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Historia de la Recoleta, el barrio más elegante y conspicuo de Buenos Aires

Publicado: enero 4, 2025, 5:00 am

En 1580, Juan de Garay sorteó 65 chacras en la costa desde Retiro hasta San Fernando y por dentro hasta el ejido. En la actual Recoleta los beneficiarios fueron Domingo Irala, el mismísimo Garay, Miguel López Madera, Miguel Gómez, Gerónimo Pérez, Juan Basualdo y el alcalde Rodrigo Ortiz de Zárate quien la llamó “Los Ombúes”.

Iglesia del Pilar y Cementerio de la Recoleta según una litografía de Carlos E. Pellegrini de 1841. Nótese el coche fúnebre en el centro.

Ubicada entre Libertador, Ayacucho, Arenales y Azcuénaga, su hijo la vendió por un traje. En torno a ella surgió el barrio, “en un par de intrincados expedientes cuyos personajes fueron cuatro mujeres, un abogado ladino y un puñado de frailes desesperados”, detalla Maxine Hanon en Buenos Ayres desde las quintas de Retiro a Recoleta. ¡Veamos quiénes fueron!

Los límites de Recoleta son: el río, Montevideo, Uruguay, Córdoba, Mario Bravo, Coronel Díaz, Las Heras, Tagle, las vías del FGBM, Salguero y la traza de la autopista costera hasta la prolongación virtual de Montevideo.

Las chacras fueron pasando de mano en mano hasta que, hacia 1677, Isabel Frías Martel las reunió todas y nombró heredera a su ahijada Juana Herrera de Basurco. Pero debido a desórdenes administrativos, Juana sólo recibió dos mientras su hermana Gregoria mal heredó “Los Ombúes” y mal donó la parte más alta a los Recoletos.

Donde hoy funciona el Centro Cultural Recoleta en otros tiempos hubo un asilo de ancianos, pero originalmente fue el convento de los monjes recoletos, los que con el tiempo le dieron su nombre al barrio; la imagen es de 1880.

Hacia 1755, María Josefa Basurco Herrera recuperó parte de las tierras maternas y obsequió al Padre Maciel, su confidente y administrador, una cuadra frente a la Plazuela del Convento iniciándose un escandaloso juicio entre los religiosos que imploraban la parcela, Maciel que la negaba, los Basurco que exigían la devolución de lo ilegítimamente cedido por doña Gregoria y el escribano Facundo de Prieto y Pulido que no daba puntada sin hilo, pues había recibido parcelas allí como forma de pago. En 1793, mientras los extenuados frailes firmaban un acuerdo, poco y nada quedaba de esas chacras fundacionales.

Tiempo de quintas

Hacia fines del 1700, las chacras se habían fraccionado en quintas mejor zanjeadas y cercadas, se habían abierto calles e instalado nuevos propietarios e inquilinos: “¡Si vieras la quinta! Vendió Whyl la casa vieja hasta el bajo del río. Con esa plata hizo tres hermosísimas casas grandes y tres chicas al bajo y tres a la calle Larga, todas con opción a pasear por el bosque de olivos que es cuidado y explotado y lleno de jardines que tiene cada casa. Esto es lo más lindo que hay aquí”, escribió Mariquita Sánchez de Mendeville a su esposo refiriéndose a “Los Olivos” que había vendido a Thomas Whitfield.

Una de las primeras fotografías de la Recoleta, donde se aprecia el primitivo portal del cementerio, ca. 1867.

Pero no todo lo que reluce es oro y la zona tenía claroscuros: casas de ladrillo y tejas de hacendados y comerciantes en la cresta de la barranca y la ranchada de barro y paja de orilleros y pulperos en el Bajo; perfume de jazmines y azahares de jardines y huertos y el hedor de basurales y del Hueco de las Cabecitas (actual Plaza Vicente López) donde el Matadero del Norte arrojaba los restos de las ovejas faenadas; cánticos y tañidos de las campanas del Pilar y payadas y rechinar de facones en las pulperías… y matones escondidos en los tunales, los Recoletos expulsados, un pequeño coche fúnebre blanco conduciendo a un “angelito” al nuevo cementerio y el río en retroceso.

El hospital Rivadavia a finales del siglo XIX.

Hacia 1870, las quintas aledañas al convento comenzaron a lotearse y vender. También otras más alejadas como la de Francisco del Sar donde en una fracción se levantó el Hospital Rivadavia. O la de Nicolás Rodríguez Peña ubicada en Callao, Marcelo T. de Alvear, Ayacucho y Viamonte donde, en una parte, su hija Catalina construyó el Palacio Cazón. Un caso peculiar fue la de Manuel Arrotea delimitada por Libertador, Agüero, Las Heras y Austria. Adquirida en 1855 por Mariano Saavedra, luego perteneció a Mariano Unzué y, en 1937, fue expropiada por el Estado que la convirtió en jardín de infantes y después en residencia presidencial.

La Quinta Unzué, luego residencia presidencial, detrás de los piletones del Establecimiento Recoleta de Obras Sanitarias, ca. 1900.

Suele afirmarse que Juan Domingo Perón fue el primero en habitarla permanentemente, pero antes lo hizo Edelmiro Farrell: “Desde hace algunos días el presidente de la Nación ocupa la residencia oficial de la avenida Alvear y Agüero (…) En cuanto a la residencia de la calle Suipacha (…) permanece clausurada”, publicó La Prensa el 28/11/1943. Como Eva Duarte murió allí, fue inexcusablemente demolida en 1956 para evitar que se convirtiera en un lugar de devoción.

La primera dama María Eva Duarte de Perón, saliendo de la residencia presidencial de Av. del Libertador y Agüero.

La reemplazó la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, un diseño brutalista de los arquitectos Testa, Bullrich y Cazzaniga inaugurado en 1992.

Los Recoletos

Estos Frailes Descalzos se instalaron a principios del siglo XVIII en “Los Ombúes”: “Todo el día hay silencio y sólo el día de asueto se pueden comunicar por la tarde los religiosos entre sí”, escribió Fray Pedro J. de Parras en Diario y derrotero de sus viajes. Comenzaron con una capillita con cuatro celdas a la espera de un templo y monasterio que finalmente estrenaron en 1732. Tanto la Iglesia Nuestra Señora del Pilar, elevada a basílica en 1936, como el Convento de la Santa Recolección de San Francisco fueron presuntamente diseñados por el jesuita Andrés Bianchi. Su mecenas y constructor fue el zaragozano Juan de Narbona, devoto de “La Pilarica”.

Alumnos en el Paseo de la Recoleta. Al fondo se ve el Asilo de Ancianos, ca. 1900.

Pronto se ganaron el afecto de sus vecinos pues también alimentaban a los pobres, asistían a los enfermos, prestaban sus tierras sobrantes y organizaban dos concurridas romerías cada octubre. Pero, en 1822, la reforma religiosa impulsada por el Ministro Rivadavia provocó su expulsión e incautación de sus bienes: “García con Rivadavia extinguen las religiones para fundir en el banco las custodias y copones; cielito, cielo, cielito, cielito de las locuras, cuando se aumentan las luces nos quedamos más a oscuras”, recitaba el indignado Fray Francisco de Paula Castañeda antes de ser desterrado. ¿Qué pasó con sus propiedades?

La iglesia se vino abajo y, tras desacertadas reformas, en 1930 el Ing. Andrés Millé recuperó sus interiores y la primitiva fachada a la cual pintó de blancos y ocres. Antes de finalizar el siglo, recobró su supuesto color blanco original. “Buenos Aires era una ciudad blanca en el siglo XVIII porque su modelo era Andalucía, de donde venían en su mayoría los españoles”, explicó el Arq. José María Peña. Este Monumento Histórico Nacional desde 1942 es todo un hito en el barrio.

Monjas e internas del Asilo en la sala de zurcido. 1923.

Al convento se le dio numerosos usos siendo los de asilo de mendigos y ancianos los más perdurables. A partir de 1880, el Arq. Juan A. Buschiazzo lo transformó en un heterogéneo conjunto edilicio con pabellones, patios y capilla. Cuando, en 1978, se desafectó el Asilo Gral. Viamonte, los arquitectos Bedel, Benedit y Testa lo convirtieron en el Centro Cultural de Buenos Aires: “La idea fue respetar el exterior agregándole perceptiblemente algunos elementos para seguir la línea evolutiva del edificio”, explicó Testa. Y pintaron la fachada de rojo pompeyano porque “venía en el ADN de Clorindo que era napolitano y también del color lacre de las estancias de campo argentinas que se hacía con la sangre de buey mezclada con cal”, detalló Bedel. A fines de los 90, mutó a Centro Cultural Recoleta y luego en parte del predio se inauguró el complejo Buenos Aires Design Center, nuevamente obra de Testa.

El pórtico diseñado por el Arq. Buschiazzo.

En la huerta se estableció el Cementerio del Norte: “ahora se llevan los cadáveres al cementerio nuevo, en la Recoleta, y se trasladan allí desde los cementerios de las iglesias, con lo que se producen escenas de confusión, en que madres, esposos y esposas prorrumpen en gritos al reconocer los cuerpos de quienes ya no esperaban volver a ver en este mundo” describió George Love en Cinco Años en Buenos Aires. Trazado por el Ing. Próspero Catelin, se tornó un lugar desorganizado y tenebroso: “se depositan algunos cadáveres en las sepulturas de propiedad particular (…) muchos se conservan sobre la tierra en cajones mal cerrados y expuestos al aire libre, que infestan en su corrupción”, publicó El Lucero el 29/11/1830. Se pensó en cerrarlo, pero, en 1881, el Arq. Buschiazzo lo remodeló, construyó su imponente pórtico neoclásico y con el tiempo se convirtió en una de las principales atracciones turísticas porteñas.

El barrio de los palacios

Suele decirse que las epidemias de cólera y fiebre amarilla precipitaron la mudanza de familias acomodadas de la zona sur a la Recoleta, pero en general optaron por el norte de la Plaza de Mayo.

La estación de la Recoleta, ca. 1895.

A partir de 1875, lo que sí aceleró la urbanización del barrio fue la inauguración del Ferrocarril del Norte y tres líneas de tranvías que lo conectaron con el centro, la labor embellecedora y progresista del intendente Torcuato de Alvear y las nuevas necesidades y gustos de una “haute société” europeizada que cambió casas de patios por mansiones con jardines en amplias parcelas arboladas que se vendían como pan caliente: “43 espléndidos lotes inmediatos a una cuadra del delicioso paseo que serán los Campos Elíseos del Plata”, anunciaba el rematador Adolfo Bullrich.

Se acostumbra comparar a la Av. Alvear con vías parisinas, aunque es más dable equipararla con la neoyorquina Quinta Avenida del 1900. Sus veredas pares fueron las más cotizadas por su vista al río y jardines en barranca hasta Posadas. A modo de vuelo de pájaro, entre Montevideo y Rodríguez Peña se alineaban: el hôtel particulier que Edouard Le Monnier proyectó para los Fernández-Anchorena (actual Nunciatura), la residencia de Teodoro de Bary que alojó a la Infanta Isabel durante el Centenario y fue reemplazada por la de Luis Duhau (ahora Hotel Park Hyatt) y la de Alexander Hume, ya con pileta de natación. Entre Rodríguez Peña y Callao se destacaba la impactante cúpula de Lauro Castro.

Avenida Alvear y Rodríguez Peña a finales del siglo XIX.  Siguen en pie las casas de Eduardo Casey (a la izquierda) y de Alejandro Hume, cuyos pilares y rejas se ven a la derecha. La torre mirador con pináculo revestido en pizarras era la de Lauro Castro.

Entre Callao y Ayacucho, la fastuosa vivienda que Carlos Nordmann concibió para Casimiro de Bruyn, la de Jane Dunn de Drysdale (obra de Walter Bassett- Smith y sede de la Legación Británica por más de 20 años) y las de los Frederking y los González, ambas reemplazadas por el Alvear Palace y el jardín que supo tener. Encargado por el empresario Rafael De Miero a los Arqs. Brodsky y Pirovano y a los Ings. Escudero y Ortúzar y tras casi una década de construcción, fue inaugurado en 1932. Ícono de lujo del barrio, en su subsuelo funcionó la frecuentadísima boite África. Y cruzando Ayacucho, el solitario palacete de Jacques Dunant y Charles Paquin para Carlos Dose.

Alvear Palace Hotel en obras. En la foto, desde Ayacucho y Posadas. Se inauguró en 1932.

El primitivo “Camino de las Tunas” tampoco se quedó atrás: en Callao 1025 se destacaba la señorial casa que Alejandro Christophersen trazó para Tomás Devoto y que albergó al presidente brasileño Manuel de Campos Sales en 1900. En Callao 1540 y 1542 sobreviven las de Manuel Zorrilla y Guillermo Gaebeler, sedes del Colegio de Escribanos, donde se exhibe un mural de Raúl Soldi. Las Galerías Santa Fe, solar donde estuvo la gran residencia de los Paz-Anchorena, también atesoran invaluables murales de Soldi y Seoane. Asimismo, siguen en pie las magníficas casas de Guillermo Seré, obra del Arq. Eduardo Lanús y actual Embajada de Rusia (R. Peña 1741) y la de Martín Meyer y el Gral. Tomás Vallée, en Ayacucho 1571.

Para impedir que Buenos Aires continuara perdiendo su patrimonio, muchas fueron protegidas y algunas refuncionalizadas. Así, Las Heras 1722 muestra una equilibrada convivencia entre tradición y modernidad. Encargada por Axel Aberg Cobo a Walter Bassett-Smith y Bertie Collcutt, en 1919, “mantenerla ha sido un desafío y, cuando funcionó como salón de fiestas, la lucha se intensificó. Ahora sigo viviendo aquí, pero en un departamento y puedo, como desde hace 78 años, entrar por la misma puerta”, cuenta Carlos Aberg Cobo. Agrega su hermano Simón: “Estamos orgullosos de haberla preservado y porque somos conservadores, aceptamos el proyecto del estudio Lacroze, Miguens y Prati de respetar la fachada, varios interiores y levantar un edificio en el área posterior que no se viera desde la vereda de enfrente. Le dimos un nuevo ciclo de vida”.

Junto a la vecina y también refuncionalizada casa de los Molina Anchorena en Las Heras 1725, forman un conjunto privilegiado, exponente del 1900.

La soberbia propiedad de los Oneto-Gaona, en Uruguay 1174, sigue estos pasos.

¡Vamos de paseo!

A pie, a caballo, en carruaje y luego en automóvil conducido por un “chauffeur”, la cuestión era ver y ser visto: “¡Cómo ha cambiado Buenos Aires! ¡Es una maravilla! Es París con buen clima. Automóviles de lujo, mujeres bien vestidas, restaurantes, parques y jardines tales como no se ven en otras partes. Es la ciudad más linda del mundo”, describió en 1914 Robert Cunninghame Graham en El Río de la Plata. ¿Qué entretenimientos ofrecía el barrio?

Por empezar, el Paseo de la Recoleta, inaugurado en 1883, (actual Plaza Int. Alvear) con senderos, esculturas, lagos, un mirador y “una gruta adonde solían ir los suicidas. Ahí le encontraron al tío Antonio. Era una pequeña gruta artificial que, por el día, visitaban los enamorados y, por las noches, los suicidas”, relató Adolfo Bioy Casares a Diario 16 el 8/08/1988 refiriéndose a la polémica gruta de rocalla instalada por Eugéne Courtois.

La pista del Club Ciclístico en Posadas y Ayacucho. Se ven los contrafrentes de las residencias González, Frederking y Drysdale.

Enfrente, en Alvear y Bioy Casares funcionó el Recreo Belvedere y su velódromo. Entre 1900 y 1910 fue alquilado por el Club Ciclístico Italiano y luego expropiado por la Municipalidad para ampliar el Paseo. A pocos metros abrió el Palais de Glace con una pista de patinaje sobre hielo y que luego mutó a salón de baile de tango: “Palais de Glace el de antes, el del novecientos veinte, era tan lindo tu ambiente! Tan high life, tan elegante”, escribió Enrique Cadícamo. Elegante también su vecino, el monumento ecuestre al Gral. Carlos María de Alvear realizado por Antoine Bourdelle y emplazado en 1926.

Parque Japonés. Av. del Libertador y Callao (donde luego estuvo el Italpark).

Cruzando Libertador y Callao, a partir de 1911 funcionó el Parque Japonés, “el sitio que atrae más público de Buenos Aires” según Fray Mocho. Ofrecía diversas atracciones, pero la principal era el “Volcán Fuji-Yama” que se incendió en 1930. Luego funcionó aquí el inolvidable Italpark.

A Libertador y Pueyrredón, ex Casa de Bombas remodelada por el Arq. Bustillo, se mudó el Museo Nacional de Bellas Artes en 1933. Al lado, un gran estanque atraía a niños con sus barquitos. Y en Libertador y Tagle (Plaza Rep. Oriental del Uruguay) entre 1923 y 1937 estuvo el Club Atlético River Plate con estadio, canchas de tenis y boxeo al aire libre.

Palais de Glace. Posadas 1725. Fue inaugurado como pista de patinaje sobre hielo en 1910.

En la esquina de Quintana y Junín, los parroquianos ya ahogaban sus penas desde fines del 1800 en la Pulpería del vasco Michelena. Cambió su nombre por La Veredita y después los miembros de la Aeronáutica, cuya sede estaba enfrente, lo bautizaron Aero Bar. Pero entre tuercas, picadas y varios coloraditos, en los años 40 se lo rebautizó La Biela Fundida y quedó nomás La Biela, otro indiscutible ícono barrial.

A pocas cuadras, en Ayacucho y Vicente López, predio alquilado a Federico Leloir, funcionó el Buenos Aires Lawn Tennis entre 1892 y 1909. Sus socios disponían de cuatro canchas y un sencillo club house de madera.

Confitería del Águila, en su etapa final en la esquina de Santa Fe y Callao.

Alejada de la Iglesia del Pilar, la Gran Vía del Norte también ofrecía diversión. En Santa Fe y Callao competían las confiterías El Águila (vigente entre 1916 y 1972 en el edificio de renta que los arquitectos Tiphaine y Colmegna concibieron para la Compañía Franco Argentina) y Petit Café cuyos habitués, los “petiteros”, arrancaban más de un suspiro con su ropa entallada y andar seductor. Rivalizaban también los teatros: “La sala preferida por nuestra aristocracia” pregonaba el Splendid Theatre (luego Capitol Theatre en Av. Santa Fe 1848) mientras el Grand Splendid Theatre de Santa Fe 1860 alardeaba con ser “la más aristocrática y de moda” (hoy librería Ateneo Grand Splendid).

Altos en el cielo

Muchas de las grandes casas se expandieron en altura, pero ya no se estilaba que distintas generaciones familiares vivieran bajo un mismo techo y costaba mucho mantenerlas. Más rentable era tener un edificio y alquilar sus departamentos y locales. Los siguientes son algunos ejemplos de esta tipología que marcó toda una época:

Una cambiante Av. Callao en la que conviven las viejas residencias con los edificios de departamentos, hacia 1945. Se destaca su doble mano y las vías tranviarias.

  • Av. Alvear 1711 (actual Casa de las Academias Nacionales) perteneció a Ricardo Green y María Rosa Devoto, diseñada por Alejandro Bustillo en estilo Regencia. Fue inaugurado en 1927.
  • Av. Alvear 1799 fue encargado a Héctor Ayerza por María Unzué de Alvear para sus sobrinos González Álzaga.
  • Av. Quintana 402 fue de María Webster de Bibiloni. Construido entre 1934 y 1936 con planos de Daniel Duggan, argentino recibido en la Architectural Association de Londres, es su única obra arquitectónica conocida pues se volcó a la decoración. Sus muros de hormigón revocado alternan con ventanales corridos interrumpidos por loggias en la ochava, hoy desacertadamente cerradas. “Duggan tenía un personalísimo y refinado concepto de la armonía (…) la columna en medio del hall de entrada era innecesaria desde el punto de vista estructural, pero Duggan insistió en ella, ya que en dicho sitio del plano centraba la punta del compás para el trazado de la curva de la esquina”, detalló el Arq. Eduardo Sacriste, colaborador en esta obra.
  • Callao 1515 fue proyectada por Joseph Gire y Juan Molina Civit en 1910-1911 para Carlota Velázquez de Ocampo cuyas iniciales figuran en la herrería de la puerta principal. La Farmacia Colón ocupó su local entre 1953 y 2015 convirtiendo la esquina en un emblema barrial.

Siguiendo con comercios significativos, hacia 1915 Lázaro Costa ya ocupaba Santa Fe y Callao para así agilizar los viajes al cementerio. Ofrecía carruajes funerarios, nupciales, de paseo y unos con ventanillas cubiertas por paños negros para quienes guardaban luto. Cuando su local fue demolido para ensanchar la calle Santa Fe, no necesitó mudarse: ocupó directamente la planta baja del inmueble que Mario Palanti diseñó para Andrés Roccatagliata.

Edificio Roccatagliata, obra de Mario Palanti, en Av. Santa Fe y Callao. Lázaro Costa funciona allí desde que se inauguró, en 1924.

  • Callao 1040 es el más antiguo aunque no lo parezca! Perteneció a Francisco Mendes Gonçalves y fue trazado por Adolfo Büttner hacia 1905. En 1938 fue totalmente refaccionado y llevado al racionalismo por el estudio Casado Sastre y Armesto.
  • Otro de larga data es Av. Las Heras 1902 y Ayacucho, que perteneció a Enrique Badaracco con planos del Estudio Vinent, Maupas y Jáuregui entre 1911-1913.
  • El edificio Cameru de Riobamba 1175, obra del Arq. Paul Pater para Mariano Ortiz Basualdo en 1912-1915, se inspira en el inmueble parisino de la 132 Rue de Courcelles y representa una de las obras más notables del Art Nouveau porteño.
  • Paraná 1190 y Arenales, fue adquirida en los primeros 20 por el empresario azucarero Ambrosio Nougués que encomendó su residencia al prestigioso Arq. René Sergent. Su esposa Josefina consideró los planos “(…) demasiado ampulosos con la perspectiva de una enorme mansión, de complicada atención, fuera de que contraría su propensión a la sencillez y a la modestia de sus prácticas religiosas, negándose a tener una casa de tanto boato”, aclara su hijo Miguel en su libro San Pablo. Contrataron entonces a Carlos Mendonça Paz que diseñó la notable casa de renta que aún existe.

Edificio Bosch Marín sobre calle Posadas.

  • Sobre Posadas destacamos cuatro soberbios edificios. En el 1641 (hoy Procuración del Tesoro de la Nación), obra del Arq. Alejandro Bustillo, vivió Angélica Guerrico de Fernández junto a sus hijos a partir de 1927. En el 1671/1683, el Estudio Sánchez, Lagos y de la Torre creó un conjunto de dos edificios eduardianos separados por un jardín arbolado. Construidos entre 1925 y 1928, en el primer piso del 1671 vivió el comitente Samuel Bosch. Posadas 1650 y Schiaffino, proyecto de Alejandro Bustillo para Ramona Aguirre de Ocampo y cuatro de sus hijas, conjuga el academicismo francés con las tendencias modernas de la época y fue inaugurado en 1932. Hacia 1955 se mudaron allí Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, y en 2011, esa cuadra de Schiaffino pasó a llamarse como el escritor.

La Isla

“Será el único paraje de la Capital que gozará de este privilegio. Vivir en las alturas es el desiderátum de la humanidad”, publicó la inmobiliaria Bravo Barros en la revista inmobiliaria Las Ventas. Limitado por Las Heras, Libertador, Agote y Agüero, este micro barrio ocupa la antigua quinta de Samuel B. Hale que, en 1893, pasó a la firma Baring Brothers y en 1906 al Municipio.

La escalinata que “eleva” a la calle Guido en su cruce con Agote. Aún subsiste el edificio del Dr. Jorge, obra de Alejandro Bustillo.

En la parte baja, el Arq. Joseph Bouvard creó un paseo con explanadas, escalinatas y el Parque Avellaneda (actual Plaza Mitre) donde, en 1927, se emplazó el Monumento a Bartolomé Mitre.

Por su parte, en la parte alta, se instalaron espléndidas casas rodeadas de jardines como la de Carlos Madero y Sara Unzué en Gelly y Obes 2333 que, proyectada por los Arqs. Bassett-Smith y Collcutt, es sede de la Embajada Británica desde 1945. “Los domingos a la tarde cuando volvían de las carreras, hacíamos recibos: bailábamos vals, ragtime, foxtrot, pasodoble. Hacia 1922, le pedí a mi padre que trajera una orquesta de tango, a lo que se negó. Lo amenacé con no ir más a bailes, hasta que al final contrató a Osvaldo Fresedo con su bandoneón, un violín y un piano, sin cantante: era tango bailado”, recordaba Mercedes Madero de Ayerza. Otras familias “isleñas” fueron los Meyer Pellegrini, los Gowland, los Cranwell…

Monumento a Mitre. Obra de David Calandra y Eduardo Rubino, fue emplazado en 1927.

Años después, surgieron regios edificios de renta destacándose en Gelly y Obes 2258 el de la familia Von Bernard (sus iniciales se observan en la puerta principal y herrería de algunos balcones) con planos del Arq. Schoo Lastra; en el 2295 el del estudio SEPRA para Rodolfo de Álzaga Unzué quien vivió en los dos últimos pisos, y en el 2398 el de los Arqs. Acevedo, Becú y Moreno para la familia Campomar.

Aunque con el tiempo se edificaron torres de variado gusto, La Isla no perdió su carácter residencial y exclusivo.

Educar en palacios

“Antes de pensar en establecer sistema alguno de enseñanza, debe existir un local de una forma adecuada”, recomendaba Sarmiento en Educación Popular. Surgieron entonces monumentales edificios escolares que buscaban cautivar y estimular al alumno y que resaltaban la importancia de la educación pública, gratuita y laica en el marco de una concepción higienista: salas amplias, luminosas, ventiladas y limpias y grandes patios para recreos y ejercitación física. Sus nombres homenajearon a prestigiosos hombres de las generaciones del 37 y del 80. En Av. Córdoba 1951, en un sector de la histórica quinta de Nicolás Rodríguez Peña, hacia 1880 Ernesto Bunge proyectó la Escuela Normal Superior Nro.1 Roque Sáenz Peña, la más antigua del barrio. La Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, dependiente de la UBA, tuvo como arquitecto a Gino Aloisi y fue inaugurada en tiempos del Centenario. Otra palaciega, pero italianizante es la Escuela Nro. 3 Onésimo Leguizamón en Av. Santa Fe 1510 y Paraná, diseñada por Carlos Morra, e inaugurada en 1885.

Escuela Onésimo Leguizamón. Av. Santa Fe y Paraná.

Siguiendo con la labor del Arq. Morra, Marqués de Monterocchetta, a fines del 1800 proyectó parte del conjunto edilicio Nuestra Señora de la Misericordia (hogar de niñas, de ancianas, capilla, colegio y pensionado universitario). El terreno, donado por la Municipalidad y delimitado por Azcuénaga, Peña, Larrea y Pacheco de Melo, era parte del antiguo Matadero del Norte. En otro predio de este mismo matadero, se erigió la inconclusa “catedral” neogótica de Las Heras y Azcuénaga que tantos mitos despierta. Para ello, hubo que demoler varias viviendas sociales como el “Conventillo Musolino”. Concebida por Arturo Prins entre 1912 y 1938 para sede de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, no pudo terminarse por falta de presupuesto. La Facultad funcionó allí entre 1925 y 1949, y luego se mudó a la sede neoclásica de Av. Figueroa Alcorta 2263. Desde entonces, Las Heras alberga a la Facultad de Ingeniería.

Parte de la escalera de acceso cuya obra provisoria será pintada para hacer la escalera definitiva en piedra. Esto pertenece a la antigua Facultad de Derecho, hoy Facultad de Ingeniería en la ciudad de Buenos Aires. 1° de octubre de 1927.Exterior (1932) de la Facultad de Ingeniería de Av. Las Heras, cuando aún era sede de Derecho.

Petronila Rodríguez de Rojas donó la construcción de dos establecimientos en terrenos de su padre. En el Pje. Pizzurno 935/953, la imponente Escuela Graduada de Niñas que responde al Eclecticismo Germánico del siglo XIX. Edificada entre 1883 y 1893 con planos del Arq. Carlos Altgelt, después en colaboración con su primo Hans Altgelt, primero funcionó como Tribunales, luego fue escuela y actualmente es sede de la Secretaría de Educación de la Nación y de la Biblioteca Nacional de Maestros. Y en Paraguay 1766, el Colegio del Carmen con planos del Ing. Pedro Benoit, inaugurado en 1884 y ampliado después por el Arq. Mazzocchi.

El Colegio del Sagrado Corazón, importante construcción en Juncal y Callao.

En Riobamba 1059 funciona, desde 1926, la Escuela Argentina Modelo fundada por el Dr. Carlos Biedma allá por 1918. Diseñada por los arquitectos Estanislao y José Manuel Pirovano, tiene un exterior Tudor pero interiores Barrocos Hispanoamericanos. El Colegio Sagrado Corazón, que ocupó Callao 1272 y Juncal, tuvo un tristísimo e inexplicable final. Las monjas, influenciadas por las nuevas ideas del Concilio Vaticano II llevado a cabo entre 1962 y 1965, decidieron venderlo. Terminó demolido y reemplazado por el complejo Los Galgos. El Colegio Champagnat, establecido en 1915 por los Hermanos Maristas, es otro de los más tradicionales. Inauguró su sede propia de Montevideo 1050 en 1930 con planos del arquitecto Carlos C. Massa.

Han quedado en el tintero casas, hospitales, negocios tradicionales… La Recoleta, por mucho tiempo una zona humilde y rural y luego íntimamente asociada al cementerio, tendría un destino de grandeza: convertirse en uno de los barrios más elegantes y sofisticados de Buenos Aires.

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