Publicado: mayo 13, 2025, 3:03 am
El plan israelí ‘Carros de Gedeón’ es una operación militar que pretende erradicar la presencia palestina en Gaza. Al capturar y anexionar de facto la Franja, Israel no busca solo controlar el territorio, sino despojar a 2 millones de personas de su hogar, desplazándolas forzosamente hacia el sur en un gueto aún más reducido, mientras las Fuerzas de Defensa de Israel consolidan una ocupación indefinida. Esta estrategia, que combina destrucción sistemática, bloqueo humanitario y control territorial, constituye una forma de limpieza étnica, diseñada para vaciar Gaza de su población nativa y borrar su identidad. Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas y líder de la ultraderecha sionista, ha sido claro: «Ocupamos Gaza para quedarnos». Su retórica, impregnada de supremacismo, se complementa con un cínico plan que convierte la ayuda humanitaria en un instrumento de dominación. Las declaraciones de Smotrich y otros ultras, que abogan por la «destrucción» de Gaza y la expulsión masiva de sus habitantes, encajan en la definición legal de genocidio: actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo étnico o nacional.
Israel justifica su barbarie como una respuesta al ataque de Hamás, que dejó 1.200 muertos y 251 rehenes. Pero esta letanía se desintegra ante la desproporción de la respuesta. Benjamin Netanyahu, sostenido por una coalición de extremistas y asediado por escándalos de corrupción, usa la anexión como una maniobra para aferrarse al poder. La comunidad internacional ha respondido con condenas, pero las palabras no detienen las excavadoras que arrasan Gaza. La propuesta neerlandesa de revisar el acuerdo comercial con Israel, apoyada por España e Irlanda, es un gesto insuficiente frente a un Estado que actúa con arrogancia, amparado por el veto estadounidense en el Consejo de Seguridad. La UE, que se jacta de defender los derechos humanos, debería actuar con determinación: sanciones económicas severas, embargo de armas y la suspensión de acuerdos bilaterales son posibles medidas para denunciar esta atrocidad.
Apoyar la causa palestina no implica en modo alguno avalar a Hamás, cuyas acciones terroristas han contribuido a esta espiral de muerte. Pero ignorar la asimetría del conflicto –un Estado militarmente poderoso contra una población atrapada y desamparada– es contribuir a hacer más grande esta mancha de injusticia. Israel, al elegir la destrucción de los gazatíes, destruye su propia humanidad, convirtiéndose en un símbolo de opresión que la historia juzgará con severidad. Europa, en coherencia con sus valores, debería seguir la petición de Josep Borrell, en su discurso durante la ceremonia del Premio Carlos V, y actuar antes de que la tragedia sea irreversible.