Pasaron casi 30 años desde mi última visita a la Universidad de Harvard y la encontré igual –constante como la sabiduría que encierran sus claustros– y a la vez bastante cambiada. Hay nuevos edificios académicos por doquier –fruto de las donaciones de filántropos y las inversiones en educación de grandes empresas– y una profusión de nuevos locales comerciales que desorientan al encubrir las antiguas referencias del lugar. Pero lo que más me llamó la atención es escuchar hablar en español por todos lados: en la calle, en los cafés y restaurantes y hasta en la famosa Coop, la superstore académica fundada en 1882 por un grupo de estudiantes en el corazón de Harvard Square.
El espíritu, sin embargo, sigue siendo el mismo. Se respira la cultura y la erudición y, sobre todo, el entusiasmo de la juventud: estudiantes de todas las edades se apuran de una clase a otra –contagiando sus ganas de estudiar– o se concentran en la Baker Library de la escuela de negocios, la mítica Harvard Business School (HBS). Hay charlas animadas de amigos en el café del Spangler Center o en el comedor (hoy renovado) de la Kennedy School, la también renombrada escuela de gobierno donde circulan figuras públicas como, en los días de mi visita, Jacinda Ardern, ex primera ministra de Nueva Zelanda.
Precisamente entre estas paredes –en la Kennedy y en HBS– enseña el gurú de la felicidad Arthur C. Brooks. “Sus clases no tienen más cupo y los estudiantes se anotan en lista de espera para poder escucharlo. El éxito de su cátedra es rotundo”, cuenta la argentina Corina Santangelo, exalumna de Harvard y miembro del Alumni Board de la Kennedy School.
La historia de Brooks es bastante inusual. Empezó como músico clásico, tocando la trompeta en varias orquestas, y obtuvo una licenciatura a distancia en Thomas Edison State College y luego una maestría en economía en la Universidad de Florida Atlantic. A los 31 años dejó la música y completó un doctorado mientras trabajaba como analista en el Proyecto Air Force de la Rand Corporation.
Hoy, a los 60, es una figura muy respetada en el ámbito económico mundial: durante 10 años fue presidente del American Enterprise Institute (AEI), un influyente think tank en Washington D.C. sobre políticas públicas. Además, es un científico social muy reconocido, autor de 13 libros y columnista de la centenaria revista The Atlantic. Se especializa en combinar los más avanzados estudios científicos y filosóficos para ofrecer estrategias prácticas que permitan desarrollar una vida plena y feliz.
Expeditivo, claro y sin vueltas, Arthur Brooks conversó con LA NACION sobre su nuevo libro, Build the life you want (Construye la vida que anhelas), que escribió con la famosa periodista Oprah Winfrey. Una obra que enseña cómo cimentar los pilares para que la felicidad no dependa de las circunstancias externas.
–¿Qué lo inspiró a escribir su último libro?
–La idea fue de Oprah Winfrey, que me lo propuso después de haber leído mi título From Strength to Strength. Me llamó porque tenía la idea de colaborar para alcanzar un público más amplio.
–¿Pero hubo algo en particular que le disparó el interés por esta temática?
–Bueno, soy un científico que estudia el comportamiento humano y siempre quise hacer estudios sobre la felicidad, porque creo que es fundamental y lo más importante en la vida. En lo personal, quiero aplicar mis conocimientos para tener una vida mejor porque no soy una persona feliz y busco serlo. Durante los últimos cinco años he tenido una misión personal: compartir las ideas científicas de la felicidad con el mundo y eso es lo que quiero hacer por el resto de mi vida.
El té que mejora la memoria y te ayuda a dormir como un bebé
–En su obra explica que la felicidad no es la meta y la infelicidad no es la enemiga. ¿Puede elaborar esto?
–La felicidad no debe ser el objetivo principal porque la felicidad absoluta es inalcanzable, implica la ausencia de emociones o experiencias negativas, algo que no solo es imposible, sino también poco deseable. Las emociones negativas son necesarias pues nos mantienen a salvo y vivos, y las experiencias difíciles son fundamentales para aprender y crecer. En lugar de aspirar a la felicidad perfecta, podemos enfocarnos en ser un poco más felices cada día. El verdadero objetivo es desarrollar las habilidades que nos permitan mejorar nuestro bienestar y, con ello, ser más felices este año que el anterior, aceptando que alcanzar una felicidad total no es realista. También debemos considerar que necesitamos la infelicidad, porque no podemos ser más felices a menos que aprendamos a aceptar nuestra desdicha a lo largo del camino, ya que esto forma parte de la experiencia humana completa. Para entender el verdadero significado de la vida hay que atravesar dificultades. Debemos dejar de tener miedo a la adversidad y experimentar plenamente la infelicidad cuando se presenta. Al desarrollar herramientas que nos permitan enfrentar y aprender de estas experiencias, podremos acercarnos a nuestro objetivo de ser más felices.
–¿Cómo define a la felicidad?
–La felicidad es una combinación de tres “macronutrientes” esenciales: disfrute, satisfacción y sentido. Es importante aclarar que el disfrute se diferencia del placer: implica un goce más profundo y significativo que se experimenta en el cerebro y es fruto de la conexión emocional con seres queridos y la generación de gratos recuerdos compartidos. El placer es una respuesta más instintiva, mientras que el disfrute es una experiencia profundamente humana. La satisfacción se refiere a esa emoción de lograr una meta por la que te esforzaste. Solo los humanos sentimos la necesidad de luchar y aspirar a metas. Es precisamente eso lo que nos da satisfacción: el proceso de trabajar hacia un objetivo y alcanzarlo. Por último, el sentido, que es distinto al propósito ya que este último se refiere a los objetivos y direcciones en nuestra vida. El sentido abarca la significancia, coherencia y propósito en un contexto más amplio.
Manuel Sans Segarra. “Lo que da felicidad y libertad es la supraconciencia”
–Usted habla de manejar emociones a través de la metacognición, ¿cómo funciona?
–El sistema límbico es el responsable de generar nuestras emociones que, en esencia, son datos e información sobre el entorno, aunque operan fuera de la conciencia. Estas emociones nos dan pistas sobre si hay una amenaza o una oportunidad. Luego, esta información emocional se envía a la corteza prefrontal, donde podemos interpretar lo que significan y decidir cómo actuar. Las emociones pueden ser tanto positivas como negativas. En este contexto, la metacognición es la habilidad de reconocer y entender las emociones en la corteza prefrontal, para poder manejar tus acciones en lugar de ser dominado por ellas. Las personas que no pueden actuar de forma metacognitiva están siendo manejadas por su sistema límbico. Por ejemplo, si estoy triste, lloro; si estoy feliz, río; si estoy enojado, grito. Y esto puede complicar la vida, porque el autocontrol requiere que uses tu corteza prefrontal para gestionar respuestas. Eso implica tomarte el tiempo necesario para que esa información llegue a la corteza prefrontal, y luego tomar decisiones conscientes sobre cómo querés vivir, en lugar de dejarte llevar por las emociones del momento.
–¿Podría dar consejos prácticos para implementarlo?
–Sí. Para ser metacognitivo es necesario tomarse un momento para reflexionar. La mejor manera de lograrlo es estar consciente y preguntarse: ¿por qué estoy experimentando esta emoción en particular? La meditación, el journaling y la oración son herramientas que ayudan a trasladar la experiencia y la emoción a la corteza prefrontal, lo que permite gestionarlas. Entre las condiciones que te rodean y tu respuesta, existe un espacio en el que podés pensar y tomar decisiones.
–¿Cuáles son las emociones correctas que deberíamos elegir en lugar de las negativas?
–A veces las emociones “correctas” son, de hecho, las negativas. El problema surge cuando elegimos esas emociones en momentos en los que no son necesarias o cuando no son las más adecuadas. Por ejemplo, elegimos la tristeza cuando la emoción correcta sería el humor; o el enojo, cuando lo adecuado sería la compasión, o el resentimiento en lugar de la gratitud. En ocasiones, optamos por una emoción negativa que no corresponde a la situación. Sin embargo, hay momentos en los que una emoción negativa es totalmente apropiada. Por ejemplo, cuando alguien muere, la emoción correcta es la tristeza. Eso es completamente natural y esperado. Pero no siempre es así. Por eso, la metacognición y el autoconocimiento son esenciales para poder elegir conscientemente la emoción más adecuada para uno mismo. Este es un aprendizaje que podemos alcanzar cuando comprendemos cómo funciona la ciencia detrás de las emociones.
–Se refiere al poder de la gratitud… ¿Por qué?
–Si alguien te mira con una sonrisa es algo agradable, pero si lo hace con una expresión angustiada, deberías prestarle atención. Un ejemplo: la estás pasando genial con tus amigos, se están divirtiendo mucho, pero al final de la cena surge una discusión rara y eso es lo único que recordás. La razón es que nuestro cerebro tiende a enfocarse en lo negativo. A esto se llama sesgo de negatividad. La realidad es que nuestras vidas son mucho más positivas que negativas. Practicar la gratitud puede ayudar a superar ese sesgo negativo. Al hacerlo, te enfocás en lo que está pasando realmente, que suele ser mucho más positivo de lo que creés. Esto permite poner atención en lo que verdaderamente importa: lo bueno que está ocurriendo en tu vida. Mantener una lista de las cosas por las que estás agradecido ayuda a tenerlas presentes.
–¿Cómo se construye lo que realmente importa para ser feliz?
–Esto proviene de las habilidades necesarias para aprender a disfrutar de la vida, encontrar satisfacción y dar significado a nuestra existencia. Estas son las tres grandes búsquedas. De manera práctica, se logra construyendo sobre los pilares de la fe, la familia, la amistad y el trabajo.
–Cuando habla de amistades, hace una distinción…
–Es importante forjar amistades profundamente genuinas, porque hay amigos de conveniencia y amigos verdaderos. Estos últimos son los más valiosos y son los que te entienden y quieren tu bien de verdad. Los primeros, en cambio, son útiles: aquellos de quienes necesitás o querés algo, pero es poco probable que te brinden alegría o consuelo duradero.
–De los cuatro pilares que menciona para ser feliz, uno es la fe. ¿Qué pasa cuando no se tiene?
–Depende. Me refiero a la fe o filosofía de vida, a algo trascendental. En la vida cotidiana tendemos a enfocarnos en nosotros mismos: mi vida, mi trabajo, mi coche, mi familia, mis programas de televisión, lo que sea. El problema es que no podés parar a menos que tengas una perspectiva más amplia; algo que te conecte con el universo o con algo más grande que vos. Necesitás elevarte por encima de la realidad de tu vida cotidiana y eso puede lograrse a través de la fe, la espiritualidad, la filosofía, la naturaleza, el arte, la música… En este caso, la fe es solo un concepto orientador. No hablo necesariamente de la fe religiosa, aunque yo soy católico y es lo más importante en mi vida. Pero, como científico, debo reconocer que no es el único camino. Hay muchas maneras de hacerlo.
–¿Qué consejo le daría a una persona que está pasando por un momento en el que no le encuentra sentido a la vida?
–Que continúe buscando, porque la búsqueda en sí misma es la solución. La gente suele querer respuestas y busca respuestas a sus preguntas, pero no es así. Los interrogantes más profundos e interesantes de la vida, los que realmente importan, no tienen respuestas definitivas. Es necesario seguir preguntando y buscando, incluso sin encontrar esas respuestas. El proceso de búsqueda, de explorar soluciones sobre las cuestiones externas y cósmicas, es lo que realmente importa. Hay una biología detrás de todo esto. Usamos el hemisferio derecho del cerebro para abordar las preguntas sobre el sentido de la vida, esa es la parte que empleamos para la búsqueda existencial. Pero las soluciones, la lógica, están en el hemisferio izquierdo. Así que, cuando buscás, buscás y buscás, empeñado en encontrar algo que no tiene solución concreta, estás activando la parte derecha de tu cerebro, que es clave en este proceso.
–¿Qué prácticas diarias realiza personalmente para mantener su propia felicidad?
–Para mí es muy importante la disciplina. Como te dije, yo no soy una persona feliz. Al contrario, para mí es una lucha cotidiana. Estoy casado con una persona feliz: Ester es catalana y sobre 10 puntos de felicidad, ella es 9,8. Yo, en cambio soy 4,8 sobre 10.
Por eso, me especializo en la felicidad: para buscarla para mí. He notado que tengo que tener una disciplina personal muy rígida con prácticas específicas para poder enfocarme cada día: me levanto a las 4.30 de la mañana, voy al gimnasio una hora; me ducho y voy a misa. Después tomo café, que me encanta, y trabajo con la creatividad: escribiendo sin parar. Con esta rigurosidad he elevado mi felicidad personal en 60% en los últimos cinco años.
–¿Cómo lo sabe?
–Porque yo tengo las medidas. Tengo las encuestas y cuento con los instrumentos para medir la felicidad, que administro a mis alumnos cada año y también a mí mismo. Por lo tanto, puedo ver el progreso que logro personalmente en mi felicidad. Y en mi caso, noto que tiene mucho que ver con la disciplina. Una parte está relacionada con la felicidad, pero otra tiene que ver con la infelicidad. Por eso, estoy intentando bajar la infelicidad, lo cual es muy importante. Me levanto por la mañana y digo: ¡Qué vida! ¡Qué mundo! Al gimnasio, a misa, café, creatividad. Ahora sí. Me entiendo más. Soy humano.
Hábitos que ayudan a construir la felicidad
- Reflexionar todos los días. Arthur Brooks propone reflexionar a diario sobre la filosofía, la fe o la espiritualidad: “No me refiero a seguir un camino específico, sino a que cada uno tiene que buscar su propia manera de encontrar lo transcendental”, dice.
- Cultivar las relaciones familiares. “Esto es fundamental, pero mucha gente no lo hace, especialmente en los Estados Unidos. Hay personas que no han hablado con sus padres en años porque están demasiado ocupados. Es una falta de conexión que puede tener consecuencias negativas”.
- Fomentar amistades verdaderas. “En las culturas latinas, la amistad es un valor mucho más arraigado. Cuando voy a Latinoamérica o España veo cómo las personas tienen una red de amigos muy fuerte, casi como una familia extendida. En comparación, aquí es más difícil”.
- Realizar un trabajo significativo. “Implica buscar recompensas intrínsecas en lo que uno hace, más allá del dinero y el poder, como el éxito merecido y el servicio a los demás. Apuntar a la excelencia. Sentir que nuestro esfuerzo y dedicación tienen un propósito real, que va más allá de lo material”.