Publicado: junio 5, 2025, 10:11 pm
En el festival del gol que brindaron en Stuttgart, la contundencia de España pudo más que la insistencia de Francia para redondear un espectacular 5-4 que le permitirá defender su título de campeón vigente de la Liga de las Naciones el domingo frente a Portugal.
En tiempos de amarretismos tácticos, negación de espacios y escasos márgenes de libertad para gambeteadores y habilidosos en general, de pronto surgió una semifinal de antaño. De esas épocas en las -según cuentan los libros- se jugaba a ver quién hacía más goles que el rival, casi con total despreocupación de las tareas defensivas.
Es muy posible que haya sido más por demérito de los encargados de impedir la progresión del adversario, y por el irrefrenable afán atacante de los Lamine Yamal, Pedri, Merino, Nico Williams, Mbappé, Dembélé o Doué, que por planteos originales de los técnicos, pero de principio a fin, españoles y franceses se ocuparon de lanzarse golpes a la mandíbula, para probar cuál era más débil, o lo que es igual, qué pegada era la más fuerte. Si la moneda acabó cayendo del lado de la Roja hay que buscar razones que van más allá de los análisis tácticos, aunque estos no pierdan su importancia.
España se mueve al compás de la pelota y sufre demasiado cuando no la tiene. El partido trazó a la perfección esa disparidad. Francia se la quitó durante 20 minutos iniciales a pura intensidad, presión alta y doble marca sobre las bandas. En ese lapso, Theo Hernández estrelló un zurdazo en el ángulo superior derecho y Unai Simón protagonizó el primer acto de un primer tiempo que lo tuvo como actor principal. La escena se repetiría en el cuarto de hora de cierre, y transformó en victoria apretada lo que parecía goleada estridente.
En quel minuto 20, Pedri dijo presente en el partido, y su aparición tuvo un efecto instantáneo. Cinco vueltas de segundero más tarde, los dirigidos por Luis De la Fuente ganaban 2 a 0. El volante del Barcelona fue responsable en el arranque del segundo gol. En el de apertura había emergido la figura de Lamine Yamal, enhebrando un pase por el ojo de una aguja que Williams culminó con un zurdazo arriba, previo paso por los pies de Oyarzábal.
Si el choque se había “vendido” como un duelo particular entre el pibe de 17 años y Ousmane Dembélé por el Balón de Oro, el chico criado en La Masía del Barça sacó un par de cuerpos de ventaja. Lamine es fantasía aplicada. Sorprende en cada movimiento que le imprime a la pelota, en corto, en largo, con derecha o con izquierda, gambeteando o habilitando a un compañero. Pero asombra más porque todo lo que hace tiene sentido práctico y lo ejecuta con un desparpajo que debe medirse en función de su edad. Y además de eso, marcó dos goles: uno de penal para el 3-0 y otro sacando de la galera un remate de zurda mientras se caía para instalar un 5-1 con pinta de irremontable.
La vergüenza competitiva de Francia que la puso a las puertas del milagro y dibujó un resultado más acorde a lo que se vio en el campo le deja muchos argumentos para el estudio a Didier Deschamps. Resulta casi irrespetuoso discutirle miradas y decisiones a un técnico que llevó a su selección a dos finales consecutivas de Copas del Mundo y a pelear cada competición que disputa. Sin embargo, llama la atención que en partidos contra equipos que basan su fortaleza en la mitad de la cancha insista en reducir la participación de volantes a favor de sumar delanteros.
Le ocurrió en la final del Mundial 2022 y le costó asistir a una superioridad abrumadora de Argentina durante 70 minutos. Insistió en su idea y se topó con los mismos problemas. Múltiples dificultades defensivas debido a errores individuales (le faltaron tres titulares), pero también por la inferioridad numérica y la falta de especialistas para la recuperación en el medio por un lado. Ausencia de un enganche que haga una pausa para habilitar con ventaja a los “aviones” de la delantera por el otro. Y por ese agujero central comenzó a escurrírsele el partido.
La juventud de Doué y Olise respecto a Giroud y Griezmann, los titulares en Qatar, aumentó la electricidad del equipo con relación a la final de hace tres años y medio, y la facilidad para crear acciones de peligro casi a repetición, desnudando de paso los problemas que también padece España cuando la atacan.
Aun desprotegido, Simón se fue convirtiendo en figura, ahogándole festejos a Dembélé (dos veces), a Doué, cortando por abajo un centro de Mbappé que Olise se disponía a empujar, y enviando al córner un remate de la estrella del Real Madrid. No pudo frenar la remontada final de los galos, que no desfallecieron con el 1-5, y a quienes el ingreso del debutante Cherki les dio el ímpetu y la efectividad de la que habían carecido antes (un golazo el suyo de zurda desde afuera del área).
El festejo final de los españoles sonó a alivio, porque todo hacía suponer que si el inglés Oliver prolongaba el choque cinco minutos más, el empate era inevitable. No hubiera estado del todo mal. Por todo lo que hizo la Roja, por la búsqueda incesante de Francia. Y porque en tiempos de amarretismo generalizado, hubiese estado muy bien aplaudir media hora más de un fútbol de otra época.