La inocencia de Cristina Kirchner ha devenido un acto de fe. Una porción cada vez más reducida de peronistas cree que ella no cometió delitos. Cínicos, otros dudan, pero callan. Muy pocos feligreses del partido de Perón se animan a decir en público que acuerdan con los sucesivos fallos condenatorios por corrupción contra la expresidenta. Si lo hacen, es que hace tiempo decidieron dejar de pertenecer en forma orgánica al peronismo.
Como cada vez que se acercó a una situación crucial, Cristina trató de ocupar el centro de la escena para defenderse; a fuerza de repetir la maniobra los efectos fueron menguando
Es en el confortable abrigo de lo que no necesita ser explicado y puede ser defendido sin necesidad de evidencias que Cristina consiguió evitar estar presa. Alguien más que Dios sabe por qué sigue libre. La impunidad desemboca en las creencias que no precisan fundamentos, pero empieza en las maniobras de un sistema político experto en salvar de la cárcel a los corruptos.
Mientras más alto se haya llegado a la pirámide del poder, menos probable es que los delitos cometidos puedan ser juzgados y condenados. Si hasta hay teorizaciones sobre la inconveniencia de que los presidentes deban ser perseguidos judicialmente.
El espíritu de esa defensa de la impunidad hasta las últimas consecuencias está escondido en el artículo del Código Procesal Penal que permite a los condenados en dos instancias evitar el cumplimiento de la sentencia mientras apela a la Corte Suprema. Y, por lo tanto, reserva para un criterio puramente político del Máximo Tribunal si decide abocarse y resolver el tema con una acordada definitiva.
El dato político más cruel para la expresidenta es que será jefa formal de un peronismo en el que crece el cuentapropismo y cada jefe hace planes sin pensar en sus órdenes
La teoría de que los expresidentes no deben terminar sus días en la cárcel se aplicó con Carlos Menem. Un escalón institucional más abajo, el exvicepresidente Amado Boudou fue preso por una decisión inapelable de la Corte.
Apenas tres horas después del fallo que confirmó la condena a seis años de prisión y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos dictada por la Cámara de Casación, el ministro de la Corte Juan Carlos Maqueda aseguró que el caso de Cristina Kirchner será “resuelto en un tiempo prudencial”.
Maqueda no alcanzará a intervenir en el asunto; se jubilará en un mes. Es un caso inusual en las últimas décadas, que demuestra que es posible ser un dirigente político destacado y luego desempeñarse con honestidad e independencia como juez de la Corte.
El gobierno de Javier Milei pretende –por ahora sin éxito en el Senado– reemplazarlo por Ariel Lijo, uno de los varios engranajes que hacen posible la impunidad en los pasos iniciales de las causas de corrupción.
Milei está colaborando para sostenerla en ese lugar al extremo de convertir esa ficción en un riesgo para sus propios intereses: no es bueno que los potenciales inversores sigan preguntando si el kirchnerismo puede regresar
Cada uno tiene su herramienta. El Congreso manejado por el kirchnerismo dejó librado en 2019 al arbitrio de la Corte que corran sin límites los plazos para el juicio definitivo. Hay jueces en primera instancia que, en cambio, hacen del procesamiento con un posterior adormecimiento de la investigación un recurso que beneficia al acusado, pero a la vez lo deja supeditado a un universo que tiene de todo menos justicia.
Como cada vez que se acercó a una situación crucial, Cristina trató de ocupar el centro de la escena para defenderse. A fuerza de repetir la maniobra, los efectos fueron menguando. En los últimos años de su gobierno apeló a todos los recursos para evitar las primeras acusaciones. Las presiones generaron tantas heridas que, por caso, la Corte que falló y mandó preso a Boudou quizá haya entonces enviado una señal de que ella no tendría el trato que recibió Menem. Todo ocurre en los extensos tiempos judiciales.
Frente a la inminencia del fallo que se dictó finalmente el miércoles, Cristina inició hace dos meses una campaña con la excusa de ser la próxima presidente del peronismo. Nunca antes ese partido había tenido un dirigente que despreciara con tanto énfasis el lugar que ahora eligió ocupar.
En el camino de la recuperación de protagonismo, quedó expuesta a un forcejeo con el gobernador riojano, Ricardo Quintela, que en realidad expuso una fractura en el corazón del kirchnerismo entre Cristina y Máximo Kirchner con Axel Kicillof.
El país pudo corroborar que ella prefiere entregar su herencia política a su propio hijo antes que a su representante más aventajado, el gobernador de Buenos Aires. No es lo más importante; el dato más cruel para la expresidenta es que será jefa formal de un peronismo en el que crece el cuentapropismo y cada jefe hace planes sin pensar en sus órdenes. El primero es Kicillof y lo siguen en ese juego individualista los restantes gobernadores y el sindicalismo, entre quienes crece una corriente de interesada comprensión y acercamiento a Milei.
Cristina siempre construyó su impunidad judicial en el poder de sus potenciales votos. Ahora viene de un gobierno desastroso que ella inventó y del que fue protagonista. Con toda justicia, la gestión de Alberto Fernández y Cristina se ganó el rótulo de haber sido la presidencia peronista que terminó con la peor imagen en tiempos democráticos.
La destrucción del sistema político que siguió a la aparición de Milei genera la idea de que la Argentina ha reconstruido muy rápido un sistema de dos polos, con Cristina, otra vez, en uno de ellos. Puede ser más una ilusión que una realidad. Aparte de la malaria judicial que afronta, el mayor problema de Cristina es cómo evitar que su condición de líder del peronismo se vuelva una cáscara vacía.
Milei está colaborando para sostenerla en ese lugar, al extremo de convertir esa ficción en un riesgo para sus propios intereses. No es bueno que los potenciales inversores sigan preguntando si el kirchnerismo puede regresar al poder.
Todo “puede” es posible en el mundo de las creencias que no necesitan comprobación. Cristina necesita que le crean que alguna vez hizo milagros y que aún es dueña de una magia que nunca tuvo.