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Estaba perdido, lo adoptaron y, en la playa, descubrieron el tesoro de una conexión única: “Siempre sabe dónde estoy”

Publicado: diciembre 18, 2025, 5:00 am

En el paisaje indómito de Frente Mar -una pequeña localidad costera en el partido de Mar Chiquita- entre el murmullo del bosque, la reserva forestal y las vastas playas abiertas, existe una animal que corre libre: Rolo, un majestuoso mestizo, mezcla de pastor alemán y border collie.

Tenía solo un año cuando Pablo Arnaldez, un porteño sin experiencia previa con perros, lo conoció. Era el compañero de su pareja, Lali, y su mundo se limitaba a las cuatro esquinas de la manzana en la que vivía. Sin embargo, el tiempo compartido transformó los paseos en una aventura diaria.

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Rolo es un mestizo de pastor alemán y border collie.

“Lo más curioso de esta amistad inusual es que comenzó sin planes ni grandes expectativas. Soy porteño, nací y viví siempre en el barrio de Belgrano. Vivir cerca del mar es una etapa más reciente de mi vida y fue un cambio importante, también en la forma de habitar el espacio y entrenar”, asegura el jugador de hockey.

Empezaron con paseos cortos, sin objetivos. Con el tiempo, y sin forzarlo, se fue generando una confianza muy fuerte entre ellos. “Fue mágico ver cómo Rolo dejó de caminar para tomar el mando del paisaje. Corría por la arena húmeda, subía las dunas y se internaba en los senderos del bosque como si fueran su territorio secreto. Y lo hacía sin correa, no por obligación, sino por elección: siempre volvía”, detalla con orgullo Pablo.

Sabe esperar al borde de la ruta antes de cruzar y se sienta pacientemente frente a un comercio si hay una parada.

“Desde la biología evolutiva, perro y humano se construyeron como especie cooperativa. Durante miles de años: el humano leía el entorno; el perro leía el territorio y las señales; ambos se regulaban en movimiento y el éxito dependía del hacer juntos”, explica el médico veterinario por la Universidad Nacional de La Plata, Baltazar Nuozzi que además es etólogo Clínico CFVET Diplomado en Gestión del Aprendizaje y Conducta Canina UCASAL.

La prueba de fuego de este lazo se da de noche. Pablo, que entrena para el Mundial Másters de hockey en Holanda, tiene días en los que debe recorrer 10 kilómetros bajo la oscuridad. El evento deportivo en el que Pablo participará como delantero de la Selección Argentina Caballeros +45, se desarrollará en julio en Rotterdam, Países Bajos. Y para llegar en el mejor estado, cumple una planificación rigurosa. “Rolo me acompaña y corre a su ritmo, ajustándose, explorando y regresando con una naturalidad asombrosa. Sabe esperar al borde de la ruta antes de cruzar y se sienta pacientemente frente a un comercio si hay una parada”.

“Siempre sabe dónde estoy. No hace falta decirle nada”.

Pablo lo resume en una anécdota inolvidable: en una noche de viento feroz, silbó una sola vez para llamarlo. Entre los arbustos, dos ojos brillaron y Rolo apareció corriendo, demostrando que nunca había perdido la concentración. “Siempre sabe dónde estoy. No hace falta decirle nada”, asegura.

La ciencia lo explica: “cuando el humano se pone las zapatillas, el perro anticipa, se activa, se acopla; juntos salen a recorrer, oler, desplazarse y no hay órdenes rígidas sino atención mutua. El cerebro del perro interpreta esta situación como una escena ancestral de caza cooperativa. Por eso sube la dopamina (expectativa compartida), se ordena la amígdala (menos miedo, menos ansiedad), se libera oxitocina (hay equipo, apego, confianza) y el perro entra en un estado de calma activa. No es obediencia. No es adiestramiento. Es sintonía funcional”, asegura Nuozzi.

Rolo es el perro más famoso y querido de Santa Clara

Bajo las estrellas, sobre la arena o dentro del bosque, para Rolo no hay comandos sofisticados ni premios para reforzar el vínculo. Su relación con Pablo está construida sobre la presencia y la confianza mutua. «Rolo es un perro tranquilo. Es activo, curioso y demandante de sus salidas. Actualmente pide paseos tres o cuatro veces por semana. Salimos por la costa —playa, Atlántida, Frente Mar, Santa Clara— y volvemos por adentro, atravesando la reserva forestal. Es muy sociable, súper amigable, se lleva muy bien con los niños. Le tiene miedo a las tormentas eléctricas».

Rolo le tiene miedo a las tormentas eléctricas.

Rolo ya tiene tres años y asiste a sus controles veterinarios regulares; es un perro feliz y sano. Pablo se asegura de que tenga una combinación de buena alimentación, hidratación, descanso y observación constante. No corre todos los días ni siempre la misma distancia. Si nota que está cansado, el entrenamiento se corta. Pero no sucede, se ha convertido en un verdadero atleta. Las patitas se revisan seguido, sobre todo después de andar por arena o terrenos duros. Pablo también Pablo evita sacarlo con mucho sol: tiene pelo largo y siente el calor del verano, por eso prefiere la noche.

“Cuando un perro tiene actividad física regular, espacio para recorrer y oler, y compañía humana de calidad, lo que ocurre en su cerebro es algo profundamente biológico y emocional a la vez”, asegura el veterinario Baltazar Nuozzi. “El movimiento activa sistemas primitivos del cerebro: se liberan endorfinas, dopamina y serotonina, que son neurotransmisores asociados al bienestar, la motivación y la calma. Correr, desplazarse, regular el cuerpo en el espacio no es solo ejercicio: es regulación emocional y gestión cognitiva. A su vez, el olfato cumple un rol clave. Oler estimula de manera directa el sistema límbico, que es el cerebro emocional del perro. Cada recorrido es una experiencia cognitiva: el perro lee el mundo con la nariz, procesa información, toma decisiones. Eso baja el estrés y aumenta la sensación de control del entorno y de su propio cuerpo y mente”.

Los beneficios continúan: porque, cuando todo eso sucede en presencia de una figura humana significativa, aparece algo más profundo: el vínculo. “Se libera oxitocina, tanto en el perro como en la persona. Esa es la hormona del apego y la confianza. Por eso el perro no responde desde la obediencia mecánica, sino desde la conexión genuina. Ahí no hay órdenes. Hay equipo. Y cuando un perro puede moverse, explorar y compartir eso con un humano presente y coherente, lo que aparece es lo mejor del perro… y también lo mejor del humano».

En una época en la que muchos perros viven sobreprotegidos o desconectados de su instinto, Rolo ejemplifica una posibilidad diferente: un compañerismo fluido, donde la libertad no es sinónimo de peligro, sino de un acuerdo silencioso.

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“Estoy maravillado con su inteligencia emocional y su capacidad de vínculo. Es mimoso, atento y muy perceptivo. Cuando ve que me estoy cambiando o poniéndome las zapatillas, se pone alerta y sigue cada movimiento: sabe que salimos. No responde desde la obediencia mecánica, sino desde la conexión”, dice emocionado Pablo.

Rolo corre porque elige estar junto a Pablo. Y en esa elección incondicional reside la lealtad más pura. Su mensaje es claro: la verdadera compañía no está en la correa, sino en la decisión de quedarse.

Muchos otros que han tenido una experiencia similar suelen decir “Cuando corremos juntos, es otro perro”. Nuozzi explica que en realidad no se trata de otro perro, sino de ese perro en su lugar evolutivo correcto. “Cuando un humano y un perro se mueven juntos, no están entrenando: están recordando”, concluye el experto.

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