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Más que tulipanes: bosques, lagos y cañadones en el valle patagónico que podría haber quedado en manos de Chile

Publicado: octubre 22, 2025, 6:00 am

La primavera suele traer las imágenes de campos de tulipanes que colorean las laderas del valle y lo instalan en la conversación nacional. Pero esa postal es apenas la puerta de entrada a un escenario más vasto, donde la memoria de los colonos galeses convive con viñedos que desafían el frío austral, bosques eternos custodiados por alerces milenarios y montañas abiertas a la aventura.

Esquel (@turismoesquelok) es un territorio que alguna vez estuvo en disputa de soberanía, y que hoy se reinventa como destino turístico diverso, capaz de conjugar historia, naturaleza y nuevos proyectos que miran hacia el futuro.

HUEMULES: RESERVA DE MONTAÑA Y BOSQUE DE LENGAS

Llegar a Huemules de noche es entregarse a un enigma. Fueron pioneros con la propuesta de domos de lujo en 2018, y tras la nevada histórica –de más de cuatro metros en 2022– y el colapso de algunas estructuras, al año siguiente renacieron fortalecidos. A los cinco domos incorporaron cuatro tiny houses y dotaron todas las áreas públicas de una estructura más fuerte y eficiente energéticamente, empezando por el comedor, donde se sirven las comidas y organizan las actividades de la jornada.

Un trekking de alta montaña, una de las actividades de Huemules

Al amanecer, cuando la penumbra cede, el lugar devela su bosque de lengas, sus cumbres nevadas, el murmullo del río, a poco más de 20 kilómetros de Esquel.

El apellido Hidalgo Solá, tallado en la madera de la entrada, está asociado a estas tierras desde 1976, cuando el abuelo de Santiago Hidalgo Solá las compró para usarlas como veranada. Entre 1979 y 2000, el Estado llevó a cabo una explotación de polimetales en altura, que proporcionó a la estancia una red de 80 kilómetros de caminos internos, y que amplían el menú de actividades. Santiago fue el que impulsó el proyecto turístico, que incluye a su hermano, sus padres y sus tíos, y también a Luis, el baqueano que nos guía en la primera cabalgata. Su familia lleva generaciones criando caballos en el paraje Río Percy, pero ahora su oficio se ha vuelto otra cosa: compartir su saber con los viajeros.

Huemules supo ser un campo de veranada de ganado

Luis cuenta que, de a poco, fue redescubriendo el paisaje que conoce de pequeño. Junto al fotógrafo, Xavier, y la gerenta de Huemules, Andrea Cárdenas, cabalgamos detrás de él por un bosque cerrado de ñires y lengas. Así nos acercamos a un mirador donde el cerro La Torta se recorta contra el cielo.

Más adelante, llegamos al Puesto de Vidal. Luis explica que los puestos llevan el nombre de quienes los habitaron. Vidal vivió aquí, en soledad, hasta sus 80 y largos años, rodeado de flores amarillas y plumeros que parecen bailar con el viento. Su hogar era una pequeña construcción de madera, que ahora utilizan de posta. Al regresar, los caballos galopan a toda velocidad. Saben que el recorrido está por culminar. La bajada cambia de fisonomía: de la tierra acolchonada del bosque, esa suerte de compost milenario, a la roca dura y la arenilla amarillenta que quedó como resabio de la erupción del volcán Chaitén, en 2008. Nos espera una exquisita cena en el lodge, donde la cocina pone especial atención a los productos frescos y locales.

Las tiny houses fueron construidas luego de que una intensa nevada destruyera algunos de los domos

Allí conocemos a Nahuel Gasparetto, un experto fanático de este lugar y encargado de diagramar las excursiones, tanto de trekking, cabalgatas o mountain bike. Hay opciones de medio día y de día completo, baja, media y alta dificultad. “Nos amoldamos a la necesidad de los clientes, podemos organizar trekkings cortos, largos y extremos, pero lo más increíble de Huemules es que es posible hacer alta montaña de forma muy accesible porque la cima está ahí nomás”, dice. Nahuel tiene 32 años y es oriundo de Baradero. Llegó acá después de una vida de emprendedor en la llanura para enfrentarse a los desafíos de la cordillera. Con ojos que parecen ver más allá del presente, sueña con cartografiar estas cumbres, bautizar picos anónimos, caminar senderos todavía secretos. Su entusiasmo es casi una fuerza física.

El bosque cubre miles de hectáreas, sobre las laderas de la montaña

“Lo que vemos es una de las caras del cordón Rivadavia, conformado por cuatro hermosos cañadones”, informa. Y sigue: “El hecho de tener acceso gracias a los caminos de la mina nos permite llegar a diferentes puntos y apreciar hermosas vistas, mallines… cada cual tiene su encanto: son 6.300 hectáreas de lengas y ñires, con orquídeas silvestres, zorros, jabalíes, pumas, frutillas silvestres”.

Con él desandamos en camioneta un viejo camino de la mina abandonada para llegar al sendero Huemules Norte, atravesando túneles de nieve que todavía resiste y que cruje bajo las botas. La recompensa es una cascada que cae como un latido dentro de un anfiteatro natural. Es el sitio ideal para una merienda y unos mates. Al atardecer, en el cielo se dibujan jirones de tonos rosados y dorados; el aire se pone fresco. Al regresar al domo, una pequeña liebre se cruza por el sendero para cobijarse debajo del deck.

Al día siguiente, Nahuel propone otra aventura. Subimos otra vez con la camioneta hasta donde la nieve en pleno deshielo nos permite. Desde allí, una caminata hasta la base de la montaña, donde la vegetación desaparece y la vista es inmejorable. A lo lejos, el valle 16 de Octubre, verde profundo, la laguna La Zeta, y más allá Esquel. Nahuel marca con el dedo los viejos caminos mineros que todavía lastiman las laderas hasta perderse en sus entrañas derrumbadas. No ha quedado un solo túnel en pie. Encaramos la vuelta descendiendo en bicicleta a toda velocidad por senderos que zigzaguean entre árboles de troncos blanquecinos. El viento nos da en la cara, y la velocidad tiene algo de libertad primitiva.

La gastronomía de Huemules es uno de los puntos fuertes

LOS ALERCES: KAYAK Y SENDEROS ENTRE BOSQUES MILENARIOS

Un bosquecito de arrayanes baña sus pies en el Lago Verde. Desde el ecodomo del Camping Agreste puede verse cómo el agua se mueve hasta cubrir el pasto, para luego retirarse suavemente. Es un día ideal para el kayak. “Tienen mucha, mucha suerte: no hay una gota de viento”, enfatiza Juan Capllonch de Frontera Sur. Más que un guía, Juan es un fanático enamorado del PN Los Alerces. Lo conoce tan a fondo que podría recorrerlo con los ojos cerrados. Y sueña con su conservación al máximo. Tanto que todas las actividades que planifica buscan generar el menor impacto posible. “Quiero que esto dure para siempre; no quedan muchos lugares así”, asegura, mientras despliega un mapa del parque en una mesa del camping.

El turquesa del río Arrayanes

Razones para amar este sitio no le faltan. El parque, que fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, alberga un bosque milenario (los alerces son la segunda especie viviente más longeva del planeta) y una impactante biodiversidad distribuida en sus más de 260.000 hectáreas. Además, es una pieza clave para conservar el ecosistema de los Bosques Templados Valdivianos, una ecorregión considerada por los científicos prioritaria y sobresaliente para la conservación a escala mundial.

Desde la playa del camping vemos cómo el lago cierra su perímetro rodeado de un bosque frondoso de maitenes, alerces, coihues, pinos, cipreses. Los cauquenes nadan tranquilos, a sus anchas, y en su propiedad. Junto a Juan, su guía ayudante, Nicole, y el fotógrafo arrancamos a remar cerca de las 10 de la mañana. Apenas nos deslizamos hacia el lago, abandonamos el remo y dedicamos unos minutos a la observación de este paraje increíble, justo enfrente de la desembocadura del río Rivadavia.

Playa de Cume Hué, en el lago Futalaufquen

Cruzamos el Verde bordeando rocas inmensas hasta que aparece, en el corto horizonte, el puente colgante del río Arrayanes. Juan avisa que vamos a hacer una parada previa, antes de remontar uno de los cauces más cortos y bellos de la Patagonia. Enfilamos los kayaks hacia el antiguo muelle del Lago Verde, donde atracaban las embarcaciones cuando estaba permitida la navegación a motor por el Arrayanes. “Gracias a Dios, prohibieron eso y podemos mantener este lugar lo suficientemente prístino”, dice. En lo que queda del muelle, una familia de coipos toma sol y duerme la siesta. Juan despliega un mantel con mermeladas caseras de rosa mosqueta, grosellas, guindas, que combinamos con scones caseros. “Es la herencia galesa de la zona”, aporta. Y agrega: “Les debemos mucho a esos aventureros galeses que se instalaron en el valle 16 de Octubre para plantar la bandera argentina”, dice, inflando el pecho.

Eco Domo del Camping Agreste, a orillas del Lago Verde

Apenas apuntamos hacia el Arrayanes, el agua empieza a tornarse tan turquesa que parece irreal. El kayak se desliza empujado por la corriente que conecta el Verde con el Futalaufquen. Son apenas 500 metros de naturaleza extasiante. Juan va marcando algunos tesoros al paso: “Ahí hay un alerce solitario, pocos lo conocen”. Antes de pasar por el camping, el río se ensancha y se vuelve bien caudaloso, sin perder transparencia. Las truchas deambulan como aletargadas acercándose a las costas, donde la vegetación tupida proyecta su sombra.

Nicole, guía de Frontera Sur

La desembocadura del Arrayanes en el lago Futalaufquen (el “Futa” para los lugareños) obliga a retomar la remada, ya sin corriente a favor. El objetivo es llegar a la playa El Francés. “Es increíble que siga sin soplar el viento; por lo general, en esta parte del trayecto se despierta”, dice Juan, asombrado. Una península pedregosa es el primer mojón. El agua se aclara en degradé y el calor está para un chapuzón. Juan nos pide que aguantemos hasta el siguiente punto. Que lo que viene es mejor. Y tiene razón. La playa de Cume Hué, una histórica hostería de Los Alerces, es una bahía rodeada de vegetación, con un pequeño muelle. El chapuzón es obligatorio. Nicole aprovecha para probar las técnicas de roll (darse vuelta con el kayak). Apenas salimos del agua, una lugareña nos reta a tirarnos del muelle. Su marido advierte: “Ojo que ahí está muy fría”. Al salir, nos espera con una cerveza bien helada. Un merecido premio.

Juan Capllonch

Al regresar al camping, Juan nos recomienda hacer el sendero hacia el mirador del Lago Verde. “Si salen ahora, van a llegar a la mejor hora”. Lleva una hora caminar 1,6 kilómetros de dificultad media, pues presenta una pendiente apenas pronunciada que trepa hasta un mirador desde donde se ven los lagos Verde, Rivadavia y Menéndez. El sol cae y se esconde detrás de los Andes nevados. El cuadro es inmejorable. La Patagonia en todo su esplendor.

Kayak en Los Alerces

REFUGIO KRÜGGER & LAS PALANGANAS

La buena noticia de 2025 en el PN Los Alerces es la reapertura del sendero a Las Palanganas, que cerró en 2013, con el florecimiento de las cañas colihue. Se trata de un fenómeno raro que sucede cada 60 años y atrae centenares de roedores. Era una pena que uno de los trekkings más atractivos –y no muy complejo– estuviera cerrado al público por falta de mantenimiento. Al ofrecerse al público otra vez, ha recobrado un nuevo sentido el alojamiento en el Refugio Krügger, una hostería sencilla a orillas del lago homónimo, a la que sólo se llega en embarcación o caminando, en un trekking de 12 horas que comienza detrás de la Hostería Futalaufquen (cerrada hasta nuevo aviso).

El sendero a Las Palanganas tiene sectores muy bonitos.

El Krügger fue construido a principios de los años 2000 por Alejandro Cantón y José Brazzola, que utilizaron la caballeriza que allí tenía Parques Nacionales para darles forma a las cuatro habitaciones, sobrias, pero de ubicación increíble. La primera temporada fue en enero de 2003. Cantón falleció en 2007 y Brazzola siguió unos años más, hasta que cedió su explotación a una agencia de Esquel, que fue la que padeció la “ratada”.

Caña colihue que cierra el sendero.

Desde antes de la pandemia, la concesión del refugio –todo de madera, y con unos tirantes que dan cuenta de su antigua data– está a cargo de Cleona, la misma empresa que ofrece la navegación al Alerzal Milenario, y que, durante los últimos tres años, viene ofreciendo un plan que combina la entrada y salida en lancha con pernocte en la hostería. Frontera Sur, por su parte, lo hace un poco más aventurero: con traslado en kayak y sumando otra noche en caso de querer incluir el sendero hasta Las Palanganas del Frey.

El bosque de coihues, en el sendero hacia Palanganas.El río Frey, protagonista de la historia de Los Alerces y la disputa con Chile.

El capitán del barco que une Puerto Limonao con Krügger es Carlos De Bernardi. Carlos tiene 77 años, es oriundo de Esquel, y rememora con exactitud el momento en que llegaba en auto junto a su padre hasta esta seccional del parque. Eso fue antes de que concluyeran la represa Amutui Quimey, en 1976, cuando buena parte de la zona quedó bajo el agua. “De todos los lugares que conozco, me quedo con este”, dice, sin dudarlo. A los 10 años tuvo por primera vez el timón de un barco, con el que navegó el lago Futalaufquen. Desde entonces, quedó pegado como un imán a esta porción de la Patagonia.

La vista desde el refugio Krügger.

La primera parte del camino a Las Palanganas culmina donde un cartel indica la bajada hacia el Naufragio de Frey. Vamos con Boris Dietz, guardaparques de la seccional Krügger, cuya casa está muy cerca de la hostería. Él nos cuenta la historia, que se remonta a los tiempos en que Chile y Argentina terminaban de definir sus límites a fines del siglo XIX. De este lado, en 1898, Emilio Frey –estrecho colaborador del perito Moreno– remontaba el río que luego llevaría su nombre. Del otro lado, Paul Krüger, un geógrafo y cartógrafo alemán contratado por la administración chilena, hacía lo suyo. Frey sufriría un trágico naufragio en los poderosos rápidos del río, con varias víctimas fatales. La leyenda indica que, tiempo después, Krüger encontró su teodolito y se lo devolvió personalmente.

La historia se completa con un homenaje no suficientemente documentado: el lago que lleva su apellido –aunque levemente modificado, con una “g” de más–, del lado argentino: el Krügger. Fue, de alguna forma, un acto de justicia: Krüger sufriría el destrato de sus colegas, acusado de plagio, y desaparecería del mapa, algo realmente trágico para un cartógrafo.

El lago Krügger es uno de los sitios ideales para la pesca con mosca.

Boris termina de contar la historia cuando ya enfilamos, desde el lugar del naufragio, hacia Las Palanganas, una meca (ahora recuperada) para los pescadores habituales de la zona. Armado con un bastón de caña colihue, Boris encabeza la caminata a lo largo de los 10 kilómetros (ida y vuelta). Son, al menos, dos horas de ida y dos de vuelta, por entre matorrales de caña, troncos caídos, mallines, arroyos, flores de arvejilla, chilcos y violas. Siempre bordeando el río Frey, el sendero va adentrándose en el bosque hasta desembocar en algo que parece un camino más amplio. Boris revela entonces que esta era, en realidad, la ruta que conectaba esta sección del parque con Trevelin. Hasta la construcción de la represa Amutui Quimey, que inundó los lagos Situación 1, 2 y 3, era posible llegar en auto. Todavía resisten algunos terraplenes. También hay partes entubadas del arroyo Palanganas. Antes de llegar al final del trekking, se arriba a un barranco bastante pronunciado que desciende hacia el río.

Flor de chilco

“El nombre Palanganas se lo pusieron los pescadores por el efecto de la erosión que provoca la fuerza con la bajada del agua, formando una serie de pozones, que son un ambiente propicio para la reproducción de truchas y percas”, cuenta Boris. La potencia del río es impactante, antes de chocar con una serie de rocas ubicadas justo en el centro del cauce, para luego formar un remanso en el codo y el inicio de un meandro. La ausencia de turistas durante una década permitió que ahora veamos especies que raramente se ven, como el pato de los torrentes y los huillines.

La playita de Palanganas.

Al regresar, la tarde se presenta mágica sobre el Krügger. El lago verde esmeralda está planchado, el bosque está quieto, los picos todavía están vestidos de nieve hacia el fondo. Arriba, en un claro del bosque en la zona intangible, sobresale una formación rocosa gris. Carlos se acerca y vuelve a decir que este es el rincón del parque que más le gusta. Algo debe saber si pasó su vida entera acá. Un pez salta y rompe la superficie vidriada del lago, por lo que se genera una pequeña onda expansiva luego de su caída. Todo vuelve a su forma unos segundos después.

Cuando cae la noche nos refugiamos en el salón comedor, donde una gran salamandra atempera el fresco. La vista es inmejorable. Destapamos una cerveza para festejar la reapertura del sendero, como si los espíritus de Frey y de Krüger nos habitaran durante unos instantes.

El living del Refugio Krügger.

PIEDRA PARADA: CENTINELA DE LA PATAGONIA

La RP 12 es una línea recta que se desprende de la ruta 40 para meterse de lleno en las entrañas de la estepa. De repente, la tierra se convierte en un tapiz de pastos duros, y el horizonte en una línea nítida de visión ininterrumpida, donde cualquier accidente de la geografía se recorta y destaca como una excepción. El pavimento desaparece, y el ripio se vuelve largo y áspero justo antes de arribar a Gualjaina, el último poblado antes de Piedra Parada: una roca solitaria de 240 metros de altura y 70 de diámetro que se alza como un centinela en un valle desolado, una anomalía del paisaje estepario.

Piedra Parada: el centinela de la estepa patagónica

María Cañumir, guía de Meraki Sur –la agencia que organiza esta excursión de día completo–, es descendiente del pueblo mapuche y conoce esta zona como la palma de su mano. Donde uno ve monotonía, ella detecta pequeñas flores, delicadas y resilientes, que enfrentan al desierto con hidalguía. También destaca el espíritu de los pobladores locales, gente curtida que habita lo que parece inhabitable, soportando el frío, el viento, y las ausencias. “Acá, uno forja su carácter”, dice, mientras hacemos una parada previa en una quebrada de paisaje lunar, con rocas que se elevan como torrecillas moldeadas por la erosión.

Paisaje lunar en Chubut

El río Chubut –que corre siempre a nuestro lado– es increíblemente caudaloso, una suerte de milagro que corta al medio la aridez. Rodeado de sauces y álamos, avanza en dirección al Atlántico, modelando el paisaje y aliviando a quienes resisten en la margen. Antes de llegar a nuestro destino, un choique cruza la ruta levantando una polvareda que cubre las huellas de quienes pasaron antes. Ya en la entrada, un cartel apenas sostiene su advertencia: “Área Natural Protegida”. Aquí no hay turistas de short y sandalias. Los que llegan lo hacen por un propósito: escalar, caminar, perderse entre las grietas del tiempo.

La impactante Piedra Parada

La literalidad de su nombre está alineada con su morfología. La Piedra Parada se alza como una amenaza contra el cielo, un gigante solitario en medio de la nada. El primer contacto visual, desde la ventanilla de la camioneta, es impactante, como si estuviéramos frente a los restos de un naufragio geológico.

Los datos duros, que enumera María, dicen que Piedra Parada y el Cañadón de la Buitrera se encuentran a unos 40 kilómetros de Gualjaina y a unos 150 kilómetros de Esquel. Esta formación rocosa es el vestigio de un antiguo volcán que estuvo activo hace unos 50 millones de años, cuyos restos conforman el paisaje actual. La erosión, el viento y la lluvia fueron esculpiendo el relieve, dando lugar a formas caprichosas y paredes verticales, con cuevas y oquedades que sirvieron de refugio a pueblos originarios, quienes dejaron su testimonio en pinturas rupestres.

Sitio ideal para los amantes del rapel

Avanzamos a pie hacia el Cañadón de la Buitrera, siempre con el centinela detrás. Lo llaman así porque en las alturas los cóndores giran como sombras deslizándose sobre la roca. El sendero serpentea entre paredes de piedra que alguna vez fueron lava.

Esta formación rocosa es el vestigio de un antiguo volcán que estuvo activo hace unos 50 millones de años

El sol pega de lleno. Cada tanto, aparecen algunos escaladores que practican rápel en los empinados paredones. El cañón se estrecha de a tramos, pero nunca asfixia. La roca es un mural de tonos ocres, de grietas donde el viento silba como un animal atrapado. La fauna es esquiva, pero presente. Guanacos de mirada alerta pastan en las laderas y huyen al menor movimiento. En el aire, además de los cóndores, también se pueden ver águilas moras y halcones peregrinos, cazadores expertos que se lanzan en picada desde las alturas. Por la noche, el paisaje cambia. Dicen que los pumas, invisibles durante el día, recorren la zona en busca de presas. También aparecen las mulitas y las vizcachas.

La flor de chuquiraga, belleza mínima de la estepa

TREVELIN: VIÑEDOS, AGROTURISMO Y PAISAJES EN FLOR

Trevelin es mucho más que tulipanes, la nueva marca registrada de esta pequeña y prolífica comarca, que gracias a ellos figura en el mapa del turismo nacional. Desde hace un tiempo, se convirtió en un entorno privilegiado para emprendimientos innovadores que combinan producción y naturaleza: viñedos que desafían las bajas temperaturas, chacras dedicadas al agroturismo y campos floridos que parecen salidos de un lienzo impresionista.

Más de 50 mil flores en el campo de Peonías

Y si hablamos de pioneros, tenemos que nombrar a Patricia Ferrari y Marcelo Yagüe, que en 2004 compraron una chacra sobre la RN 259, cerca de la frontera con Chile. Lo que comenzó como una idea de “mudarse al campo” derivó en un viñedo de seis hectáreas, donde producen uno de los vinos más australes del mundo, y una finca de manejo integral repleta de sorpresas. Todo bajo el nombre de Casa Yagüe.

Patricia camina por entre las flores que cuida con esmero. “Es difícil tener así un jardín en la Patagonia”, dice, orgullosa. No es para menos. A su alrededor hay un verdadero vergel. El pasto mullido es recorrido por una pequeña acequia que, a su vez, alimenta un reservorio de agua para los viñedos. El marco es excepcional, con vista al cerro La Monja. “Creo que, cuando vinimos a ver el lugar, ya teníamos una idea de lo que queríamos”, cuenta. La pareja fue plantando árboles y flores, construyendo y ampliando las instalaciones, y de a poco convirtiéndose en verdaderos expertos en cada una de las misiones que encaraban. El viñedo nació en 2014 con la primera hectárea de vides. Durante esos años, recorrieron diversas zonas vitivinícolas de Argentina y el mundo, compartiendo experiencias y aprendiendo de enólogos y productores. En el vino, dicen, había anidada una búsqueda de trascendencia, de ese saber que se transmite de generación en generación. Finalmente, en 2018 construyeron la bodega Casa Yagüe, donde hoy producen vinos de alta calidad en casi seis hectáreas.

Tartaleta de fruta fina en Caricias del Bosque

La distribución del viñedo fue cuidadosamente planificada para garantizar la mejor exposición solar y minimizar el impacto del clima. La orientación norte-sur de las hileras, sumada a lagunas de riego y protección antiheladas, permite un manejo eficiente. Entre sus variedades destacan Chardonnay, Sauvignon Blanc, Semillón y Marsanne en uvas blancas, y Pinot Noir y el Cabernet Franc más austral del mundo en uvas tintas.

Casa Yagüe no sólo es vino. Con un plantel de vacas Angus y un pequeño rebaño de ovejas, la finca aplica ganadería regenerativa, utilizando el abono de los animales y compostaje para fertilizar la tierra. A finales de 2020, el proyecto sumó el turismo como una forma de compartir su universo con visitantes de todas partes. Patricia, que es arquitecta, se encargó de diseñar cada uno de los espacios que buscan recrear “una experiencia de vida en el campo en nuestras pequeñas casas, diseñadas con calidez para recibirlos”. Son cabañas que están integradas al paisaje y que tienen una comunicación sencilla con otro de sus puntos altos: el restaurante. “Nuestro concepto es ir en la dirección de la huerta a la mesa, con una cocina de producto”, explica.

Vinos y peonías

Otro pionero ineludible de esta zona es Sergio Rodríguez, quien llegó a Trevelin hace 30 años. La imagen de la plaza cubierta de nieve y la tenue luz de un cine proyectando Cinema Paradiso sellaron su destino. Oriundo de Mar del Plata y con una carrera como chef, decidió cambiar el mar por la montaña y apostar por una tradición familiar proveniente de Italia: el vino.

El desafío no era menor. En el valle, las heladas pueden extenderse hasta por 14 horas y llegar a los -9 °C. Sin embargo, tras un estudio exhaustivo del suelo y el clima, en 2010 plantó las primeras vides de Pinot Noir y, en 2016, realizó la primera vendimia de la historia de Trevelin. Hoy, Viñas del Nant y Fall produce 12.000 botellas anuales de Pinot Noir, Riesling, Gewürztraminer y Chardonnay, con un potencial de crecimiento de hasta 20.000 botellas. La bodega tuvo un crecimiento exponencial y se transformó en un destino turístico con visitas guiadas, ecoparking para motorhomes, un camping boutique y un restaurante donde el vino se marida con productos locales.

Mario y Ana Reguiló, la pareja detrás de Caricias del Bosque

A pocos kilómetros de Trevelin, en Los Cipreses, la familia Reguiló podría ser una postal de principios del siglo pasado. Mario y Ana sienten devoción por esta pequeña porción de tierra. “Salvo porque hay que trabajar mucho”, me dice Mario, entre risas. Ambos no pierden la sonrisa jamás. Tal vez sea el efecto de vivir rodeados de frambuesas, cerezas, arándanos y frutillas, y con un sendero a prueba de estrés: un pequeño camino que desemboca en un mirador que desanda la última porción del valle antes de llegar a Chile.

En Caricias del Bosque, es posible participar de las cosechas, conocer el proceso de elaboración de dulces artesanales y recorrer los campos donde se crían corderos patagónicos. Además, Mario y Ana ofrecen productos como huevos caseros, tejidos de lana de oveja hilada a mano y licores regionales.

Los viñedos de Casa Yagüe

Ya de regreso a las inmediaciones de Trevelin, nos acercamos a otro de los proyectos que busca complementar la experiencia de la floración de los tulipanes durante noviembre, el mes que se convirtió en la nueva temporada alta para la zona: el campo de peonías. Organizado por Meraki Sur, este circuito conecta los cultivos de Alertie y Taiyō Jardín Cordillerano, donde más de 50.000 plantas florecen a principios de diciembre en una paleta de colores que va del blanco puro al rojo intenso. Caminamos entre los canteros irregulares que forman pequeños senderos. Está nublado y a lo lejos, en la cordillera, vemos un festival de rayos seguidos –segundos después– por el ruido estremecedor de los truenos. Es hora de volver y refugiarnos: la montaña ha hablado.

Marcelo Yagüe y Patricia Ferrari, la pareja creadora de la bodega Casa Yagüe

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