Cercada por su propio gobierno, la vicepresidenta Victoria Villarruel atraviesa sus horas más oscuras desde que tomó posesión del cargo y de la presidencia del Senado. Ya no le quedan dudas de que la Casa Rosada quiere verla reducida a su mínima expresión política y, de ser posible, humillada.
Aunque ya deberían estar acostumbrados, en el entorno de Villarruel se sorprenden por la crueldad con la que “el triángulo de hierro” compuesto por los hermanos Javier y Karina Milei y Santiago Caputo sigue atacándola. Por eso, otra vez empieza a sonar en el primer piso del Senado, donde habita la vicepresidenta, la muletilla esgrimida durante las anteriores refriegas públicas con el primer anillo del poder. “No la rajan porque no pueden, porque no está a tiro de decreto”, repiten cerca de la vicepresidenta.
Tras la crisis a la que la sometió Milei al acusarla públicamente de “estar cerca del círculo rojo”, que es casi como decir que pertenece a la tan denostada casta, Caputo logró que la vicepresidenta rindiera parte de la ciudadela de su independencia política en el manejo del Senado y le consulte algunas jugadas legislativas antes de llevarla a cabo.
Pero al asesor presidencial parece que no le alcanza con haberle arrebatado esa facultad sino que quiere la rendición total e incondicional de la vicepresidenta, al extremo de no escatimar esfuerzos en exponer los errores de Villarruel, sean verdaderos o inventados, y en someterla algunas acciones que rozan la humillación.
Fue lo que hizo tras la confusión por el traspaso de mando no concretado durante la sesión del jueves pasado, en la que fue expulsado el entrerriano Edgardo Kueider, el ahora exsenador que permanece detenido en Asunción tras haber sido sorprendido intentando ingresar más de U$S 200.000 sin declarar a Paraguay.
Es tal el desprecio que emana de Casa Rosada que el Gobierno prefirió poner al escribano general como víctima que defender a la vicepresidenta. Parece que la responsabilidad de correr atrás del funcionario que lleva el registro notarial de los actos de la Presidencia es de Villarruel y no de quien tiene esa función.
Caputo operó en los medios, sin que nadie lo cuestionara, que un simple chat de Whatsapp enviado 48 horas antes del viaje presidencial con una secretaria de la vicepresidenta es suficiente notificación para que Villarruel se considerara a cargo del Poder Ejecutivo a partir del momento en que el Presidente abandonara el país. “Es poco serio”, se quejó un senador que está alineado con el Gobierno, que tiene línea directa con el todopoderoso asesor presidencial pero que entiende que el hostigamiento a la vicepresidenta roza el exceso.
De hecho, no son pocos los legisladores de la oposición dialoguista que están convencidos de que la difusión de la irregularidad por el traspaso de mando estuvo motivada en seguir haciéndole daño a Villarruel más que en plantar pruebas para que Kueider o un tercero pueda ir a la justicia a invalidar la sesión y así evitar que asuma la ultrakirchnerista que debería ocupar la banca del entrerriano.
Hay un dato concreto que citan quienes sostienen que, como es costumbre en Caputo, intentó hacer de un error propio el escarnio ajeno. Ninguno de los senadores libertarios que salieron a remarcar el error en el que habría incurrido Villarruel fue capaz de advertirlo en su momento, para evitar el problema.
Esto marca, además, la disociación con la bancada oficialista es otro hecho que marca la debilidad en la que se encuentra Villaruel. Casi nadie de la escueta tropa libertaria del Senado le responde por temor a ganarse el odio de Caputo. Es más, con el jefe del bloque Ezequiel Atauche (Jujuy) a la cabeza, parecen no tener pruritos en dejarla expuesta si esa es la orden de la Casa Rosada.
“A Atauche lo maneja Caputo a control remoto desde la Casa Rosada”, cuenta un funcionario del Senado que tiene relación con el senador libertario, antes de recalcar que el jujeño no tiene estructura política y posee un limitado nivel de lectura política. Con soldados así, Villarruel no tiene quien le sea leal en el Senado.
Polémica sesión
Aunque ya pasaron casi cinco días, el llamado a sesión para tratar el caso Kueider sigue siendo, por estas horas, motivo de controversia interna y discusión en el Senado y en usinas políticas.
Villarruel dijo que no tenía margen para evitar la sesión. Desde el Gobierno aseguran que podía haberse desentendido del tema y dejar sin respuesta el pedido de sesión especial orquestado por una Cristina Kirchner deseosa de vengarse de Kueider, dar una señal de qué es lo que le espera a quienes la traicionan y, de paso, alzarse con una banca para una dirigente de lealtad perruna a su figura.
La verdad es que Villarruel fue empujada a seguir ese camino por la decisión del cordobés Luis Juez, que le comunicó el martes a la tarde que el bloque Pro, que preside, en su mayoría había decido bajar al recinto; no para expulsar al entrerriano, pero sí para suspenderlo. Era la orden que había bajado Mauricio Macri, que no quería que su partido quedar votando con el kirchnerismo, y que había obtenido el mayor consenso entre los senadores de la escudería amarilla.
De los siete senadores de Pro, al menos cinco apoyaban esa postura. Sumados a los 32 peronistas de Unión por la Patria, alcanzaban el quorum para habilitar la sesión. Atrás de ellos se iban a sumar algunos radicales y provinciales. En ese momento, Villaruel supo que la sesión podía arrancar con o sin su anuencia, y decidió convocarla. “Nunca debió haber llamado la sesión. Tendría que habernos dejado hacer una expresión en minoría y ahí terminaba todo”, opinó, con el diario del lunes en la mano, un senador peronista que no comulgaba con la estrategia de la conducción kirchnerista pero que, ante todo, es verticalista ante las decisiones de la bancada.
La incógnita que nunca nadie podrá revelar es cuántos senadores de la oposición dialoguista se hubiesen animado a sumarse al kirchnerismo y ser claves para que arrancara una sesión a contramano de la decisión de la presidencia de la Cámara alta. Peor aún. Quién se hubiese animado a ser el senador dispuesto a cargar sobre sus hombros con el anatema de ser el que le diera el quorum al kirchnerismo.
Cómo manejarse cuando el enemigo es el propio gobierno al que pertenece parece ser la pregunta que se hacen por estos días Villarruel y su grupo de colaboradores más cercanos. Sin embargo, la tarea no es tan fácil. Todas las respuestas encontradas hasta ahora se escapan como arena entre los dedos ante cada nueva zancadilla de la Casa Rosada.