Publicado: febrero 8, 2025, 10:56 pm
«Y a veces una carambola de repente nos demuestra que lo hemos conseguido». Esa es una de las frases de Captatio Benevolentiae, la canción del grupo Manel que suena, en su original en catalán, en una importante escena de Casa en llamas, la película de Dani de la Orden que ha supuesto todo un éxito en España, sobre todo tras su entrada en el catálogo de Netflix, y que cuenta con ocho nominaciones para los próximos premios Goya, que tendrán lugar en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Granada este sábado 8 de febrero.
Una de esas nominaciones ha resonado con fuerza en Cataluña: la candidatura, a mejor actriz protagonista —y que varios pronósticos dan como gran favorita—, de Emma Vilarasau, que interpreta a Montse, esa madre emocionada porque reúne a toda su familia en su increíble casoplón en Cadaqués, en la Costa Brava. Se trata de la segunda vez que opta al cabezón esta actriz de Sant Cugat del Vallés, nacida a principios de abril de 1959, y que, sin embargo, puede resultar más desconocida para el público que no habla catalán.
Básicamente, porque Vilarasau es una gran dama del teatro en el noreste de España, a lo que hay que sumar que se ha prodigado menos fuera de su tierra natal y todavía menos en el medio audiovisual. Porque fuera de las tablas, de hecho, no hacía nada desde hacía casi 15 años —su última película, que obtuvo muy buenas críticas, Els nens salvatges, es de 2012, y, en televisión, Ventdelplá, de 2010, aunque en la serie Ser o no ser, directa a RTVE Play— y ha reconocido que, para su papel en Casa en flames, hubo de pasar un casting.
«A ver, si me hacen pasar un casting para el teatro, no lo haría. Pero ya hace mucho que no hago audiovisual. Entonces, por muy buena actriz que sea o no, Dani [el director] necesitaba verme, y lo encuentro muy normal», confesó para Crónica Directo en junio del año pasado, donde ya se quejaba de que los proyectos «o te caen o no te caen», así como que «se escriben muy pocas cosas para mujeres» de su edad.
«Espero que eso vaya cambiando, porque tenemos cosas que decir y porque todos llegaréis a esta edad y no hay referentes. Tenemos referentes de adolescentes, de 30, de 50… A partir de los 60 y pico, la cosa empieza a decaer. Y son cosas muy bestias de vivir a partir de esta edad. Estaría bien que pudiéramos dejar algo de lo que hemos aprendido, porque todos hemos aprendido a besar con el cine, por ejemplo. Pero ¿tenemos algún referente de la vejez? No, cada uno nos lo inventamos», añadió.
Y es curioso que pueda decir eso una mujer que no ha cesado de trabajar con los mejores y que sabe que, sobre las tablas, importa menos la edad que lo que tengas que decir. Lo aprendió desde joven, cuando a los 15 años se apunta a la Agrupación Teatral Maragall, un grupo de teatro de Sant Cugat donde le entró el gusanillo de la interpretación. Aunque abandonó el objetivo un tiempo para estudiar Magisterio, finalmente, poco después de la muerte de Franco, regresa y finaliza sus estudios como actriz.
Desde entonces, una carrera prácticamente sin mácula, en la que ha interpretado obras de Bertolt Brecht, Harold Pinter, Tennessee Williams, Luigi Pirandello o Jean-Claude Carrière, así como trabajando con los mejores dramaturgos, dramaturgas, intérpretes, directoras y directores del panorama teatral catalán, recibiendo por ello multitud de reconocimientos.
Y eso, que, como ella misma ha reconocido, no se gustaba en exceso y ha tenido que sufrir continuamente la mirada patriarcal sobre su cuerpo, pues «la Vilarasau», como se la conoce en Cataluña, no tiene pelos en la lengua en lo que a temas como el feminismo se refiere, siendo contestataria con el sistema, como demostró al recoger su galardón en los premios Feroz.
«Ya me he cansado de no gustarme. En la adolescencia lo pasé mal. Me consideraba gorda, me veía horrible… Es algo que me duró años. Después he hecho muchísimas dietas. Aún las hago, pero ahora sé que toca aceptar la vejez, que el cuerpo va perdiendo y cambia mucho. No hace falta operarte para parecer lo que no eres. Has de asumirlo, aceptarlo y vivirlo bien. No pasa nada por tener arrugas. Es triste que la gente se retoque para aparentar 40 cuando tiene 60 años. Es un flaco favor para las mujeres. No hay que negar esta etapa que forma parte de la vida; tampoco asustarte. La vejez te prepara para asumir que llegará el final», respondió para La Vanguardia.
De hecho ese crecimiento y aceptación del cuerpo, también el ajeno, fue la base de una declaración de amor que hizo recientemente a su marido, el también actor Jordi Bosch, con quien forma uno de los matrimonios más sólidos y venerados del panorama artístico catalán. «Yo lo que amo y adoro de mi pareja es cada arruga, todo su cuerpo, porque lo he visto envejecer a mi lado, porque sé de dónde vienen, sé dónde le han salido, sé por qué las tiene. Y forman parte de mí», afirmó en el pódcast La Turra.
Reconoció, eso sí, que entre ambos han pasado experiencias «de todos los colores y muy bonitas, tanto las buenas como las malas», pero que esos momentos han fortalecido su vínculo, que además ha dado como resultado a dos hijos —ambos en torno a los 30 años y también artistas—: Jordi, el primogénito, se decantó por el mundo de la música, viviendo a caballo entre Barcelona y Londres; y Marc, el pequeño, llevando la interpretación en las venas.
«Cuando lo veo [siento] orgullo. Al principio sufrí mucho, porque pensaba: ‘Si no sirve se lo tendré que decir, aunque no sé cómo’. Pero sí sirve. Tendrá más o menos suerte, pero tiene madera», dijo sobre él para el citado periódico catalán. Algo muy alejado, quizá, de lo que diría su personaje en la película que le puede dar su primer Goya este sábado.