Publicado: marzo 29, 2025, 9:30 am
Parecía que Barrancabermeja, la capital petrolífera de Colombia, había superado por fin una dinámica de masacres y hechos violentos cometidos por paramilitares y guerrilleros que duraba décadas.
Pero 2025 ha empezado con cifras de homicidios muy preocupantes: 22 personas han sido asesinadas en enero, casi la misma cifra que en todo el 2020, el año de la pandemia, con 28 homicidios. Ya el año pasado la cifra de muertos fue muy impactante: 13 mensuales hasta alcanzar los 161 homicidios, la peor cifra de los últimos 20 años.
El 21 de febrero se produjo un doble crimen de dos menores de 14 y 15 años. Ambos fueron ametrallados por desconocidos armados. Uno de ellos murió en el lugar del atentado por múltiples impactos de bala y la otra víctima agonizó camino del hospital donde no pudieron salvarle la vida.
Barrancabermeja tiene un gran historial violento desde hace un siglo cuando se produjeron las primeras huelgas de los trabajadores de la industria petrolífera. El asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán provocó la creación de una Junta Revolucionaria en una ciudad de clara inclinación liberal. En los años 80 y 90 del siglo pasado los grupos guerrilleros tenían tanto poder que la ciudad se dividió en «las dos Barrancas», una controlada por los insurgentes y otra por las fuerzas gubernamentales.
El Ejército colombiano no se acomodó a la situación y utilizó a sicarios durante 1992 y 1993 para asesinar a cualquier persona que fuera sospechoso de apoyar a las guerrillas. Años después, la Corporación Regional de Derechos Humanos documentó el asesinato de 68 personas por parte de una unidad secreta de la Armada colombiana.
Las guerrillas incrementaron las ejecuciones extrajudiciales de las personas que consideraban arbitrariamente colaboradoras o simpatizantes de militares. También utilizaron los secuestros y las extorsiones hasta que a finales de siglo, en mayo de1998, unidades paramilitares anunciaron su llegada asesinando y secuestrando y haciendo desaparecer a decenas de personas en un solo día.
Las Fuerzas Armadas colombianas hicieron la vista gorda ante la llegada del nuevo poder criminal, que se iba a especificar en masacres, desplazamientos masivos y desapariciones forzadas. El reguero de sangre duró varios años.
Cualquier líder social o abogado de derechos humanos estaba permanentemente en el punto de mira del nuevo poder en la sombra que empezó a «reconvertir a simpatizantes de la guerrilla en nuevos combatientes paramilitares». El miedo impuesto por unos fue multiplicado por el miedo de los otros. Hay familias con asesinados por ambos lados.
Las mujeres responsables de la Organización Femenina Popular, defensora de los derechos humanos, tuvieron que actuar de forma cautelosa para evitar convertirse en las siguientes víctimas. Algunas llevaban acompañamiento de Brigadas Internacionales de Paz, que odian que se les llamen escudos humanos a pesar de que su presencia física ha salvado la vida a muchos activistas.
Muy críticas con la violencia desatada por los grupos guerrilleros de izquierda, los paramilitares de derechas y las fuerzas armadas, han batallado por una mayor autonomía de las mujeres en un contexto de violencia permanente donde la violación como arma de guerra es utilizada por todos los actores armados colombianos.
Las calles de Barrancabermeja y el propio río Magdalena dejaron de almacenar cadáveres tras los acuerdos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 2016. Milagrosamente, la ciudad registró el descenso más significativo de todo el país en el número de acciones armadas. Se llegó a sudar por el calor y la humedad y no por el miedo a convertirse en la siguiente víctima.
Aunque el espejismo sólo duró una corta aunque relativamente larga temporada de un puñado de años. En las zonas históricamente conflictivas cualquier disminución de la violencia es recibida con gran alegría por los civiles, siempre víctimas del fuego cruzado de intereses criminales y mafiosos.
A toda la violencia armada hay que añadir el tráfico local de drogas y la lucha entre bandas rivales por el control de los barrios más olvidados por las autoridades. La llegada hace tres años del Clan del Golfo a la ciudad, el cartel más poderoso de la actual Colombia y vinculado a grupos paramilitares, multiplicó los cultivos de hoja de coca, los laboratorios donde se produce el clorhidrato de cocaína y la comercialización de la droga.
La lucha por el control del mercado interior de la cocaína es la causa del 80% de los homicidios en la ciudad. Las bandas criminales reclutan a menores para que cometan asesinatos por un pago de menos de 250 euros por homicidio. La paz figurada y simulada ha saltado por los aires y la tensión se siente en el mismo embarcadero tras la llegada de la chalupa procedente del Magdalena Medio.