Publicado: noviembre 1, 2025, 5:00 am
Dice que hay dos personas en ella. “Puede parecer un poquito raro, pero es así…”, advierte, y en perfecto español, procede a explicar ese excepcional dos-en-una con el que vive las 24 horas: la Garanča, por un lado; y, por el otro, Elīna. Si bien las dos tienen 49 años, son talentosas y oriundas de Letonia, el país europeo ubicado entre Estonia y Lituania, una –la Garanča– es la diva que recorre los mejores escenarios conmoviendo con su voz llena de matices, que es exigente y busca siempre algo nuevo para su público (y para ella); mientras que la otra –Elīna– es algo tímida, ama estar en su casa, con su familia y Chloé, su perra labradora, emocionándose con las flores que trae la primavera.

Mientras la Garanča luce vestidos de diseñador y recibe ovaciones y premios, Elīna prefiere charlar con amigos, usar jeans y andar descalza. “Cuando llevo a mis hijas al colegio, seguro soy the worst dressed mom: a la mañana, me pongo lo primero que encuentro; y, por la tarde, cuando las busco, estoy siempre con las manos y los pies llenos de tierra por trabajar en la huerta que tengo en casa”, asegura Elīna, marcándole la cancha a la Garanča, a quien muchos consideran una rockstar de la lírica. “Cuando hablan de la Garanča en superlativo, me da un poco de miedo. Cada vez que salgo a escena, evito cargar con ella porque me genera una responsabilidad extra. Canto como si fuera la primera vez, tratando de dar lo mejor, buscando ese milagro de conectar con la gente”, le dice a ¡HOLA! Argentina. En la charla, que tuvo lugar antes de que se presentara en el Teatro Colón en el marco del Ciclo Aura, la Garanča y Elīna –con unas coloridas zapatillas Skechers by Jen Stark– confluyeron por un rato: ambas, sensibles y filosas, hablaron de su infancia en Letonia, de la exigencia y de la vida nómade que tiene con su marido, el director Karel Mark Chichon (de 54 años, nació en Londres, pero se crio en Gibraltar). “Somos como gitanos: siempre en el camino. Si te ponés a pensar, esta profesión no es ni para tener ni familia, ni pareja, ni matrimonio, ni casa”, confiesa.
![Nacida en 1976 cerca de Riga, la capital letona, es una de las mejores cantantes líricas del mundo. Desde que egresó de la Academia Letona de Música en 1996, su carrera ha sido
extraordinaria: ha interpretado papeles icónicos con una técnica vocal, versatilidad, gracia y capacidad dramática [antes de dedicarse al canto, soñaba con ser actriz] que muy pocas han logrado. Cantante exclusiva de Deutsche Grammophon desde 2005, recibió la Orden de las Tres Estrellas que otorga Letonia (2007) y fue galardonada con el ECHO Klassik Award (2009)y el Kammersängerin, el título honorífico que otorga la Opera Estatal de Viena (2013).](https://resizer.glanacion.com/resizer/v2/R4LOSDPGWBELZDYEZGQLEPOROQ.jpg?auth=ed659af46ec00bd3e9172d57f3e560bf45f103b25d19bd59b952582396a83a39&smart=true&width=5461&height=8192)
–Dos estrellas de gran exigencia y de carácter, viviendo juntas, debe ser un desafío. Dicen que tenés un temperamento muy latino…
–[Se ríe]. Lo del carácter latino quizás surgió a partir de mi interpretación de Carmen [su papel en la ópera de Georges Bizet fue clave en la carrera de Elīna]: no considero que el temperamento sea geográfico, pero siento que hay similitudes entre la personalidad propia del flamenco español y el orgullo letón. Aunque no gesticulamos tanto, los letones tenemos nuestros colores, un volcán interior y la espalda recta para enfrentar situaciones complicadas. Con mi marido, nos complementamos. Nos conocimos durante un concierto, hace casi veinticinco años. Inmediatamente, pensé: “Con este hombre podría casarme”. Desde el principio, fuimos conscientes de la complejidad de armar una pareja siendo artistas. Sabíamos que la música nos había unido, pero que también podía separarnos por nuestras agendas. Sabíamos que podía ser un desafío. [Se ríe]. Cada uno tiene sus problemas y su propia idea de lo que es ser un músico: él es un director de orquesta que tiene a su cargo 70 u 80 personas; yo, en cambio, estoy concentrada en un solo instrumento –mi voz; a veces, paso más de ocho horas estudiando un papel– y busco conectarme con el público mirándolo a los ojos. En la vida cotidiana, a mí no me gusta escribir o contestar mails; y, si vamos de viaje, no soy la que se encarga de buscar hoteles o vuelos… ¡lo hace él! Pero, como yo hablo varios idiomas [¡seis!], las presentaciones las hago yo. [Se ríe]. La perfección puede ser útil en determinados ámbitos, pero, en la vida cotidiana, puede resultar una molestia. Cuando compartís la vida con otro y tenés que conectarte emocionalmente, al perfeccionismo tenés que dejarlo de lado.
–Y teniendo la vida que tienen, se animaron a ser padres [tienen a Catalina Louise, de 14, y a Cristina Sophie, de 12].
–Siempre supe que quería ser mamá. Tuve a mis hijas en un momento de mi carrera en el cual cantar ya no era mi única satisfacción. Puedo decir que soy mejor cantante porque soy mamá. Desde que soy madre, si me equivoco con una nota arriba del escenario, ya no me importa tanto: sé que, en mi casa, están la alegría y la satisfacción de mi vida. La mía es una profesión muy linda, pero supone muchos sacrificios… Pasás mucho tiempo sola, con dudas, lejos de tus seres queridos. Y si estás cansada o enferma, si tu mamá se muere, si estás embarazada, si tuviste una pelea en tu casa… ¡todo repercute en la voz!
–En España, a vos y a tu marido los consideran españoles: difunden por el mundo la música española y han defendido con pasión bastiones culturales, como el Teatro de la Zarzuela, que atravesó varios conflictos.
–España nos encanta. Tenemos una casa en Málaga; mi marido tiene su trabajo fijo en ese país [Chichon, reconocido como Oficial del Imperio Británico por la reina Isabel II en 2012, es director artístico de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria]. Y también tenemos una casa en Viena, porque Austria no sólo es el centro geográfico de Europa, sino que es el epi – centro de los teatros de ópera en idioma alemán. Y también en Letonia… ¡porque es mi país! En ninguno de estos sitios paso más de 60 o 70 días en el año.

–¿Cómo hacés con tus hijas cuando viajás?
–¡Por suerte tenemos los celulares! Hablo con ellas o hacemos videollamadas todo lo que se pueda, según su agenda, la mía y la diferencia horaria. Cuando me voy, las extraño muchísimo. Sin embargo, no me parece mal que tengan cierta independencia. Nunca quise ser una “madre helicóptero”. Disfruto trabajar y, al mismo tiempo, ser mamá. Mis hijas entienden que me gusta lo que hago, pero que, al mismo tiempo, mi trabajo les permite acceder a una educación y viajar de manera bonita. Es duro, pero es la vida: el éxito necesita trabajo y sacrificio.
–Hay quienes dicen que, en el siglo XXI, esos dos valores tienen otro peso para las nuevas generaciones. ¿Cuál es tu experiencia?
–Intentamos con mi marido transmitirles a nuestras hijas nuestros valores, les explicamos de dónde vinimos. Creo que lo estamos haciendo bastante bien. Las alentamos a ser independientes con responsabilidad y fomentamos su curiosidad. Nos parece interesante que puedan probar diferentes cosas. En mi caso, fue la música: mi papá era director de un coro y mi mamá, cantante; yo conocí la música desde la panza, aprendí a tocar el piano desde los 5 años. La música sucedía a mi alrededor y yo la fui absorbiendo. ¡Claro: no había ni televisión, ni iPads, ni teléfonos! Hay que tener los ojos abiertos, aprovechar lo bueno que uno posee y corregir aquello que está mal. Para mí, la disciplina es clave: te puede llevar muy lejos. Crecí en la sociedad de la ex Unión Soviética. Tuve una infancia dura y, desde ya que no quiero que mis hijas sufran como yo, que –al final de los 80, antes del colapso total de la Perestroika– comía papas por semanas. Esa experiencia, sin embargo, me dio firmeza: aprendí que, para salir adelante, hay que trabajar. Mis hijas ya saben que, para comer un tomate o una fruta de nuestra huerta, hay que recorrer un camino. Saben también que tomarse un año sabático tras el secundario para viajar no es algo que yo vaya a permitir: o estudian o trabajan. Vivir a la sombra de la mamá o del papá no es una posibilidad.

–El año que viene cumplís 50 años. ¿Pensás en tu retiro?
–Está en mi mente, aunque aún no sé cómo ni cuándo será. Siempre es bueno tener algo de misterio, ¿no? [Se ríe]. Los cantantes somos atletas vocales. Y, aunque todavía hay papeles que quiero actuar, debo reconocer que el cuerpo pasa facturas. Con la edad, vas deseando no estar tanto tiempo en los aeropuertos, cambiando la hora del reloj… Quiero tener una vida más normal. Quiero disfrutar de mi familia, de mi vida y de mis niñas, que están creciendo y requieren que yo esté más en casa. Quiero viajar a los lugares donde yo quiera ir y no porque necesite cantar. Quiero leer libros y estar en Letonia en primavera. De a poco, estoy reduciendo mi agenda: ya no acepto todos los conciertos que me ofrecen. Quizás me dedique a la enseñanza.

–Como artista nacida en Letonia, ¿sentís que tenés un lugar de privilegio para denunciar lo que sucede entre Ucrania y Rusia?
–Letonia estuvo ocupada por muchos años [la ocupación soviética comenzó en 1940 y continuó hasta en 1991, con su independencia; entre 1941 y 1944, fue ocupada por la Alemania nazi]. Esa herida perdura hasta hoy. Por eso, lo que sucede en Ucrania nos preocupa: los letones sabemos lo que significa que te pongan siempre el pie encima de la cabeza. Como persona, comparto mis pensamientos y mis deseos sobre un mundo de paz con mi familia y mis amigos. Como figura pública, opinar puede ser delicado: muchas veces, los statements son utilizados de manera que no podemos controlar. No soy política: soy cantante de ópera. Si acaso tenemos alguna misión, esa no sería brindar educación política: creo que, con nuestra música, podemos crear un mundo distinto del que está fuera, un mundo mágico; podemos levantar el ánimo de la gente y hacer que su vida sea un poquito más bella.

Maquilló y peinó: Nahuel Puentes para Sebastián Correa Estudio
Agradecemos a Claudio Stamato y Felipe Durán, de la Isla El Descanso

