Publicado: abril 27, 2025, 6:07 am
El nazismo siempre estuvo interesado en lo oculto. Y es que en las pseudociencias, Hitler y los suyos buscaron argumentos de la presunta superioridad de la raza aria. Eso les llevó a buscar pruebas de sus elucubraciones y no sólo en las bibliotecas, sino sobre el terreno.
En 1935, Heinrich Himmler, líder supremo de las SS y mano derecha de Hitler —de cuya muerte se cumplen 80 años este miércoles 30 de abril—, fundó la Ahnenerbe o Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana. A través de esta asociación, los nazis apoyaron y financiaron actividades de investigación sobre la existencia y el pasado de la raza aria. Los resultados, exagerados y tergiversados, fueron utilizados para justificar la guerra y el exterminio del enemigo.
La Ahnenerbe se dedicaba a organizar expediciones arqueológicas, antropológicas y etnográficas por todo el mundo. Una de ellas se propuso hallar el reino subterráneo de Agartha, que los nazis creían que era la capital de la Tierra Hueca o Hohlweltlehre. Sí, Hitler y los suyos llegaron a creer que nuestro planeta estaba hueco.
La idea de que la Tierra estaba hueca
La improbable teoría de la Tierra hueca no es creación de los primeros nazis sino que comenzó a circular ya en el siglo XIII. Más tarde, en 1692, Edmond Halley (sí, el del cometa) conjeturó que la Tierra podría estar formada por una envoltura hueca de unos 800 km de espesor, dos envolturas concéntricas interiores y un núcleo más interno. De este modo quiso explicar las lecturas anómalas de la brújula y hasta especuló con que los escapes de gas causaban las auroras boreales.
Ya en 1818, John Cleves Symmes, un oficial del ejército estadounidense «aportó» su variante de la teoría de la Tierra hueca, con el concepto de aberturas al mundo interior en los polos. El relevo de la hueca elucubración lo tomó Cyrus Reed Teed. Un día de 1869, este médico y alquimista estadounidense se pasó al lado oscuro de la pseudociencia… por inspiración divina. Se autoproclamó mesías y se cambio de nombre. Como Koresh, defendía la existencia de una cosmología de la Tierra Hueca cóncava o «celular». Según Koresh, la humanidad y la superficie de la Tierra existen en el interior de una esfera que abarca el universo.
Años después, otro estadounidense, William Richard Bradshaw, publicó su novela de ciencia ficción La diosa de Atvatabar (1892). En este relato, los protagonistas del mundo de arriba encuentran bajo la Tierra una civilización avanzada que utiliza el poder espiritual para tener la eterna juventud o resucitar a los muertos.
Los papeles de Lalley, Symmes y Koresh o la novela de Bradshaw debieron llegar a manos de algún miembro de la Ahnenerbe. Lo cierto es que un alto cargo del partido nazi dio a conocer a Hitler la teoría de la Tierra hueca y hasta le convenció de la necesidad de hacer una expedición para confirmarla a través de la hipótesis de la Tierra Invertida.
No solo se trataba de tergiversar la historia y la geografia para mayor gloria de la raza aria, sino de ganar la guerra. Y a ello colaboró la imaginación de muchos. Fue el caso de Peter Bender, un prisionero de guerra alemán en Francia. A su regreso a Alemania creó la Holtweltlehre, literalmente «Teoría del mundo de madera», donde retomaba muchos de los elementos descritos por Koresh.
Bender sugirió que la marina alemana hiciera una expedición a la isla de Rügen, en el mar Báltico, para tratar de identificar barcos británicos con potentes telescopios dirigidos hacia arriba, a lo largo de la supuesta concavidad terrestre (a través del hueco), utilizando rayos infrarrojos. Los nazis estaban muy predispuestos a creerse cualquier locura esotérica que dejara en mal lugar la ciencia ortodoxa de los judíos. Así que mandaron una expedición científica. Aquello fue, por supuesto, un fracaso y Bender acabó en un campo de concentración.
La esvástica nazi en el Tíbet
La Ahnenerbe encargó también una expedición al Tíbet. Tuvo lugar entre abril de 1938 y mayo de 1939, y su objetivo era realizar investigaciones diversas sobre la geografía, etnografía y fauna y flora del Himalaya. Los expedicionarios buscaron indicios que confirmasen las teorías impulsadas por la doctrina racista nazi y otras relacionadas con la afición por el ocultismo y el esoterismo de las autoridades del Tercer Reich.
El antropólogo de la RuSHA, una de las secciones SS, Bruno Beger, fue el encargado de supervisar las investigaciones en su vertiente racial y ocultista. Parte de los objetivos fue la búsqueda de gigantes pero también de Agharta, esa Tierra hueca, y su capital Shambala. El mito en el que algunos nazis creían era que desde esa ciudad gobernarían el mundo si invocaban a Gesar de Ling. Se trata de un héroe tribal que fue rey de la provincia de Ling, al oeste del Tíbet, en el siglo XI.
Los papeles que portaban esos expedicionarios situaban Agharta en las montañas del Tíbet o bajo el desierto de Gobi. Desde esa ubicación, los «intraterrestres», habitantes de esa civilización subterránea, disponían de una red de galerías para trasladarse al resto del globo.
En la búsqueda de Agharta llegaron a la ciudad sagrada de Lhasa, hogar del Dalai Lama, entonces un niño. Y aunque lograron que la esvástica saludara al cielo desde lo alto del Tíbet, los de la Ahnenerbe tuvieron que volver a casa. Era 1939 y la guerra estaba a punto de estallar. Todo el esfuerzo quedó en nada, como de una manera u otra habría ocurrido: después de todo hoy bien sabemos que la Tierra no está hueca.