Publicado: septiembre 7, 2025, 10:01 am
La nota que Mara le dejó a su hijo de 15 años para que la leyera cuando llegara del colegio tenía dos páginas escritas en imprenta. Ella suele estar siempre cuando él llega. Pero esta vez le agendaron una reunión de trabajo. El chico hizo todo lo preestablecido y dejó la nota en la mesada de la cocina. Mara lo felicitó. Casi orgullosa de los dos, releyó la nota y se aterrorizó de sí misma. Había ítems como “acordarte que la chocolatada la calentás un minuto” o “prepará la mochila para mañana”.
Lucas es compañero del hijo de Mara. Vive sólo con su papá. Por su trabajo tiene horarios muy dispares y Lucas aprendió a manejar la casa desde que comenzó el secundario. Habitualmente es el que hace las compras y cocina. Su papá sostiene que más allá de las exigencias propias, las circunstancias le dieron a su hijo una serie de herramientas que no todos tienen.
Según un estudio de la Universidad de Colorado, el 73% de los adolescentes consultados afirma que sus padres les resuelven la mayor parte de los conflictos cotidianos. En cambio, un 61% de los adultos sostiene que deja “demasiado” librado a la independencia de sus hijos. La polarización es evidente: la hiperpaternidad, marcada por el exceso de control, y la hipopaternidad, definida por la distancia emocional o la ausencia de presencia efectiva.
Según la psicóloga Silvia Álava Sordo estamos malinterpretando el amor maternal o paternal. “Si ya tendrá tiempo para sufrir, para frustrarse… creemos que ayudarlo es evitarle todo eso. Y así no le permitimos desarrollar tolerancia a la frustración, ni tomar decisiones, ni equivocarse”, dice. La neurocientífica pediátrica Carina Castro Fumero agrega: “Estamos inhibiendo el desarrollo del lóbulo prefrontal, el área que regula las emociones, la planificación y la toma de decisiones”.
Mientras tanto, el entorno también cambia. La hiperconectividad, la falta de tiempos reales compartidos y el auge de la tecnología sin supervisión afectan la relación familiar. “Sobreprotegemos en lo real y descuidamos en lo virtual”, advierte Castro Fumero. Niños que no van solos a la esquina, pero navegan solos por entornos digitales sin filtros ni adultos cerca.
La licenciada Yanina Oliva, psicóloga de la Fundación Aiglé, aporta una mirada sobre esta tensión: “No se trata de tener todas las respuestas, sino de hacer una pausa real, observar y acompañar con presencia genuina. Estar físicamente no siempre implica estar emocionalmente disponibles”.
Las consecuencias de los extremos comienzan a ser visibles: chicos desmotivados, poco tolerantes al esfuerzo, apáticos o, por el contrario, con baja autoestima, sin límites claros y en búsqueda permanente de contención. Eva Millet, periodista y autora del best seller Hiperpaternidad, alerta: “Se confunde éxito con felicidad, y en esa carrera por asegurarlo, los padres terminan haciéndoles todo”. En el otro extremo, agrega Oliva, “niños sin referentes estables, con inseguridad emocional y desconexión vincular”.
Un estudio realizado por la Universidad de Boston demuestra que los niños que crecen en contextos con padres emocionalmente disponibles y coherentes en sus límites presentan un 42% menos de dificultades de regulación emocional al ingresar en la adolescencia. Continúa: “La combinación de afecto y estructura es la fórmula más robusta para una salud mental resiliente”.
La crianza se vuelve una danza de equilibrios difíciles: fomentar la autonomía sin soltar del todo; estar presentes sin ahogar. “Una crianza equilibrada combina expectativas claras con calidez emocional”, propone Castro Fumero. La clave está en regularnos como adultos para poder corregir, contener y guiar. Porque, como señala Álava Sordo, “cuando los padres no están seguros, sus hijos lo perciben, y el mundo se les desmorona”.
Amor que asfixia
Felipe es padre de tres hijos en edad escolar. Confiesa que a veces se siente “un gerente de logística más que un papá”. Se ocupa de todas las actividades extraescolares, del seguimiento de las tareas, de coordinar médicos, de controlar la alimentación. “Siento que si yo no estoy en cada detalle, todo se desmadra”, admite. Ha discutido incluso con docentes y entrenadores cuando las cosas no salieron como él esperaba para sus hijos. Tiene alarmas en su celular para controlar la merienda, monitorea la ubicación de sus hijos y aún arma él mismo las mochilas para las salidas escolares.
Este es un ejemplo típico de hiperpaternidad. “Es un amor que asfixia, aunque venga de la mejor intención”, dice Álava Sordo. La consecuencia es paradójica: cuanto más hacen por ellos, menos creen los chicos que pueden solos. “A veces se desmotivan porque sienten que no hay nada que puedan hacer que no esté ya planificado por sus padres”, agrega Millet.
Las investigaciones del Instituto de Psicología del Desarrollo de la Universidad de Utrecht confirman que los chicos criados en ambientes de excesiva protección desarrollan menor tolerancia al fracaso y muestran mayor ansiedad en la adultez. “Se vuelve difícil arriesgarse si no me dejaron equivocarme nunca”, señala Castro Fumero.
Álava Sordo advierte que esta forma de crianza puede derivar en adultos inseguros, dependientes, con escasa capacidad de decisión. “Acompañar no es hacer por el otro, es confiar y estar cerca sin invadir”, afirma.
Las consecuencias no siempre se detectan en la infancia. Muchos chicos con hiperpadres logran buenos desempeños escolares, tienen agendas completas y una conducta irreprochable. Sin embargo, según Yanina Oliva, en la adolescencia aparecen síntomas: ansiedad, miedo al fracaso, incapacidad de resolver conflictos cotidianos sin ayuda. “Vemos adolescentes desbordados, que necesitan la validación constante de sus padres para tomar decisiones simples”, explica. Esa sobrepresencia los priva del ensayo y error, esencial en el proceso madurativo. “La autonomía emocional no se enseña con discursos, se construye con oportunidades”, completa.
Un estudio longitudinal de la Universidad de Warwick halló que los niños sobreprotegidos tienen tres veces más riesgo de padecer trastornos de ansiedad social en la adultez. Y concluye: “La independencia se aprende. No se impone, pero tampoco se impide”.
Por eso, Álava Sordo propone un modelo de acompañamiento activo pero no invasivo. Estar cerca, ofrecer soporte, pero no dirigir cada paso. Supervisar sin controlar. “Educar es soltar de a poco, con confianza”, sintetiza. Oliva coincide: “No necesitan padres que lo hagan todo, sino que confíen en ellos para hacerlo. Ese es el verdadero acto de amor”.
Sofía es madre de dos adolescentes. Se separó hace cinco años. Tiene una rutina de trabajo muy exigente y asegura que “confía plenamente en sus hijos”. No controla sus redes, no sabe bien sus horarios ni los nombres de sus amigos. Cree que “la libertad enseña y fortalece”. Sus hijos comen muchas veces solos y deciden casi todo lo cotidiano sin consulta.
Su estilo de crianza roza la hipopaternidad. “A veces los padres están, pero no están -argumenta Oliva-. Incluso pueden estar físicamente, pero emocionalmente ausentes. Y esa carencia duele, aunque no se vea al principio”. La consecuencia puede ser la falta de sostén anímico, dificultades en la regulación de emociones, problemas de conducta y una sensación de abandono sutil.
Referentes claros
Para Castro Fumero, este estilo “no ofrece un modelo que ayude a autorregularse”. El cerebro en desarrollo necesita referentes claros. “La corteza prefrontal, que regula la toma de decisiones y el manejo emocional, se fortalece en la interacción con adultos disponibles”, sostiene. Si esa interacción es escasa, el niño o adolescente crece sin herramientas para afrontar la vida.
Millet insiste en que “la falsa independencia es una trampa». Los chicos necesitan límites, rutinas y presencia genuina. “Decir ‘que se arregle solo’ no es confiar, es desentenderse”, remarca Álava Sordo.
La falta de regulación adulta también se manifiesta en lo digital. “Hay una permisividad excesiva respecto al uso de pantallas, redes, contenidos -sostiene Castro Fumero-. Los dejamos demasiado libres en el mundo virtual, justo donde más necesitan acompañamiento”.
Cuando esa escolta falta, los chicos quedan a merced de modelos externos: influencers, pares, algoritmos. Según Oliva, eso erosiona el vínculo con los padres y genera desconexión emocional. “No se trata de controlar, sino de estar presentes, disponibles y atentos a lo que sienten y viven”, indica.
En un estudio reciente del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford se detectó que los adolescentes que experimentan hipoparentalidad emocional presentan un 48% más de dificultad en la regulación del estrés y el miedo. “La contención no es opcional, es parte del desarrollo saludable”, señala el informe.
“La presencia física no basta. La emocional es la que marca la diferencia”, sostiene Álava Sordo. La disponibilidad afectiva no se mide en horas, sino en calidad de atención, escucha, empatía.
En tiempos de polarización educativa, encontrar el punto medio es un acto de conciencia cotidiana. Observar, revisar, hacer registros, como proponen los psicólogos, puede ser un comienzo. “La crianza no necesita padres perfectos, sino presentes, coherentes, que puedan decir: estoy acá para vos, aunque no tenga todas las respuestas”, sintetiza Oliva. Porque al final, entre el control absoluto y la desconexión, los hijos no precisan cantidad, sino que los miremos con ojos interesados y curiosos, listos para ser lo que ellos necesitan.
Límites, juegos y emociones: cómo manejarse con los niños
Los consejos de Oliva, Álava Sordo y Castro Fumero cuando los chicos están en la primera infancia.
- “Hay que poner límites claros y afectivos. Pocos, coherentes y explicados desde la calma”, sugiere Silvia Álava Sordo. Los límites no son castigos, son contención. Brindan un entorno predecible.
- “El juego libre es vital: no todo debe ser estructurado”, plantea Yanina Oliva. Ahí procesan emociones y desarrollan creatividad. Es una fuente insustituible de desarrollo neurológico y emocional.
- “Fomentar la autonomía según la edad: vestirse, ayudar en casa, decidir cosas sencillas”, dice Álava Sordo. Eso fortalece su autoestima, su sentido de capacidad y aprender a confiar en sí mismos.
- “Establecer rutinas los ordenan y les da seguridad”, dice Oliva. Comer, dormir y jugar en horarios consistentes les da estabilidad emocional. Son marcos de previsibilidad que permiten que se sientan en control.
- “Si el adulto está calmo, el niño aprende a regularse”, explica Álava Sordo. Es en esa respuesta ante su enojo, tristeza o frustración donde les enseñamos cómo atravesar una emoción sin desbordarse.
- “No evitar los límites. Aunque se quejen, los necesitan para sentirse seguros”, insiste Castro Fumero. Los límites bien puestos son demostraciones de cuidado. Aunque provoquen rechazo, les dan estructura.
- “Validar sus emociones: si están tristes o enojados, acompañarlos sin negar lo que sienten”, enfatiza Oliva. Así se sienten comprendidos. Es bueno darles un espacio para nombrar sus emocione. Eso les enseña que todas las emociones son legítimas.
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Estrategias con adolescentes
La psicopedagoga Mariana de Anquín propone acompañar desde la conciencia, el respeto y la coherencia. Claves para construir una presencia significativa en la adolescencia.
- La adolescencia no es una etapa para discursos, sino para aprender a estar. No siempre buscan consejos, muchas veces sólo quieren sentirse comprendidos. “Necesitan ser escuchados con respeto, sin interrupciones, sin juicio”.
- Los jóvenes ya lidian con una autoexigencia intensa. Si el adulto sólo señala errores, se debilita el vínculo. “Cuando un joven escucha lo que su familia admira de él recupera la sensación de pertenencia”.
- Aunque digan “dejame en paz”, piden presencia. “Criar adolescentes es sostener sin invadir, sin imponer”, subraya de Anquín. Su requisito de independencia no cancela la necesidad de contención.
- En momentos de tensión, evitar reaccionar automáticamente. De Anquín propone preguntarse: “¿Cómo respondería el padre o madre que quiero ser?”. Esa brújula interna ayuda a salir del piloto automático.
- “Nadie cría desde el vacío”, recuerda. La adolescencia desafía, y por eso es importante reconocer las emociones propias y no descargarlas sobre los hijos. Trabajar en uno mismo es una necesidad.
- A veces corregimos por ansiedad propia, no por lo que el adolescente necesita. Preguntarse: “¿esto lo hago porque lo necesita él o porque lo necesito yo?”, permite evitar intervenciones innecesarias.
- La calidad del vínculo se mide por el encuentro emocional. ”El vínculo se vuelve funcional cuando todo gira en torno de obligaciones”, explica. Buscar espacios de disfrute, sin exigencias, fortalece la relación.