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El corazón bohemio y cool de Barcelona: “un pueblo en la gran ciudad”

Publicado: enero 2, 2025, 5:00 am

Gràcia tiene algo del tranco sin apuro del interior. Hay más de 15 plazas donde juegan los chicos al salir de la escuela y los vecinos de toda la vida llegan a leer y a conversar, dos actividades en desuso. Hay comercios que cierran al mediodía y gente –quedan mujeres con batón– que compra en el mercado y toma un carajillo en el bar, sin hacer demasiado caso a las tiendas zero waste, de vida sana y slow fashion.

El barrio de Gràcia tiene gran oferta de tiendas de ropa, libros, restaurantes y un cine en versión original.

Lo primero que cambia desde la vía comercial Travessera de Gràcia hacia el interior del barrio es el sonido. Como si la ciudad bajara la voz (salvo que sea fin de semana en la Plaza del Sol).

La gente de antes convive con la de hoy –hay habitantes de 108 nacionalidades–, como Taylor Thompson, una diseñadora de producto, que es de Nueva York y alquila un piso en el barrio, desde donde teletrabaja. Su plaza preferida es la de la Virreina: todas las tardes trae a su perrita, que parece de juguete, y se sienta en uno de los bancos de madera. La elige porque suele haber niños y por la iglesia de San Joan, “que es muy bonita”, y porque viene un chico que hace burbujas de jabón de esas tan grandes que ocupan media plaza. Hablamos en inglés, pero a veces dice alguna palabra en español. Su novio le está enseñando, y también va a clases.

En el barrio todavía conviven los antiguos habitantes con los jóvenes recién llegados.

–Cuando tenía 15 años vine a Barcelona con mi mamá y antes de irnos le dije que yo quería vivir en esta ciudad. Y acá estoy, en el mejor barrio.

Eso cuenta Taylor, que tendrá unos veintipico, de lo más contenta con su decisión. Marta Tubau, que también vive en Gràcia y coordina uno de los –más de 20– talleres de cerámica del barrio, marca otra arista de la gentrificación.

–Vivo en Gràcia y, sí, se ha puesto muy internacional y eso sube los precios de los alquileres. La verdad es que nos sentimos un poquito invadidos. Cada vez cuesta más oír hablar catalán en un barrio tan catalán.

En una mañana cruzo una docena de talleres de cerámica. La actividad se puso de moda en la pandemia y permaneció. Los alumnos llegan de otros barrios y andan por las calles angostas, paran a tomar un café de especialidad o se meten en el cine Verdi, un clásico donde las películas, en general de cine independiente, se proyectan en idioma original con subtítulos. En Gràcia, también hay salas de concierto, galerías de arte, una nueva librería especializada en música, teatros independientes, tiendas de diseño y una biblioteca pública muy bien surtida y organizada (entre los libros más pedidos de estos meses figura La llamada, de Leila Guerriero).

La Vila de Gràcia fue el segundo ensanche después de La Barceloneta.

Las estaciones Fontana, Joanic y Lesseps del metro llegan al barrio. Esta mañana bajo en Fontana, línea verde. Tomo un café en la Plaza de la Virreina y un helado de pistacho en la heladería artesanal Anita Gelato. Veo el restaurante Botafumeiro, donde comieron los reyes y Woody Allen, y paso por una fuente pública (Travessera de Gràcia 126) donde el agua “empezó a fluir en 1845″.

Antes, entre los siglos XVI y XVII, Gràcia era una población dependiente de Barcelona. Una zona agrícola donde había masías, casonas rurales que permitieron las plazas del trazado urbano actual, y tres conventos.

En 1850, con 13.000 habitantes, se constituyó como municipio independiente, y a partir de ahí comenzó el crecimiento ligado a la construcción de fábricas y talleres. En 1877 vivían en Gràcia unas 33.000 personas y, en 1897, cuando volvió a unirse a Barcelona, tenía 62.000 habitantes.

La Vila de Gràcia fue el segundo ensanche después de La Barceloneta en un tiempo en el que Barcelona era un territorio de oportunidades y se expandía sin cesar. Llegaban catalanes del campo en busca de trabajo, y aragoneses y trabajadores de Murcia y Alicante. Los andaluces vinieron más tarde, en los años 50 y 60 del siglo pasado.

Jóvenes distendidos en una esquina de Gràcia.

Esa migración moldeó a Gràcia como una villa obrerista –persisten los edificios bajos, con pisos que pertenecían a obreros–, combativa, socialista y con una fuerte sensación de comunidad. Hay asociaciones centenarias, como las que llevan adelante la Fiesta Mayor, una celebración callejera espectacular de la que participa todo el barrio.

En la Pastisseria Montserrat –imperdibles los panellets de mazapán– se exponen fotos antiguas del barrio, y también en la biblioteca pública, justo enfrente.

Pastisseria Montserrat.

Josep María Contel, historiador, escritor, gran defensor de la memoria colectiva del barrio y director del refugio antiaéreo de la Plaza del Diamante, es de los viejos pobladores:

–Yo nací en Gràcia, pero no en el hospital: en mi casa. Y hoy puedo vivir aquí porque soy dueño de mi piso. Los alquileres se han ido a las nubes (unos 1.200 euros por 60 metros cuadrados).

Más que gentrificación, él lo llamaría elitización:

–Gràcia es un oasis dentro de la gran ciudad. Un día alguien lo descubrió y dijo: “Ah, mira qué bien se puede vivir en Gràcia”. La gente con dinero compró pisos y la fueron haciendo muy pija.

A pocas cuadras del lujo del Paseo de Gràcia, un pueblo en la gran ciudad, un descanso de la Barcelona hiperturística de las ramblas, a tres paradas de metro.

Plazas

Gràcia es un barrio de plazas: siempre hay una cerca. Algunas chicas, como la John Lennon, y otras que trasnochan, como la Plaza del Sol, con terrazas donde se reúnen los jóvenes a tomar algo. La Plaza de las Dones del 36 es una de las últimas, inaugurada en 2009. Homenajea a las mujeres que lucharon en la guerra civil española. Está rodeada de edificios bajos; en el centro, hay juegos para chicos y cierra por las noches.

El período de la guerra, del 36 al 39, lleva directamente a otra plaza, la del Diamante, presente en la novela La Plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda, que transcurre en el barrio y cuenta sobre la vida cotidiana antes, durante y después de la Guerra Civil a partir de las vivencias de la Colometa (“palomita”, en catalán), su protagonista. La novela se publicó por primera vez en catalán en 1962 y fue un éxito de ventas que se tradujo a más de 20 idiomas. En un lateral de la plaza, hay una escultura de la Colometa.

La escultura de la Colometa en la plaza del Diamant.

El nombre de la plaza viene del primer dueño de estas tierras, el joyero José Rosell. A otras calles, que todavía existen, las llamó: Rubí, Topacio, Oro y Perla.

Allí mismo, otra marca de la Guerra Civil: el refugio antiaéreo, en las profundidades de la plaza (ver aparte), que se descubrió con obras de la vía pública, en 1992.

Las plazas de Gràcia aportan al modo slow de este barrio con prioridad peatón, que limita con la Sagrada Familia y el lujoso Paseo de Gràcia. Cada una tiene historias que hacen a la identidad de este entramado urbano. La Plaza de la Virreina toma el nombre de María Francesca Fiveller de Clasquerí i de Bru, esposa de Manuel Amat, virrey de Perú en el siglo XVIII.

Hay más de 15 plazas donde juegan los chicos al salir de la escuela y los vecinos de toda la vida llegan a leer y a conversar, dos actividades en desuso.

La Plaza John Lennon no tiene estatua, pero sí un vinilo gigante. La de la Vila de Gràcia (la del campanario) tuvo cuatro nombres hasta llegar a este último. Cuentan que, en 1870, durante la Revuelta de las Quintas, los vecinos se negaron al llamamiento del Gobierno español a reclutar jóvenes para las guerras independentistas que se desarrollaban en Cuba. Los vecinos no querían que se llevaran a sus hijos y, como acto de resistencia, la campana de la plaza –en aquel momento, Plaza de Oriente– sonó durante todo un día y los seis siguientes. La protesta continuó y hubo manifestaciones, y las mujeres del barrio entraron al ayuntamiento y quemaron documentos. El Ejército reprimió el motín y dejó 27 muertos.

Aunque ese tipo de revueltas quedó atrás, se puede decir que Gràcia es un barrio contracultural, alternativo, con conciencia política.

El barrio está lleno de tiendas con propuestas de comida saludable y tiendas sostenibles.

La Torre del Reloj (o campanario), de 1864, tiene 33 metros de altura y fue un encargo del ayuntamiento al arquitecto Antoni Rovira i Trías, para dar la hora. En la base se ven representados los escudos de Gràcia, Barcelona, Cataluña y España. Una vez, el Gobierno intentó mandar a fundir las campanas de esta torre para usarlas en la que se había construido en la Plaza de España para la Exposición Universal de 1929, pero la presión popular lo impidió. Esas campanas son un símbolo de Gràcia y no se tocan.

Justo debajo del campanario veo un kiosco de diarios, de esos en franca vía de extinción. Pero este se ve rebosante de revistas que no son las mainstream. También hay diarios y, todavía más raro, gente que los compra. A ver. News & Coffee, dice el letrero. Esta tarde atiende el local Ricardo, un argentino que llegó hace un año.

News & Coffee, un kiosco rebosante de revistas que no son las mainstream.

–Somos un café de especialidad con café de Colombia y vendemos revistas independientes y diarios. Hay cinco en Barcelona y también en otras ciudades europeas.

En el rato que conversamos, llega una pareja a pedir café (dos euros) y se para un hombre a mirar las revistas. Una idea para alargarles la vida a los kioscos.

  • Los segundos y cuartos sábados del mes, a las 12.30, se hacen visitas guiadas a la Torre del Reloj de la Plaza de la Vila de Gràcia, €4. Con reserva previa: tallerhistoriagracia@gmail.com

Dos mercados

En el puesto de frutos secos Lagrana –negocio familiar de cuatro generaciones– del Mercat de la Llibertat puede pasar, tranquilamente, que uno hable en español y Elvira conteste en catalán, y que la conversación siga así, medio por adivinación. Ahora bien, el pan de higo, que no tiene que ver con las palabras, sino con el sabor, es sublime y sublim, en catalán.

Basta caminar una mañana por Gràcia para toparse con banderas independentistas colgadas en ventanas y balcones, y algún cartel donde se lee: “República Catalana”.

Mercat de la Llibertat construído en 1888.

El Mercado de la Libertad ocupa el lugar de una antigua plaza donde los campesinos vendían los productos de sus campos y huertas. Con una estructura de hierro de inspiración modernista, fue construido en 1888 y, por la mañana, queda claro que en el barrio persiste la costumbre de comprar en el mercado.

Hay otro mercado o, mejor dicho, había y habrá, porque lo tiraron abajo y actualmente está en plena reconstrucción (casi 23 millones de euros). Según los planes, el Mercat de l’Abacería Central se inaugurará a fines de 2025. Era aún más antiguo que el de la Libertad y ocupaba el lugar de la antigua fábrica Vapor Nou, donde se trabajaba con algodón. También aparece en la novela La Plaza del Diamante. La estructura del mercado estaba vencida, por eso se proyectó uno nuevo.

Uno de los mercados del barrio.

Librería pop

Carrer del Torrent de l’Olla 143. Desde afuera llama la atención porque está pintada de rosa Pantera Rosa. Adentro, igual. Hasta el teclado de la computadora de Alba González Fuentes, la gallega que abrió La Repunantinha librería pop, que se define antirracista, feminista, queer, anticapi y friki. En los estantes hay mucho cómic, manga y terror, pero no exclusivamente. Más que una librería es un espacio donde pasan cosas: presentaciones de libros, pequeños recitales, clubes de lectura (el próximo será con el libro Solterona) y charlas.

Alba González Fuentes, la gallega al frente de La Repunantinha librería pop.

A Alba le gusta asesorar y lo hace con criterio, atenta a lo que busca el cliente. Hablamos de Como bestias, el libro de Violaine Bérot que ganó el Premio Librerías de Madrid 2023, y de la editorial Horror Vacui, dedicada a la literatura monstruosa escrita por mujeres.

Quizás por ser barrio bohemio y cultural, en Gràcia hay varias librerías: Taifa (Carrer de Verdi 12), de libros usados y nuevos; Sonora (Carrer de Bruniquer 9), que abrió en 2024 y está especializada en libros de música; y Aida Books & More (Carrer d’Astúries 78), una librería solidaria (se jactan de ser la primera de España), con buenos libros a uno, tres y cinco euros. Los fondos van para un proyecto de ayuda a niños en Guinea Bissau.

Casa Vicens

Fines del siglo XIX. El modernismo se extendía por la ciudad y Manuel Vicens i Montaner, un agente de bolsa con dinero, le encargó al joven Antoni Gaudí una segunda residencia en la Vila de Gràcia, que en ese momento quedaba en las afueras de Barcelona.

La casa Vicens la primera construcción importante del arquitecto Antoni Gaudí

De tres pisos, la Casa Vicens fue el primer gran proyecto de Gaudí, que cuando se la encargaron tenía 26 años. Estética y funcional, se construyó en dos años, entre 1883 y 1885, y fue una especie de ensayo para lo que vendría después: la Sagrada Familia, el Park Güell, La Pedrera y más.

Camino por pisos de granito. Al mirar hacia el techo se advierten referencias orientales, igual que en los balcones y las ventanas, y en el baño morisco, una verdadera innovación para la época.

En las casas de Gaudí, la vegetación está adentro y afuera. Su arquitectura se remite al origen, es decir, a la naturaleza. Llama la atención el precioso esgrafiado con helechos y flores de mburucuyá de uno de los cuartos.

Hoy, la propiedad está acorralada entre edificios, pero se puede intentar el ejercicio de pensarla rodeada de jardines (llegó a tener una capilla), plantas y árboles, como esa magnolia, que quedó en pie y entra por una ventana.

Casa Vicens.

Gaudí y Vicens se hicieron amigos, y el arquitecto pasó algunas temporadas en la casa de playa de Vicens.

El recorrido guiado permite asomarse a la mente maravillosa del creador y a cómo se vivía en una época sin agua corriente ni electricidad. Las lámparas que se ven son de una remodelación posterior.

  • En 2014 se vendió al Mora Banc, que la adaptó y restauró para museo. www.casavicens.org

Refugio antiaéreo

Debajo de la Plaza del Diamante, a 12 metros de profundidad, queda un refugio antiaéreo que se usó –sí, se usó– durante la Guerra Civil y fue excavado por los vecinos a pico y pala.

Después de descender tres tramos de escaleras de 44 escalones, estamos en este sótano hermético, con techos bajos y abovedados, con olor a humedad y a encierro. Avanzamos por un pasillo largo que se bifurca a un lado y a otro, una galería, a la vez, destemplada y segura.

Josep María Contel, director del refugio antiaéreo.

Josep María Contel, director del refugio, señala los bancos para mujeres y acota que los hombres permanecían de pie. Hay luz, pero en más de un bombardeo los vecinos quedaron a oscuras.

–Se pagaban dos pesetas a la semana y podían entrar mientras duraban los bombardeos. Claro que fue bombardeada Barcelona: en febrero del 37, marzo del 38 y enero del 39.

La ciudad llegó a tener 1.300 refugios y en el barrio de Gràcia había 90. El de esta plaza era mediano, con capacidad para 200 personas. A principios de los 90, cuando se lo redescubrió –no había planos de su ubicación–, se pensó en tirarlo abajo, pero con más de 5.000 firmas a favor de la preservación, hoy forma parte del patrimonio histórico del barrio, la memoria de una espacialidad de emergencia que fue necesario construir en tiempos de guerra.

Cada tanto se abre para las visitas también el que está debajo de la Plaza de la Revolución (queda sólo una parte porque se construyó un estacionamiento).

Arroz en El Glop

Todavía esperan algunos clientes en la vereda, y eso que son casi las tres de la tarde. El Glop es un típico bodegón de barrio, con manteles a cuadros, camareros de toda la vida y fotos de los famosos que alguna vez comieron acá. Como Bruce Springsteen. Como Messi (antes, cuando no era el Messi mundial).

El Glop propone cocina catalana tradicional con un twist. Arroz negro, el clásico del lugar, con sepias, almejas y alcachofas.

El Glop propone cocina catalana tradicional con un twist de estos tiempos, y productos frescos, de temporada y de mercado. Hay menú de mediodía, y Octavio, que ahora pasa y se sienta en la mesa del fondo, lo pedirá. Cuenta el mozo que tiene 92 años y viene todos los mediodías.

Llega a la mesa el arroz negro, el clásico del lugar, con sepias, almejas y alcachofas. Con esos dos langostinos en el centro, tan anaranjados sobre el negro de la tinta del calamar, “está para la foto”, diría mi madre y tendría razón. Otros platos con salida: merluza a la vasca, butifarra catalana, calçots (cebolla tierna) de temporada, asados con salsa romesco.

Park Güell

¿Cuál es el encanto de este parque que recibe todos los días más de ¡10.000! personas de medio mundo? ¿Qué es lo que nos gusta tanto?

El Park Güell es uno de los principales espacios verdes de Barcelona.

¿El trazado modernista, la idea del trencadis (en catalán, “quebrado”), esa técnica de los azulejos partidos de mil colores y formas que usó para crear la piel del dragón de la escalinata y del enorme banco ondulado que parece de un parque de diversiones? ¿La selva de columnas, los viaductos de arriba y de abajo, el Pórtico de la Lavandera? ¿O la personalidad del arquitecto extraordinario que amaba la naturaleza y murió atropellado por un tranvía en 1926? Seguramente, el año próximo con la conmemoración de los 100 años de su muerte habrá exhibiciones que indaguen en la fascinación que provocan sus monumentos.

De poco más de 17 hectáreas, el Park Güell es parte del barrio de Gràcia y uno de los principales espacios verdes de Barcelona, junto a la Ciutadella y Montjuic. El conjunto monumental –Patrimonio Mundial de la Humanidad– ocupa 12 hectáreas; el resto integra otro conjunto distinguido: el forestal, con palmeras y olivos que se aprecian bien desde la explanada del Teatro Griego (donde están los bancos ondulados).

Park Güell

Antes del parque, el empresario textil Eusebi Güell le había encargado a Gaudí que proyectara su nueva casa, el Palau Güell –está en Ramblas y también se visita–, y años más tarde el Park Güell, donde vivirían varias familias en una gran finca privada, que en aquellos años se llamaba Montaña Pelada. Güell y Gaudí se habían conocido en la Exposición Universal de 1878 en París; con el tiempo y los encargos, se hicieron amigos y el empresario se convirtió en admirador y mecenas del arquitecto.

Park Güell.

Cuando el ayuntamiento compró el parque, en 1921, la obra de Gaudí ya estaba hecha. Al urbanizarlo para transformarlo en paseo turístico se contabilizaron más de 3.000 árboles, en su mayoría, pinos, pero también olivos, encinas, casuarinas, almendros y cedros. En las excavaciones encontraron restos fósiles de elefante, ciervo y rinoceronte que están expuestos en el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.

  • Las entradas se venden sólo vía web y suelen estar agotadas. Mejor sacarlas bastante tiempo antes. Desde €10. www.parkguell.barcelona.es

DATOS ÚTILES

CÓMO LLEGAR

  • Level www.flylevel.com A partir de este año, cuenta con ocho frecuencias semanales directas de Buenos Aires a Barcelona. Desde u$s 396 el tramo. La clase Premium Economy incluye servicio de comidas.

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