Publicado: septiembre 18, 2025, 5:26 am
Vaya por delante que el debate político y el académico se parecen muy poco. La ideología, en el primero, sirve al mismo propósito que las anteojeras que impiden a los caballos percibir más realidad que la que conviene a sus dueños. Alguien dirá que también muchos debates académicos nacen contaminados por la ideología… pero tratemos de que esto no ocurra en este caso.
Para muchos españoles, lo que estos días ocurre en Gaza es un genocidio. A esos efectos, poco importa que Netanyahu «solo» esté imputado por crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional; o que, de los diecisiete jueces del Tribunal Internacional de Justicia que estudiaron la demanda presentada por Sudáfrica sobre esta cuestión, solo una diera la razón al voluntarioso Gobierno de Ramaphosa.
Si yo tuviera que aventurar una explicación para este fenómeno, diría que nuestro pueblo ha sido educado para entender que si mueren un puñado de civiles en una contienda, se trata de un crimen de guerra. Si mueren muchos —y son muchos los civiles muertos en Gaza— es un genocidio.
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito del Genocidio, sin embargo, no dice eso. Es verdad que para que exista un crimen de guerra basta la muerte deliberada de un solo civil, mientras que, para que se produzca un genocidio es necesario matar o deportar a muchas personas. Necesario, pero no suficiente. El texto legal exige que esas matanzas, esas deportaciones, se produzcan «con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso». Si no existe esa intencionalidad, el asesinato de civiles, por masivo que sea —piense el lector en lo ocurrido en Mariúpol— es «solo» un crimen de guerra.
¿Cómo saber lo que hay en la mente de las personas? Netanyahu asegura que su intención es ganar la guerra, lo que para él significa destruir a Hamás y liberar a los rehenes que los terroristas retienen desde hace dos años. El lector puede creerle o no, pero es muy difícil probar ante un tribunal que miente. Lo cierto es que el genocidio y la victoria en una guerra urbana —si esta victoria se persigue sin respetar plenamente los Convenios de Ginebra, como es indiscutible que está ocurriendo— pueden llevar a resultados idénticos sobre el terreno.
Lejos de la seriedad que se exige a los juristas, los partidos políticos españoles han tomado sobre este asunto —como sobre casi todos— las posturas que creen que pueden darles más votos. Sin embargo, quizá la pregunta que los españoles debieran hacerse a estas alturas no es si se da un genocidio en Gaza —si no lo hacen los jueces del Tribunal Penal Internacional, que Israel no reconoce, ya nos darán la respuesta los historiadores— sino cómo podemos contribuir a parar una guerra cruel que, como todas las demás, debería avergonzar a la humanidad.
Si este fuera el verdadero objetivo —como todos aseguran— no creo que el mejor camino sea el que nos separa de nuestros aliados europeos por una cuestión jurídica que me parece baladí. Galgos o podencos, los perros de la guerra sueltos en Gaza están segando las vidas de miles de civiles indefensos y ni Netanyahu ni Hamás —no nos olvidemos de Hamás— deberían salir impunes de todo esto.