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“La escuché a usted y me hizo casi feliz”

Publicado: diciembre 27, 2024, 5:05 am

En septiembre de 2013 asistí como periodista de La Nación al reencuentro de Martha Argerich con Daniel Barenboim en la Filarmónica de Berlín. Era la apertura de la temporada: Martha al piano y Barenboim al frente de su famosa Staatskapelle para interpretar juntos –dos argentinos célebres, reunidos en un mismo escenario a dos décadas de su última presentación a dúo–, el concierto n°1 de Beethoven en la mítica sala berlinesa.

Y por supuesto, hablar de la niñez en Buenos Aires era hablar de Scaramuzza y su célebre conservatorio de Lavalle casi Ayacucho, la más acabada representación del piano, una casa sagrada, el centro del universo para varias generaciones de músicos, maestro de “Marthita”, Bruno Gelber el “Muni” y Enrique Barenboim, padre de Daniel

El encuentro motivó una tapa en La Revista con la primicia de su tan esperado regreso a la Argentina y el mismo concierto beethoveniano, su favorito opus 15, abriendo una serie de programas a dúo: un hito para las memorias de la ciudad. En aquella entrevista, Martha habló de sus nostalgias, los recuerdos argentinos y las historias que habían compartido con Barenboim a lo largo de su infancia. “Nos acordábamos de cosas personales, de cuando éramos chicos –me contó en esa tarde del otoño alemán con la mirada fija en la lluvia que corría por la ventana–. Mi mamá lo adoraba. Siempre me decía ‘¿Por qué no sos como él, Martha? ¡Vos también tendrías que dirigir!’ Nos acordamos mucho de nuestras madres. La mía siempre estuvo conmigo y por eso la extraño tanto, porque como todas las mamás, era quien más me criticaba, pero quien más me sostenía. Fue la persona que más me sostuvo a lo largo de la vida.”

Martha Argerich y Daniel Barenboim en la Filarmónica de Berlín, en octubre de este año

Y por supuesto, hablar de la niñez en Buenos Aires era hablar de Scaramuzza y su célebre conservatorio de Lavalle casi Ayacucho, la más acabada representación del piano, una casa sagrada, el centro del universo para varias generaciones de músicos, maestro de “Marthita”, Bruno Gelber el “Muni” y Enrique Barenboim, padre de Daniel. “Me siento su hija musical –contaba ella–. Además, Scaramuzza era de Géminis como yo”, recordó con un énfasis tan vívido, tan intenso y agradecido que, traspasados los límites de la nota, los relatos dieron origen a un libro (En la Edad de las Promesas. La infancia de los prodigios). “Una vez fuimos a visitarlo después de tocar un concierto de Mozart en Radio El Mundo. Bajó las escaleras de su casa, nos miró serio y con la voz seca y adusta, respirando entrecortado con su aparatito para el asma, me dijo: ¡Argerich, hoy tuve un día espantoso! Después encendí la radio y la escuché a usted. Eso me hizo ‘casi’ feliz. Yo viví poco en Buenos Aires, pero en una época extraordinaria. Había gente interesante que creaba un clima especial en la Argentina. No sé qué pasó después… Algo cambió. Iban las grandes figuras del mundo: Rubinstein, Backhaus, Gieseking, Arrau. ¡Los vi tocar a todos ellos! Ahora no sé cómo es. Antes había más emoción y encanto. Y con el maestro Scaramuzza teníamos la conciencia de estar viviendo esa época.”

Hace dos meses, el 26 de octubre de 2024, Barenboim y Argerich volvieron a reencontrarse renovando el espíritu de juventud contenido en la música beethoveniana, interpretando juntos el mismo concierto en la misma sala, la Filarmónica de Berlín, repitiendo en los mismos compases la idéntica escena en que se inicia ese libro escrito hace una década que, como autora, me dejó unida a la historia de los prodigios argentinos.

Mientras tanto aquí, en época de balances y proyecciones, por primera vez después de tantas temporadas prestigiando la programación con su rutilante presencia –la más exitosa y querida del melómano argentino–, el Teatro Colón, que acaba de proclamar el inicio de una nueva era, ha dejado de imprimir las páginas que llevan su nombre, las de su propio festival. Sabíamos que no sería parte del próximo ciclo. Aun así, la ausencia de Martha Argerich, tras varios años ofreciendo su arte excelso en lo mejor del invierno porteño, ha resentido el calendario del Colón. Lo ha dejado sin algo del prestigio, la leyenda, el brillo y la genialidad originalísima que solo la pianista –la mejor del mundo–, podía brindarle a la agenda de los conciertos. Sin esa gloria a la altura del gran coliseo, sin “la emoción y el encanto” del pasado que ella misma añoraba.

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