Publicado: febrero 17, 2025, 9:07 am
Una de las cuestiones que pueden complicarse con la llegada de la adolescencia es la relación con los hermanos.
Los chicos admiran e idealizan a sus hermanos mayores y quieren permanecer cerca, pasar tiempo con ellos y, hasta la pubertad, los mayores aceptan y celebran esa ciega adoración, la cercanía, que los copien en cada gesto… ¡hasta en el sabor del helado que comen!
Pero cuando llegan a esta etapa empiezan a rechazarlos y a menudo de bastante mala manera: los chiquitos siguen intentando acercarse –como hasta unos días antes– y los más grandes no les responden, ni tienen ganas de pasar tiempo con ellos.
A los más chicos les duele, sienten el abandono de su hermano/a mayor, no entienden qué fue lo que pasó, en qué se equivocaron. Y nosotros nos enojamos con el adolescente y nos desilusionamos y se lo decimos con todas las letras. Un poco porque vemos el dolor de los menores y otro poco porque a esa edad no nos habríamos animado a “ningunear” de esa forma a nuestros hermanitos por miedo a la reacción de nuestros padres y esperamos lo mismo de nuestros adolescentes.
3 alimentos de consumo diario que afectan a los riñones y pocos lo saben
¿Qué le pasa a ese adolescente que estrena su traje de grande? Es real que le molestan los pedidos, comentarios infantiles e interrupciones, hasta la idolatría les incomoda, pero a la vez sienten celos al verlos tranquilos y seguros en su mundo de chicos sin dilemas de ninguna clase. Todo eso ya les aburre, les queda chico, pero les cuesta ver a sus hermanos menores tan cómodos, ¡y de a ratos les dan ganas de volver atrás!, y también por eso se alejan lo más que pueden … Por eso les molesta todo: que hagan ruido, que les hablen, que canten, que existan…
Y de a ratos vemos el placer que les da (cuando nadie los mira) ponerse a jugar con ellos, canicas, autitos, lo que sea, o a contarles un cuento… y que los miren y admiren, esos momentos de intercambio les ofrecen recreos en el desafío de crecer.
Recordemos nuestra adolescencia y el fastidio –silenciado–que nos causaban los acercamientos de nuestros hermanitos, y el maravilloso reencuentro con ellos cuando todos superamos la adolescencia.
Aunque en algunos temas también siendo adultos nos costó que nuestro “hermanito” se pusiera a la par nuestra, que nos alcanzara, incluso que nos superara en algún tema. Así nos será más sencillo entender y aceptar sus sentimientos y sus deseos de apartarse, pero de ningún modo podemos aceptar ni validar los malos tratos. Podríamos explicarle que queremos que sus hermanos crezcan en un ambiente seguro y protegido y no a la defensiva, lo mismo que tuvo él a su edad.
El imponente puente que cambió el paisaje en una codiciada zona turística
Recordemos también el dolor de ese rechazo que no entendíamos si nos tocaba ser el menor y acompañemos a los más chicos a comprender lo que está ocurriendo. ¡Cómo les duele y nos duele!
Un casco de protección
Basta con que les expliquemos que no es contra ellos, que no tienen nada que ver. Ayudémolos también a apartarse para que no sigan recibiendo rechazos. Armemos con nuestras acciones y palabras un “casco de protección” imaginario para el o los menores, ya que así les va a doler y se van a lastimar menos. Nosotros también nos vamos a enojar menos con el más grande.
Les sirve también saber que en unos años van a ser ellos los que no van a tener paciencia con el que les sigue para abajo.
¿Y qué le pasa al chico que llega a la adolescencia cuando no es el mayor? Lleva años de ser el que no entiende los chistes, el que llega último en la carrera. Se acerca la época de ponerse a la par, pero le da muchos nervios e inseguridad, le cuesta creer que va a lograrlo y a los grandes también les cuesta darle un lugar.
Ahí también podemos actuar acompañando a los mayores en el duelo de que ya no son los únicos grandes, y a tomar conciencia de lo importantes que son su presencia, sus palabras y sus acciones para sus hermanos menores. Es bueno que estén al lado de los más chicos y los ayuden a seguir haciéndose su lugar sin rendirse y sin ofenderse.
La mesa familiar es una gran oportunidad, un entorno protegido por nosotros para que el grande aprenda a esperar su turno y tenga paciencia con el cuento del menor, y para que el menor también aprenda a escuchar temas de su hermano mayor que no entiende ni le interesan, y a quedarse en la mesa sin molestar. Con nuestra presencia y protección pueden seguir cerca, sin distanciarse tanto de modo que no les cueste el reencuentro al crecer e igualarse.
Sigamos celebrando la identidad individual de cada uno, sin compararlos, sin mostrar preferencias, sin ponerlos a competir entre ellos y esperemos tranquilos ese reencuentro, que va a llegar, pero no tan rápido.