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Colombiano deportado por Trump dice que lo encadenaron y lo trataron como si fuese “El Chapo Guzmán”

Publicado: enero 30, 2025, 5:08 pm

El 20 de enero, mientras Donald Trump tomaba posesión de la Presidencia de Estados Unidos en Washington, Daniel Oquendo cruzaba la frontera entre Tijuana y San Diego, California.

Su viaje había empezado 4 días antes en Medellín, Colombia, motivado por la ilusión de encontrar un trabajo como mecánico en EE.UU. que le permitiera tener un mejor futuro.

Como lo hacen cientos de migrantes, Daniel se entregó inmediatamente después de cruzar la frontera a la Patrulla Fronteriza de EE.UU. con la intención de pedir asilo.

“¿De dónde son?”, les preguntó un oficial a Daniel y unos 18 colombianos más. “De Colombia”, contestaron.

“¿Ustedes saben quién es el nuevo presidente de EE.UU.? Es papá Trump. La fiesta aquí a ustedes los colombianos se les acabó. Van todos para su país deportados”, relata Daniel que les dijo el oficial.

Oquendo, de 33 años, habló este martes con BBC Mundo desde Bogotá, pocas horas después de haber aterrizado en CATAM, la base militar dentro del aeropuerto El Dorado.

Colombianos deportados por EE.UU. llegan en un avión de la Fuerza Aeroespacial Colombiana (imagen publicada en X por el presidente Gustavo Petro)

Es uno de los colombianos deportados que iban en los dos aviones militares de EE.UU. a los que el presidente Gustavo Petro no les permitió aterrizar el domingo 26 de enero.

Hasta llegar a Bogotá, Daniel no tenía idea de la crisis diplomática que se desató entre los dos países por el vuelo en el que iba. Y mucho menos, que Donald Trump amenazó a Colombia con aranceles por la decisión de Petro.

De hecho, nadie les avisó por qué el avión que despegó de San Diego no llegó a Bogotá después de más 10 horas de vuelo, ni por qué terminó recogiéndolos en El Paso, Texas, un avión de la Fuerza Aeroespacial Colombiana.

Esta es su historia.

Daniel Oquendo, mecánico de 33 años, cruzó la frontera entre México y EE.UU. irregularmente el lunes 20 de enero.

San Diego

Daniel era consciente del riesgo de que lo deportaran, pero ni siquiera la amenaza de Donald Trump de llevar a cabo “la mayor operación de deportación masiva en la historia de EE.UU.” lo disuadió de probar suerte.

Su plan era alegar en la frontera que estaba buscando asilo, y luego llamar a un conocido suyo radicado en Florida a pedirle ayuda.

Según Daniel, esa persona le había ofrecido un trabajo en su taller, y estaba dispuesta a pagarle un vuelo y darle hospedaje.

Pero ese plan se frustró cuando el funcionario de la Patrulla Fronteriza le anunció que su destino era la deportación.

“Llegó una camioneta, nos quitaron los bolsos y nos llevaron a un centro de detención de migrantes”.

Daniel pasó cinco días en una celda completamente incomunicado y sometido a un trato que describe como humillante.

“Estuve ahí desde el lunes hasta el sábado y en ningún momento nos dejaron bañar”.

Le daban suficiente comida, pero dice que era imposible descansar, porque, más o menos cada hora, los guardias llegaban a la celda y los hacían levantar a todos.

“Nos decían que teníamos derecho a abogado, pero nunca nos dejaron comunicarnos con ninguno”, describe. Solo le dieron la oportunidad de hacer una llamada el último día que estuvo ahí a un número que se supiera de memoria.

Daniel llamó a su familia para darles un poco de tranquilidad porque llevaban varios días sin saber nada de él. “Desde Colombia era muy poco lo que podían hacer”, dice.

Lo que más ansiaba era saber cómo se encontraba su abuela, que estaba muy enferma cuando él se fue.

Durante los días que estuvo en el centro de detención de migrantes en San Diego, le obligaron a firmar un documento que nunca supo qué era.

“Varias veces les pregunté qué era eso y solo me gritaban: ‘Firme, firme, firme’”. Trató de resistirse, pero terminó cediendo a la presión.

Para Daniel, el trasfondo de los malos tratos que vivió era psicológico: “Es para que a uno se le quede en la mente y desista en un futuro de volver”.

El paso fronterizo que hay entre Tijuana y San Diego, California, es uno de los principales entre México y EE.UU.

El primer vuelo

El sábado, a él y varias decenas de colombianos más los sacaron de las celdas, los esposaron de pies y manos y los ataron las manos a la cintura con una cadena. “Como si fuéramos los peores narcotraficantes, equiparables a El Chapo Guzmán”, dice Daniel.

Fue ese trato al que se refirió el presidente Petro cuando anunció en la red social X que hizo devolver los aviones estadounidenses, en uno de los cuales iba Oquendo.

“No puedo hacer que los migrantes se queden en un país que no los quiere, pero si ese país los devuelve, debe ser con dignidad y respeto con ellos y nuestro país”, escribió Petro en una publicación en la que adjuntaba un video de migrantes brasileros deportados que llegaron a su país esposados.

Daniel cuenta que los montaron en un bus sin decirles a dónde iban y los llevaron a una base militar, donde los esperaba un avión Hércules.

La tripulación les informó que se dirigían para Bogotá y que serían 7 horas de vuelo.

Permanecieron esposados todo el trayecto. Los acompañaban al baño y, solo a las mujeres, les soltaban una de las manos al entrar.

Según Daniel, en el avión iban dos niños pequeños, que no estaban esposados, y otros menores de edad más grandes, de 16 o 17 años, que sí.

Las horas en el aire se empezaron a extender y una mujer mayor empezó a tener lo que parecía ser un ataque al corazón. Pasadas 10 horas desde el despegue, aterrizaron.

Daniel pensaba que estaban en Bogotá, pero, cuando abrieron la compuerta trasera del avión, no reconoció el paisaje. Inmediatamente, entró un grupo de paramédicos que se llevaron a la mujer y su acompañante.

Los migrantes lograron identificar que eran funcionarios del Departamento de Bomberos de Houston, Texas.

En medio de su desconcierto, el avión volvió a despegar.

Finalmente, aterrizó en El Paso, Texas, sin que nadie les explicara a los deportados por qué no habían llegado a Colombia, y por supuesto sin que se pudieran imaginar que se había presentado una orden del presidente Petro de por medio.

Lo que pasó con el vuelo en el que iba Daniel desató una crisis diplomática entre Colombia y EE.UU. el pasado domingo

El Paso

Daniel relata que, al llegar a El Paso, los llevaron nuevamente a un centro de detención y los pusieron en celdas.

Su suerte allí, no obstante, fue diferente. No los trataron a los gritos, les permitieron bañarse y les dieron ropa para que se pudieran cambiar mientras les lavaban la que tenían puesta.

Daniel dice que no sabe si ese trato, mucho mejor que el que vivieron en San Diego, se debía a las circunstancias en las que llegaron al centro, o si era el estándar allí.

Sin embargo, poco después de bañarse y de que les devolvieran su ropa limpia, los llamaron uno a uno a identificar sus pertenencias.

Les dejaron sacar algunos objetos personales de sus maletas, como el celular, documentos y el dinero que llevaban, y acto seguido botaron todo lo demás en canecas de basura.

Daniel no sabe si fue en represalia porque el vuelo no hubiera podido aterrizar o si es el procedimiento regular en El Paso, pero recalca que no hubiera pasado si el gobierno colombiano los hubiera dejado aterrizar.

“Lo que yo no entiendo es que a nosotros, siendo colombianos, no nos dejaran entrar. Veníamos esposados y todo, pero con nuestras pertenencias”.

“Me parece excelente que (el gobierno colombiano) alce una voz de protesta en cuanto al trato y que digan que no les gusta que traigan a los conciudadanos esposados. Pero al devolvernos nos revictimizaron. Nos hicieron pasar dos días más de calabozo y de maltrato, dos días en los que no pudimos estar con nuestras familias”, dice Daniel.

Daniel (en la foto, sentado junto al hombre de saco azul) regresó a Colombia en un avión de la Fuerza Aeroespacial Colombiana

Finalmente, el retorno

El lunes en la noche, a Daniel y los demás deportados colombianos, los sacaron nuevamente de las celdas, esta vez sin esposas. Los llevaron a un aeropuerto, y ahí vieron aterrizar un avión de la Fuerza Aeroespacial Colombiana.

Al abordar, la tripulación colombiana les dio la bienvenida y les dijo que gracias a la gestión del gobierno Petro, del cual Daniel es crítico, estaban en ese vuelo para volver a Colombia.

“Me siento utilizado por el gobierno de EE.UU., por la forma en que nos trató, y por el gobierno colombiano, por ponernos en este show mediático”.

Daniel considera que Petro usó el tema de los colombianos deportados como una cortina de humo para ocultar otras controversias internas que enfrenta. Y critica que solo hasta ahora, que Donald Trump asumió la presidencia, el gobierno Petro esté poniendo la mirada en los migrantes, cuando las deportaciones llevan dándose desde hace años.

El canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, afirmó en un video publicado en su cuenta de X que se concluyó que los colombianos deportados que llegaron al país —entre ellos Daniel— “no tienen ningún pendiente con la justicia ni en Colombia ni en los Estados Unidos”.

El presidente Trump, sin embargo, ha insistido en dos ocasiones que eran “asesinos, capos de la droga, violadores”.

Frente a esto, Daniel responde: “sabemos que cometimos una falla por la forma como entramos, pero no estábamos traficando, tampoco fuimos a robar a nadie”.

“Si fuéramos narcotraficantes, como él dice, no estaríamos en Colombia, sino esperando un juicio en EE.UU.”.

“No entiendo ese mensaje de xenofobia que quiere mandar. De pronto hay migrantes que han llegado allá a cometer delitos, pero no hay que generalizar”, concluye.

Cuando habló con BBC Mundo, Daniel Oquendo no sabía donde iba a dormir. No estaba seguro de si regresar a Medellín, su ciudad, o quedarse en Bogotá tratando de buscar un trabajo.

Lo único que sabía es que sus planes de vida se habían visto trastocados y que asumir el golpe económico y emocional le iba a tomar tiempo.

Por Santiago Vanegas

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