Publicado: febrero 16, 2025, 5:00 am
El Parque Nacional Talampaya aparece en el centro oeste de La Rioja y se extiende por 213.000 hectáreas. Allí, todo es rojo. Escarlata, bermejo, colorado, granate, púrpura, rubí, carmesí, apunta el diccionario de sinónimos, cuando uno busca ayuda para definir este paisaje de tierra ardiente.
Desde El Chiflón son unos 73 kilómetros por la RN 76, ruta que atraviesa toda el área protegida. Se visita sólo una porción muy pequeña, menos de un 10%. El resto es un área intangible reservada a la investigación científica
El parque cuenta con instalaciones inauguradas en 2006, que reemplazaron a las antiguas, hoy en ruinas.
Para conocer el territorio hay varias alterantivas, siempre con guía. Primero es preciso llegar en vehículo hasta el centro de visitantes ubicado en el portal principal de acceso y dejarlo ahí. Allí, la empresa concesionaria Volterra, ofrece varios circuitos a bordo de una suerte de bus turístico con deck al aire libre y otros en 4×4. Además, una salida en plan trekking para los amigos de los trayectos a pie en grupos más reducidos.
Otra opción es elegir uno de los programas que organiza la Asociación Civil de Guías de Talampaya en bici, solo trekking, o combinando ambas modalidades.
El circuito clásico de Volterra es ideal para ubicarse en el territorio. Se trata de un recorrido en una suerte de bondi con azotea que se interna por el Cañón de Talampaya, un valle fluvial ancho y profundo, con paredones altísimos que llegan a los 150 metros.
A poco de andar, unos antiguos petroglifos obligan a detenerse. Son casi 2.000 motivos grabados sobre la pátina oscura de la piedra. Se calcula que tienen 2.500 años de antigüedad. Fueron hechos por las sucesivas culturas que pasaron por la zona. Se pueden ver escenas de pastoreo, figuras humanas, animales. Los motivos evidencian la domesticación de los camélidos, posibles escenas de ceremonias y dibujos abstractos cuyo significado es un misterio. En todo el parque se han registrado 49 sitios arqueológicos: este es el único abierto a la visita turística.
Más adelante, en la zona del Jardín Botánico, la vegetación se hace notar. Entonces, uno camina por un “museo” de la flora local y aprende a reconocer la jarilla, el palo azul, el atamisqui, el tono intenso –casi fosforescente– de la brea, el jume blanco, los chañares y los algarrobos centenarios.
En la Catedral Gótica, la altura del cañón produce una suerte de mareo. Los paredones gastados se elevan sobre los visitantes y uno se siente liliputiense.
La hora del pícnic llega a medio camino con una picada deliciosa que se apronta para reponer energías e incluye un buen vino riojano.
Durante el camino es posible ver también una serie de geoformas fruto de la acción del viento: El Tótem, La Torre, El Ajedrez, El Monje, El Botellón, son las que llaman la atención de los visitantes.
El Cañón de Shimpa, habilitado en 2013 para la visita, aparece más adelante. Es más angosto que el de Talampaya y sus paredones sólo alcanzan los 80 metros, pero muestra las piedras de granito incrustadas, las mismas que alguna vez arrastró el río.
Shimpa significa “trenza” y es el nombre que le dieron los lugareños a un cura que vivió en la zona. Es que el hombre llevaba el pelo atado de esa forma.
Hay que recordar que a fines del siglo XIX vivían aquí varios puesteros, familias de ganaderos que criaban sus animales. Cuentan que el clima por esos años era un poco diferente y las pasturas más abundantes. Sus viviendas, ahora abandonadas, se encuentran en varios sectores del parque.
Aquellos que quieran emprender un recorrido en plan caminata pueden sumarse al trekking por Los Balcones que permite una experiencia más cercana con los encantos del parque, además se realiza en grupos reducidos.
Primero avanzamos por un pequeño brazo de río que, cuando empredemos la activdad, se encuentra seco. El trayecto lleva una hora y tiene una dificultad media, más que nada por la altura, sobre todo si uno está recién llegado de la llanura. Para eso, nada mejor que rozar alguna de las plantas de incayuyo –también sirve para saborizar el mate– que aparecen a los lados del sendero y aspirar el aroma suavemente mentolado y dulce de las manos, ya que ayuda a abrir las vías respiratorias. Ascendemos por una huella de guanacos, la msima que luego usaron los arrieros. Vamos en compañía del guía Armando Villafañe, que nos devela algunos detalles de esta tierra.
En el camino aprendemos que las zonas de color más rosado son las más erosionadas; de hecho, al pie de los paredones se observa una acumulación de arenilla que da crédito a este fenómeno. Aprendemos también que el algarrobo puede tener raíces de 20 a 30 metros de profundidad, que la brea hace la fotosíntesis por el tronco, de ahí su color, y que el cóndor protagoniza un singular ritual de apareamiento. Una preciosa coreografía en el cielo para conquistar a su dama. Incluso, la leyenda asegura que son capaces de suicidarse cuando su pareja muere porque son monógamos de por vida.
Armando pasó su infancia en la escuela rural de Las Cuevas, un pueblo perdido en la cordillera riojana. Su madre trabajó ahí 18 años. Fue maestra, directora, portera y cocinera. Todo a la vez. A su cargo estaban unos 20 niños que pasaban la semana en la escuela porque sus casas quedaban muy lejos. Una niñez atípica, llena de buenos recuerdos que lo empujan a volver y volver para ver a sus primeros amigos.
Estamos en el mirador. Son dos: el primero está tomado por las abejas, que han hecho de él su hogar, imposible avanzar. Nos queda el segundo, ubicado a 1.600 metros de altura. Desde allí se puede ver el parque y, más allá, las sierras de Sañogasta y el imponente cordón de Famatina hacia el norte, la sierra más alta de toda Sudamérica.
En bici por el cañón
Lucas Páez de la Asociación Civil de Guías de Talampaya nos espera para un recorrido en bici. Es posible traer la propia, pero la asociación tiene ejemplares muy buenos para la salida.
Partimos de un punto cercano a las antiguas instalaciones del parque, que ahora están abandonadas, y hacemos unos dos kilómetros, mitad en bici, mitad a pie, cuando el terreno se vuelve pesado y arenoso.
En la entrada del cañón empieza la verdadera aventura. Hay algo mágico en el aire, estamos solos y esta experiencia permite un contacto íntimo con el entorno, lejos de los grupos que convocan los buses. Resulta muy placentero pedalear entre los murallones rojos por un camino salpicado de montecitos verdes de algarrobos y chañares.
Los circuitos tienen dos opciones, una que llega hasta la geoforma de El Monje y otra más larga que se extiende hasta la Catedral Gótica. Después, la idea es avanzar por la Quebrada de Don Eduardo, una formación paralela al Cañón de Talampaya, en versión trekking, para trepar hasta los cuatro miradores. Allí, a unos 150 metros, la panorámica desde lo alto es muy bella.
Dejamos las bicis en un monte de algarrobos. Lucas asegura que algunos ejemplares llegan a los 600 años.
Don Eduardo Páez, el hombre que le dio nombre a esta quebrada, fue un gaucho que criaba ganado en la zona. Esta actividad, muy frecuente hacia fines de 1800, estaba orientada al ganado bovino y caprino. Los animales se vendían en los pueblos mineros de Chile desde Copiapó. Los arreos cruzaban los Andes por el paso de Pircas Negras y era todo un evento anual.
Entonces, el gobierno favoreció la actividad cediendo tierras fiscales. Más tarde, las condiciones del comercio con Chile cambiaron radicalmente, el clima fue variando y la zona resultó ser un tesoro para geólogos y paleontólogos: la vida se trasformó.
Nos quedamos un rato en lo alto del mirador mientras escuchamos los últimos datos que nos traen noticias del Triásico, un periodo geológico que aquí se observa con características únicas. Un mundo lejano, extraño, poblado con animales gigantescos que hoy ya no existen, repleto de sucesos fatales, de extinciones masivas, de movimientos tectónicos, de erupciones volcánicas. El relato condensa los hechos con pocas palabras, pero se precisaron millones de años para que todo sucediera.
Nos espera el último tramo en bici por el cañón color del fuego.
Datos útiles
- Parque Nacional Talampaya RN 76 Km 144 informes@talampaya.com Todos los días de 8 a 18. Entrada $7.000, estudiantes $5.000.
Paseos y excursiones
- Volterra (0351) 216-7424. La actual concesionaria del parque, la empresa Volterra, ofrece tres experiencias. La clásica en bus turístico por el Cañón de Talampaya: adultos $48.400, menores $24.200, Plan familiar 2 adultos, 3 menores, $29.040 cada uno. Cañón de Talampaya & Cañón de Shimpa en 4×4: $62.600, $31.100 y $37.320, respectivamente. Cañón de Talampaya & Trekking a Los Balcones: $70.900, $46.700 y $ 51.540. Es conveniente reservar ya que tienen horarios fijos. Camping, $2.500 por día.
- Asociación de Guías de Talampaya T: (03825) 43-4572 Las salidas en bici por la quebrada Don Eduardo & Cañón de Talampaya & Gran Mirador $59.000 por persona. Menores descuento 50%.