Publicado: agosto 19, 2025, 6:00 am
En una travesía de 20 días por los Alpes, atravesando Italia, Suiza, Austria, Alemania, Eslovenia y Francia, hay algo que se impone más allá de los paisajes majestuosos o las casi 30 cumbres de montaña: el recorrido del italiano Dávide Marcolín, apasionado y humano, convierte cada curva del camino en una clase de historia, una anécdota vivida o una recomendación que no aparece en ninguna guía de turismo.
Este hombre de andar inquieto y mirada curiosa se distingue no solo por su conocimiento de cada rincón de los Alpes —con sus pueblos ocultos, bares extraños, restaurantes sin cartel y caminos de película—, sino por su manera de narrar y conectar con quienes lo acompañan.
La experiencia, dicen quienes la vivieron, va mucho más allá del viaje. Es un recorrido emocional, cultural y hasta existencial.
Sus días en Argentina y reinvertarse camino a Europa: “Me enamoré del país”
Dávide tiene con Argentina un lazo especial. Vivió en Buenos Aires mientras trabajaba para el ministerio de Asuntos Exteriores de Italia. Y recorrió el país como si fuera un local, o quizás más que eso. “Conozco casi todas las provincias”, dice con un español sin fisuras. De norte a sur, no dejó rincón sin explorar. “Me enamoré del país y de su gente. Hay algo en la calidez, en esa forma tan intensa de vivir, que me hizo sentir en casa”, señala.
Al volver a Europa, decidió reinventarse. Y lo hizo a su manera: uniendo su amor por las motos, su conocimiento profundo de la historia europea, y ese espíritu curioso que nunca se conforma con lo obvio. Así nació su nuevo proyecto con grupos reducidos de argentinos o extranjeros que buscan algo más que paisajes.
En cada etapa del viaje, Dávide aporta mucho más que indicaciones. Conoce la historia de cada fortaleza enclavada en la montaña, explica por qué un pueblo tiene tal arquitectura, o cuenta cómo cambió la frontera entre un país y otro. Recomienda vinos locales que no llegan al mercado internacional, invita a probar platos que solo los lugareños conocen y sugiere desvíos que transforman el viaje.
“Hacer 4.000 kilómetros en moto puede ser solo eso: un viaje largo. Pero si sabés qué estás pisando, qué pasó en ese lugar, quién vivió ahí, cómo se come y cómo se habla… entonces es otra cosa. Es un viaje por la cultura”, dice.
Los grupos suelen ser reducidos para lograr que se convierta en una experiencia personalizada. No se trata de correr ni de competir. El espíritu es otro: detenerse, contemplar, escuchar. El clima de camaradería se forma rápido, casi naturalmente. “Después de unas horas compartiendo curvas, historias, almuerzos al paso y cenas largas, se arma una tribu”, cuenta.
Dávide se encarga de transmitir el alma de los Alpes. Para él, guiar no es un trabajo: es su manera de vivir. “Cuando viajás bien, volvés distinto. Y si yo puedo ser parte de eso en la vida de alguien, ya estoy hecho”.
Su agenda se llena con argentinos que llegan por recomendación. Eso sí: son viajeros que no buscan un paquete, sino una vivencia. Que quieren andar en moto, sí, pero también descubrir el otro lado de los Alpes. El que no se ve en las postales.
“Soy un hombre de la época y del lugar en el que nací, nada especial”, expresa Marcolín. Nacido en Verona, Italia, desde muy joven supo que su camino estaría marcado por la empatía y el compromiso social. “A los 10 años me entregaron el premio a la bondad por haber ayudado a un compañero de curso durante un invierno muy duro, en 1978”, recuerda.
Desde entonces, esa sensibilidad lo impulsó a dedicar su vida a mejorar el mundo que lo rodea. “A los 15 años tenía claro que quería trabajar para que el mundo fuera un lugar mejor para todos”, afirma. Esa convicción lo llevó a ingresar, a los 25, en la Cooperación para el Desarrollo del gobierno italiano y posteriormente en UNICEF, donde desempeñó funciones principalmente en Bolivia.
Durante cuatro años, recorrió con profundo respeto y admiración las comunidades aimara, quechua y guaraní de Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil y Argentina. “Conocí, recibí y aprendí muchísimo de estos hermanos. Visitar sus naciones fue una experiencia que marcó para siempre mi forma de ver el mundo”, confiesa.
Luego de esos años, y tras el crecimiento de su familia, regresó a Verona. Sin embargo, el vínculo con América Latina lo mantuvo cerca: más de veinte años después volvió a Argentina, donde vivió seis años trabajando en el área educativa del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano.
“Hay que construir puentes”
“Durante ese tiempo pude recorrer mucho de Argentina, Chile y Uruguay, tanto en moto como en auto”, relata Dávide. “Aprecié no solo la naturaleza, sino también la enorme diversidad humana que existe en esos lugares. Todo me llevó a la convicción de que conocer de cerca a los demás es fundamental para vivir en paz, con dignidad y respeto mutuo. Hay que derribar prejuicios y construir puentes entre diferentes grupos”.
Su mirada idealista no es solo social sino también filosófica y científica. Sus maestros, asegura, van desde Charles Darwin, Konrad Lorenz y Marco Polo por su curiosidad y observación, hasta Mahatma Gandhi y Muhammad Yunus por su pensamiento divergente, pasando por Spinoza y Lacan, quienes nutren su reflexión sobre la naturaleza humana.
En este marco nace su idea de combinar sus dos pasiones: el encuentro humano y la pasión por la moto en un territorio cargado de historia y belleza como los Alpes. “Es un territorio muy conocido icónicamente a nivel mundial, pero que además tiene miles de años de historia —conflictos, pacificación, intercambios ancestrales de bienes y tecnología, migraciones, carestías, folclore y gastronomía—. Mi proyecto es promover el encuentro entre personas recorriendo estas montañas, disfrutando de la pasión por la moto en un ambiente majestuoso y profundamente emocionante”, explica.
Durante su estadía en Argentina, que coincidió con la pandemia, afianzó lazos profundos con los porteños. “A pesar de las restricciones, las amistades se fortalecieron. Los amigos argentinos me ayudaron a comprender la complejidad de este país”, asegura.
Con el fin de las restricciones, retomó sus viajes en auto, bici y moto, la mayoría en soledad, lo que le permitió una conexión más genuina con las personas que encontraba en el camino. “Desde Ushuaia hasta Jama, pasando por el paso de Agua Negra y Viedma, recorrí Chile, Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay. Escuchaba a todos los que querían hablar conmigo y eso me hizo amigos de muchos argentinos. Cada vez que salía, buscaba volver a visitar esos nuevos amigos que me ayudaban a conocer las bellezas de sus lugares”.
Para Dávide, viajar no es solo desplazarse de un lugar a otro. “Siempre pienso en los viajes como una experiencia humana completa. Busco seguir recorridos donde el paisaje se entrelaza con la historia y la gastronomía, y donde siempre haya una sorpresa, como un camino tapado por la vegetación, un traslado en ferry o un túnel especial. Pero lo más importante es que en esos lugares haya personas amigas que te hagan vivir la esencia del sitio donde estás”.
Es íntimo del propietario de la pizzería que, en Eraclea, Italia, obtuvo el premio a la mejor pizza del mundo. Allí los famosos calzones tienen un tamaño tan descomunal que dejan sin palabras a cualquiera. También sorprende con su conocimiento de las zonas más exclusivas de Torino, donde recomienda un restaurante llamado Tre Galline. En ese rincón, los visitantes se aventuran a probar riñón de conejo, sesos, caracú de cordero y una exquisita selección de quesos estacionados.
La comunidad de motoqueros, asegura, es tan particular como entrañable. “Se van haciendo amigos por todos lados. Tengo miles de anécdotas”, cuenta. Una de ellas ocurrió en Briançon, en los Alpes franceses, mientras disfrutaba de unos croissants en una pastelería muy conocida. Allí se cruzaron con Sebastiano, un viajero que se sumó espontáneamente a la ruta. “Nos acompañó un largo trecho, compartimos historias y hasta teléfonos. Es así: uno se hace amigos en todas partes”.
Entre esos amigos están Pepino y Silvana, un matrimonio de Trieste con quienes suele armar travesías. “Son gente maravillosa, compañeros de ruta y de vida. Amo compartir con ellos las curvas y los caminos”, asegura Marcolin, convencido de que viajar en moto no solo es recorrer kilómetros: es también trazar lazos que perduran para siempre.
Recuerda con humor una anécdota durante un viaje en Chile: “Un amigo pinchó la rueda delantera en una BMW R1250 GS y me dijo, sin dudar: ‘Apretamos el botón SOS y BMW nos auxiliará’. Le contesté que no teníamos señal de celular y que tendríamos que arreglárnoslas solos. Cuando volvimos a Italia, me pidió que le enseñara a reparar pinchaduras y se compró el equipo completo para solucionar cualquier problema”.
“Acostumbrados a los problemas del camino”
En cuanto a su relación con los argentinos, se muestra cercano y cómplice. “Me siento más cómodo con ellos que con mis paisanos italianos porque están acostumbrados a los problemas que pueden ocurrir en el camino. Lo pasamos siempre bromeando y divirtiéndonos”, comenta y suelta una carcajada. “Los argentinos siempre me hacen reír”, repite.
El vínculo con los Alpes, sin embargo, es la raíz profunda de su pasión. “Los Alpes son mis montañas, donde crecí y donde tuve mis primeras experiencias de motociclismo. A los 18 años, con dos amigos, hicimos el primer recorrido de todos los Alpes, cuando aún había caminos de tierra y ripio. La vastedad de sus paisajes, su historia milenaria y su folclore tan diferenciado hacen que nunca pueda decir que conozco ni la décima parte de lo que son”, reflexiona.
Para Dávide, el valor agregado no está solo en la aventura sino en el conocimiento profundo de emprenderla. “Conocer la realidad que no aparece en los relatos turísticos comunes es lo que da sentido a esta experiencia. Además, la posibilidad de cambiar de opinión a través de las aventuras durante el recorrido es una actitud imprescindible”, concluye.