido y bajo. Volé como 15 o 20 segundos. Barrionuevo iba al lado mío. Luego, volví a tomar el rumbo hacia el destructor. Vi el misil, el humo y el fuego de la tobera… Como lo veía de manera oblicua, por experiencia y por haber leído en los manuales sabía que cuando uno ve la trayectoria del humo de manera oblicua quiere decir de que el misil no va hacia el avión… Pasó de largo por la derecha nuestra, a unos 400 metros… Cuando ellos pierden el misil, cuando pierde el blanco, las computadoras del destructor se reinician. Ahí ellos se dan cuenta que no tenían tiempo. El capitán mandó a toda la tripulación a la cubierta, a disparar con todo, con fusiles, cañones… se veían los piques en el agua. Nosotros volábamos a 10 metros de altura, muy cerca del mar. Cuando nos aproximamos, tuvimos que levantar para no chocar contra el barco… Y ahí yo disparé. Fue por instinto, sentí que ese era el punto de lanzamiento y apreté el botón.

Jorge Barrionuevo y Mariano Ángel Velasco, pilotos del Grupo 5 de Caza, posan frente al A-4B Skyhawk.

-En el momento de disparar, ¿qué emociones lo atraviesan? ¿Adrenalina? ¿Miedo?

-No, el miedo queda atrás. No es que uno no siente miedo, pero llega a un punto donde tiene que hacer tantas cosas en el avión, desde lo más crítico que era volar lo más bajo posible hasta controlar los instrumentos. Había que concentrarse en el blanco.

-¿Y llegó a ver el impacto?

-No, lo vio Barrionuevo. Los tres misiles salen juntos, con un breve retardo entre uno y otro. Pegaron abajo de la sala de operaciones. Yo disparé y pasé por arriba de la antena. Hice unos virajes de evasión a alta G y regresamos al continente. El Coventry se hundió en 25 minutos.

Durante el ataque, dos bombas golpearon al HMS Coventry debajo de la línea de flotación por el lado de babor.

-¿Y Barrionuevo también disparó sus misiles?

-No, él no porque tuvo un problema técnico, desgraciadamente no disparó nada. Las bombas de su avión no salieron.

-¿Y los soldados que estaban en el destructor pudieron salvarse?

-Parte…

-¿Qué paso cuando llegaron a la base?

-Los mecánicos nos esperaban en las calles de rodaje con banderas argentinas, era algo que se hacía normalmente con todas las misiones.

-¿Qué significó ese logro militar para usted?

-La ingleses perdieron uno de los buques más modernos que tenían, uno de los mejor equipados. Para la Fuerza Aérea fue un gran logro militar, nosotros éramos novatos. Si nosotros hubiéramos tenido armamento para tirar a los buques, la historia hubiera sido otra… Y a lo mejor los ingleses apelaban a una medida más drástica como disparar sobre alguna ciudad importante.

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El HMS Coventry recibió dos bombas por el lado de babor, bajo la línea de flotación. Una explotó en la sala de computadoras y la otra detonó en el motor delantero, debajo del comedor y la estación de primeros auxilios, provocando que el barco escorara a babor. Este último impacto rompió la barrera cortafuegos entre los motores, dejando al buque expuesto a los incendios y poniendo en riesgo su supervivencia, pese a sus compartimientos estancos.

El ataque fue rápido y devastador, en apenas 25 minutos, el buque británico HMS Coventry quedó tan dañado que la tripulación tuvo que abandonarlo. Como consecuencia del ataque: 19 marinos murieron y 30 resultaron heridos.

“No me fue muy bien”

-Dos días, el 27 de mayo, después de haber hundido el Coventry, ¿qué pasó?

-No me fue muy bien [risas]. Para colmo ese día me paso algo, una predicción: mi vecino de habitación me dijo “Mariano lleva más cigarrillos”. Yo siempre llevaba cuatro… Fue un pájaro de mal agüero.

Salimos por la tarde, el comodoro Carlos Osses y yo. Robledo se quedó en tierra por una falla técnica. El objetivo era el bombardeo de los pertrechos que habían desembarcado los ingleses en La Bahía Ajax, una antigua planta de refrigeración. Había helicópteros, paquetes de materiales y armamento.

Yo llevaba cuatro bombas con paracaídas. Volábamos muy bajo por el canal San Carlos, el que separa las dos islas. Había un cerro bajo de unos 500 metros y, al pasar, vi cuatro o cinco buques en la bahía. Tomé altura para lanzar las bombas a unos 50 metros y, mientras las soltaba, sentí golpes bajo el avión. Osses gritó: “¡Un misil! ¡Un misil!”. No llegué a verlo; pasó entre los dos aviones. Luego me dice: “Tiene fuego en el ala izquierda”. Ahí pensé: “Mmmm”.

El capitán Pablo Carballo, el alférez Jorge Barrionuevo, el teniente Carlos Rinke y el primer teniente Mariano Velasco, integrantes del Grupo 5 de Caza, en la base de la Fuerza Aérea en Río Gallegos durante la Guerra de Malvinas.

En ese momento, estaba saliendo del canal a máxima velocidad, unos 410 nudos. Revisé los instrumentos y se encendieron luces de alerta del sistema hidráulico y de combustible, pero no podía eyectarme a esa velocidad. Decidí cruzar el canal antes de pensar en la eyección.

-¿Y Osses?

-A los gritos: “¡Eyéctese! ¡Eyéctese!“. Una vez que crucé el canal, más tranquilo, miré por el espejo. Yo no veía el fuego, veía un chorro de humo que salía del ala izquierda. Le dije a Osses: ”¡Anotá las coordenadas que me voy a eyectar!“.

-¿Recuerda las coordenadas?

-Ahí pasó algo extraño: o yo se las di mal o él no las anotó bien, porque cuando llegaron a la base preguntaron: “¿Y a dónde se eyectó Mariano?” Él dijo que tenía anotadas las coordenadas, pero cuando se fijaron en el mapa aparecía como si me hubiese eyectado por la Isla Fiji…

Yo me había tirado en paracaídas, pero nunca me había eyectado. Pero el miedo no es tonto… Me acuerdo que en ese momento bajé la velocidad para hacer una eyección controlada. Me acomodé bien en el asiento, porque sale con el asiento, puse el navegador en posición y le canté los números en latitud y longitud… Yo creo que se los canté bien. Él me pasó por la izquierda con una furia y a lo mejor no las anotó bien. No sé, tal vez el error fue mío o de él.

Al cruzar el canal, iba a 420 nudos, unos 700 kilómetros por hora. Sabía que para eyectarme debía reducir la velocidad, porque no se recomienda hacerlo a más de 360 nudos debido a los riesgos para la salud. Al llegar a la isla Gran Malvina, disminuí la velocidad y, al alcanzar la adecuada, accioné la manija de eyección. Sentí la explosión de la cabina, la cúpula salió volando y, de repente, me vi fuera del avión, atravesando el protector facial. En segundos, el paracaídas se abrió y, mientras descendía, vi cómo el avión continuaba hasta explotar justo a la altura de mis pies. Al tocar el suelo, me di un golpe tremendo y sentí un dolor intenso en la columna, causado por la fuerza de aceleración del cohete de eyección.

-¿Supo donde cayó?

-Sí, cerca de Port Howard, a 10 kilómetros. Ahí había un hombre de la Fuerza Área que hacía de retransmisor, retrasmitía la comunicaciones.

-¿Qué hizo en tierra?

-Estaba empezando a oscurecer, era alrededor de las 16:50. El terreno se parecía mucho a la Patagonia, con paja dura y arbustos bajos. El viento era tan fuerte que casi nada podía crecer, solo se veía esa paja pinchuda. Pisé una de ellas y me torcí el tobillo, aunque en ese momento apenas lo sentí: el dolor más intenso estaba en la columna. La niebla era densa y escuché aviones acercándose. Escondí el paracaídas, confiando en que un oficial de la Fuerza Aérea que estaba cerca vendría a buscarme. Pero pasaba el tiempo y nadie llegaba… Como la zona era restringida y los ingleses habían intimado a rendirse, temí que si me encontraban me harían prisionero. Así que empecé a caminar.

-¿Llevaba algo para sobrevivir?

-Sí, antes de empezar a caminar, armé la mochila que estaba en el almohadón del asiento: tenía un paquete de supervivencia con provisiones, brújula, anteojos, fósforos, agua, una radio y materiales para pescar. Puse la radio en la frecuencia de emergencia, pero no escuché nada. También había unos caramelos tipo “mentholiptus”, pegajosos y horribles, pero guardé la mitad para dárselos a mis hijas. Estaba tan seguro de que iba a salir adelante… En broma, le dije a mi mujer: “De vos me acordaba poco” [risas]. Pero lo cierto es que pensaba mucho en mis hijas, ellas eran chiquitas.

-Además, se acercaba la noche, ¿tenía la ropa adecuada?

-Sí, tenía un traje antiexposición: todo cerrado, con cuello de silicona, medias del mismo material en los zapatos y un cierre hermético. Era abrigado, tanto que a veces tenía que abrirlo porque transpiraba y la humedad quedaba atrapada adentro.

-Y así empezó a caminar…

-Sí, caminé hacia el sur, siguiendo una huella. A veces me encontraba con algún alambrado, pero en medio de esa oscuridad no veía nada. Era como si las estrellas y la luna no existieran. Una oscuridad absoluta. Así, caminé toda la noche, avanzando 45 minutos y descansando 15. De vez en cuando me metía en el agua, porque por esa zona hay varios arroyos de donde se extrae la turba, un tipo de carbón primario que, al secarse, se convierte en una especie de brasa que sirve para encender fuego. Camine al día todo el día, aunque me demoré un poco porque se me rompieron los zapatos, se despegó la suela. Lo solucioné con un cortaplumas del chaleco, le hice unos agujeros al cuero y con algunos hilos del anti-G (un buzo especial que asegura que la irrigación del cerebro y de los órganos principales) hice una costura.

-¿Cómo estaba anímicamente?

-No dormí en todo ese tiempo, estaba sumamente acelerado… Solo pensaba en mis hijas, mi señora y mi familia.

-¿Cómo fue el rescate?

-Iba caminando pegado a un alambrado que me servía de referencia. Subí un pequeño cerro y vi una casita: un refugio. Toqué la puerta, pero como no salió nadie, me metí. El lugar era bellísimo, con un arroyo que pasaba cerca. Para encender el fuego arranqué unas hojitas a unas revistas Selecciones Reader’s Digest, en inglés, que encontré ahí. También usé un pan de turba del galponcito y prendí el fuego. Después comí algo: había salchichas en lata, grasa, arvejas y leche condensada.

Al día siguiente me fueron a buscar y encontraron el asiento eyectable y pensaron que no estaba muerto. El 31 de mayo escuché ruidos, eran unos kelpers que venían a caballo. Con mi inglés y el español de ellos nos comunicamos. Al más grande del grupo lo habían operado de apéndice en Comodoro Rivadavia. Fueron ellos quienes dieron aviso. Uno me preguntó si tenía cigarrillos, le dije que ya me los había fumado. Así que agarró una cajita de tabaco que traía consigo y me preparó unos cuatro o cinco y me dejó acomodado sobre la mesa el tabaco, el papel y una caja de fósforo. Y fueron a dar aviso.

Al día siguiente, escuché la bocina de un vehículo, un Land Rover. Me trajeron un termo con leche, café y té y unos scones caseros… querían que comiera, pero yo no tenía hambre. Me llevaron al pueblo. Era una localidad pequeña, unas 20 casas. Allí, me dediqué a ayudar. Hacía la comida: había papa, cebolla y cordero. Cuando se acabó la papa y la cebolla, hacían el cordero hervido, era lo más horrible que probé en mi vida. El cordero asado es riquísimo, pero hervido nada que ver. Ahí estuve hasta el 6 junio que me subieron al buque hospital Bahía Paraíso, de la Marina Argentina.

-¿Logró comunicarse con su familia?

-Cuando llegué a Puerto Howard me comuniqué con el Brigadier Castellanos. Él era de la zona. “¡Yo sabía, gallego, que no te ibas a morir!”, me dijo y avisó en mi casa que yo estaba bien. Para colmo, cuando les avisaron que estaba desaparecido habían mandado un cura y un médico… Así, uno imagina lo peor. Pero mi señora siempre creyó que yo estaba vivo, a pesar de que me habían dado pocas posibilidades de sobrevivir. Rezaba el rosario y en todas las capillas e iglesias que iba dejaba una gorra, algo del uniforme… no me dejó nada: una chaquetilla blanca me quedó [risas]. Después de todo eso, fui a ver a mis compañeros en la base San Julián, porque ya estaba terminando todo y volvían. Ahí dormí como un ángel, no sé qué me dio el médico… Después, en un Lear Jet que venía a buscar repuestos a Río Cuarto me llevaron hasta donde estaba mi señora, mis hijas y mi padre. Estaba delgado, había perdido unos 10 kilos. Cuando llegué, el 8 de junio, estaban todos esperándome, mi padre, mi señora, las chicas… me esperaban con una botella de whisky. Aunque no me gusta mucho, lo tomamos para celebrar.

-¿Qué pasó después de volver de Malvinas? ¿Cómo siguió su vida?

-Luego de mi regreso, me hicieron varios chequeos médicos. El tobillo lo tenía hinchado, estuve casi 45 días con yeso y cuando me lo sacaron tenía un infección en los tendones, así que me volvieron a enyesar. Finalmente, volví a volar en la Fuerza Aérea, en el mismo avión, el A-4B. A fin de año ascendí a capitán. Fui a la escuela de Comando, fui jefe de escuadrón en Mendoza. Después, en Buenos Aires, estuve en la Secretaría General y fui ayudante del comandante de la Fuerza Aérea José Antonio Juliá. También me dediqué a trabajar con el Incucai para el transporte de los grupos de ablación. También fui designado agregado adjunto y profesor de la Fuerza Aérea Boliviana en La Paz, donde estuve dos años.

El reencuentro

-¿Cómo surgió el reencuentro con Neil Wilkinson?

-Tras la guerra, Neil que era un sargento artillero sufrió estrés postraumático muy severo. Se separó de su esposa. Lo retiraron de la Royal Navy. Cuatro o cinco años después de la guerra, él vio un video donde yo hablaba sobre el derribo de mi avión y se contactó conmigo. Primero me escribió un correo diciendo que quería verme, luego lo hizo a través de la BBC. En 2012, vino a Argentina a encontrarse conmigo. Previo paso por Malvinas.

-¿Cómo fue ese reencuentro?

-Fue increíble. Un encuentro muy emotivo. Él lloraba como un chico. Me dijo que su trabajo había sido operar ese sistema de armas, pero que nunca olvidó lo que pasó. Nos entendimos, a pesar de las circunstancias. Yo le agradecí su valentía por venir hasta acá, pero le dejé claro que para mí, la soberanía de las Malvinas es de Argentina. “Nosotros tampoco entendemos por qué tomaron esa decisión… nos parecía una locura ir a una isla a 14.000 kilómetros”, me dijo. Neil estuvo bastante afectado por lo que ocurrió y, aunque no compartimos todo, entendí su dolor. A él le costó mucho salir adelante, conseguir trabajo. Nos mantenemos en contacto por Facebook.

Neil Wilkinson y Mariano Velasco, antiguos enemigos en Malvinas, se reencontraron en Córdoba y compartieron un asado.

-¿Cómo recuerda la guerra de Malvinas hoy en día?

-La guerra fue una experiencia terrible, pero ese encuentro con Neil me ayudó mucho a entender el perdón y la comprensión. Él está mejor ahora, me escribe para los cumpleaños y cada vez que doy una charla. Creo que, en cierto modo, el encuentro le sirvió más a él que a mí.

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