Claves para enfrentar los miedos y bajarles el volumen a los pensamientos que perturban - Argentina
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Claves para enfrentar los miedos y bajarles el volumen a los pensamientos que perturban

Publicado: octubre 5, 2025, 10:04 am

El miedo es una emoción básica que experimentamos todos. Hay miedos naturales como a caer, al ruido fuerte, a la oscuridad y a la muerte que cumplen una función protectora: nos avisan de que algo puede ser amenazante o perjudicial.

Pero hay muchísimos otros “fabricados”, que padecemos a diario y que nos producen gran malestar psicológico o nos impiden avanzar en pos de nuestro proyecto de vida. Son aquellos vinculados con nuestras creencias limitantes, nuestra imaginación catastrófica o nuestros pensamientos rumiantes negativos que sostenemos por demasiado tiempo en el cerebro y el cuerpo y que nos enferman y paralizan. Quienes trabajan en salud mental mencionan varios: miedo al qué dirán, a la valoración personal, al rechazo, la humillación, a la soledad, al fracaso y al éxito (paradojalmente), a la enfermedad, a poner límites, a cambiar de trabajo o iniciar un hobby revitalizante. En el fondo, el miedo que está por debajo de todos los mencionados, sostienen, es el de animarse a ser quien realmente uno es. Y no el personaje que se construyó. Así de simple y complejo a la vez.

Qué es el “positivismo tóxico” que afecta la salud mental

Andy Figuera recibió un duro diagnóstico de lupus hace varios años y cree que esta enfermedad se desencadenó por su manera de ser tan exigente que la llevaba a trabajar en exceso por miedo a la escasez económica o a no ser valorada. Después de transitar un profundo proceso de introspección, detectó que el temor más relevante que debía enfrentar era el de convertirse en la persona que sabía que era, pero que no estaba acostumbrada a ser. “Pude haberme quedado capturada en un rol de víctima o transformarme en protagonista que fue lo que intenté. Sentí el llamado a volver a casa y lanzarme a vencer mis temores”, dice.

En su proceso de despertar y de superar la enfermedad, no solo física sino mental y emocional. Andy reconoció y nombró cada una de sus inquietudes. Pudo luego vincularlas a sus heridas y poco a poco sanar lo que necesitaba ser atendido. Estudió coaching y hoy cuenta que su desafío es animarse a hablar en público para difundir sus talleres y compartir sus aprendizajes. “Mis miedos no solo habitan en mi cabeza, también están en mi cuerpo que tiene memoria. De a poco fui apareciendo sin vergüenza”, señala.

Los miedos fabricados son aquellos vinculados con nuestras creencias limitantes, nuestra imaginación catastrófica o nuestros pensamientos rumiantes negativos

Elaborar el pasado

Este trabajo interno, que ella encaró para superar las trampas de su ego, es uno de los caminos cruciales que proponen los psicólogos para transformar los miedos crónicos e inconscientes que afectan negativamente nuestra calidad de vida. El otro es, apostar por la confianza en la existencia.

El miedo habla de una ausencia de confianza y presencia del ego que lo único que busca es dejarnos atrapados en un estado de supervivencia. No le importa que seamos felices”, subraya Eleonora Pérez, coach ontológico y empresarial y docente de la Escuela de Negocios de la Universidad de San Andrés. “La clave es confiar en que la vida no nos traerá algo mayor a nuestra capacidad para resolverlo. Y aceptar lo que toca (aun lo más difícil), sin resistirnos, es una oportunidad de crecimiento y expansión”, sostiene.

Ambas terapeutas creen que, si nos animamos a mirar los miedos de frente y los desenmascaramos, podremos evolucionar. “Es un hábito diario indelegable que implica hacerse preguntas: ¿Por qué tengo temor a que me vaya bien, que pasaría si lograra lo que quiero? Son interrogantes incómodos que nos sacan de nuestra zona de confort. Pero si queremos estar al mando de nuestra vida, tenemos que detectar qué nos está frenando a dar el paso y cambiar la mirada”, explica.

En sus años de trayectoria trabajando con coaches de diferentes generaciones, se alegra con los procesos de transformación. “Una mujer muy conflictiva que pudo sanar heridas y detectar el miedo al rechazo que se escondía detrás de su actitud beligerante”.

Lo central para ella es confiar en que uno puede dar ese si interno para trabajarse y tener humildad para pedir ayuda.

Justamente eso hizo Joaquín Varela (57) cuando fue despedido de su empleo en 2014 para superar la frustración y el bajón que sintió. “Estaba muy ansioso, me sentía inferior a mis amigos. El acompañamiento de un terapeuta y mi mujer fueron vitales para alentarme y mostrarme mi potencial. Yo veía todo negro”, explica.

El miedo habla de una ausencia de confianza y presencia del ego que lo único que busca es dejarnos atrapados en un estado de supervivencia

Gabriela Vidal (36) cuenta también que, gracias al acompañamiento profesional pudo revertir su falta de autoestima. Esta competente profesional tenía miedo al fracaso. Sentía que sus compañeros eran más talentosos que ella. “Un autosabotaje constante”, señala. Un día cayó en la cuenta de su trampa: su malestar lo fogueaba con “verdades” sin sustento que actuaban como murallas impenetrables. Descubrió que, esas personas para ella tan sobrecalificadas también tenían inseguridades; a veces, incluso, estaban perdidas. “El problema era yo, y mi obsesión errada que me repetía al oído: ‘No tenés cualidades útiles’”.

Su camino de salida fue muy artesanal, requirió coraje para detectar su engaño. “En un punto me era cómodo y fácil quedarme anclada en la miseria”, cuenta. Así, de la mano de la profesional que la escuchó y orientó pudo empezar a cambiar, sin caer en el falso positivismo, “los clichés de moda que te dicen: ‘sos luz’ y ‘vos podés con todo’”.

Es que es cierto: con todo uno no puede, pero sí con bastante. Lo suficiente para salir de esos callejones sin salida, donde quedamos enredados en nuestros fantasmas e inseguridades.

Detectar los oasis

Joaquín Grehan, médico especialista en medicina del estrés, lo pone de este modo: “Una cosa es tener miedo y otra que los miedos te tengan a vos. Cuando quedamos secuestrados por ellos se vuelven nocivos. La mayoría de las personas ignora o niega estas emociones por considerarlas debilidades. El desafío es volverse consciente y aprender a regularlos, desactivarlos y poner nuestra atención en espacios donde nos sentimos seguros y encontramos calma. La terapia cognitiva, las neurociencias y la meditación ayudan”, señala.

Eso hace Sofía De Estrada (17), una adolescente que cursa el último año de la secundaria, cuando queda presa de sus ansiedades que emergieron a medida que sintió, hace un tiempo, la urgencia de escoger una carrera universitaria. Cuando la cabeza le explota de pensamientos cargados de temor, intenta poner su energía en espacios saludables: su clase de baile que tanto disfruta, el canto, la guitarra y sus íntimos amigos. “Ahí puedo relajarme”, expresa. Su desasosiego se manifiesta hoy con insomnio y dolor de pecho en su cuerpo, y con preguntas agobiantes que colonizan su mente. ¿Encontraré la carrera que me haga feliz? ¿Qué pasa si me equivoco? ¿O no estoy a la altura de la exigencia académica? ¿Seguiré viendo a mis compañeras? “No quiero perder mis amistades y me da pánico sentir que puedo equivocarme en mis elecciones”, afirma.

El haber comenzado un trabajo de discernimiento vocacional con una psicóloga y haber recorrido universidades y asistido a charlas, también la ayudaron a descomprimir. En vez de huir (mecanismo típico frente al temor) decidió enfrentar lo temido y ponerse en acción. “Fui conociéndome mejor y descubriendo los planes de estudio que resonaban con mis intereses y habilidades”, señala.

Una cosa es tener miedo y otra que los miedos te tengan a vos

Según la etapa vital

Así como Sofía enfrenta hoy la ansiedad por su inserción en el mundo adulto, cada etapa de la vida está teñida por un miedo predominante. Grehan detalla algunos: en la infancia, el de separación de las figuras de apego; en la niñez tardía cuando comienza la socialización, el de no ser aceptado por el grupo de pares. En la adolescencia, esta necesidad de integración con los amigos se intensifica y además surgen temores por el rendimiento académico y deportivo. En la juventud, las ansiedades giran en torno al éxito o el fracaso; al poder o no desarrollar un proyecto de vida y encontrar el amor de pareja. Durante la adultez temprana, cursando los 30 años, la preocupación gira en torno de lo económico. En cambio, a los 45, a perder el status conseguido. Ya después de los 60, la inquietud está puesta en la salud, sobre todo cuando golpean los primeros síntomas. Y después de los 70, apremia la soledad y la necesidad de valerse por uno mismo. Al final de la vida, el miedo a la muerte.

María Enriqueta Bruera tiene 93 años y cuenta que su mayor temor, no es morir, sino padecer en este tramo final, una enfermedad mental que la deje totalmente dependiente de sus seres queridos. “No quiero ser un estorbo. Me da pánico que un Alzheimer o un ACV me conviertan en una mochila pesada”, dice esta mujer agradecida con la vida que tuvo y aún tiene.

Enriqueta, Sofía, Gabriela, Andy y Joaquín son ejemplos de los desafíos e inseguridades que atravesamos todos en distintos momentos de nuestra vida. Pero cuando los miedos se vuelven crónicos, en todos se perciben síntomas físicos parecidos, estados emocionales de ansiedad y sobre todo pensamientos negativos, que los bloquean para responder con creatividad.

El cuerpo sufre las secuelas del miedo. Cuando este se activa, el organismo se prepara para la lucha o la huida, y se liberan las hormonas del estrés (adrenalina y cortisol). Esto causa un aumento inmediato de la frecuencia cardíaca y respiratoria, de la presión arterial y del flujo de sangre a los músculos para prepararse para la acción. Nos ponemos tensos, puede aparecer sudoración y sequedad en la boca, ya que los recursos de la digestión son dirigidos a garantizar la supervivencia.

Por eso, seguramente, un camino de salida saludable es conectar enseguida con el cuerpo, con las sensaciones físicas agradables de nuestro aquí y ahora, parar y salir del plano mental que aturde y confunde. Detenerse para oler el perfume de una flor, tocar el pasto mojado con los pies descalzos, escuchar el canto de un pájaro en esta primavera que asoma sus narices o una música relajante o saborear, por qué no, un rico café caliente con medialunas. Cada sensación puede traernos al presente, a la conciencia del regalo que implica estar vivos. Bajar el volumen de los miedos y sintonizar con el dial de la confianza, la abundancia y la alegría.

Cuando el miedo se activa se liberan las hormonas del estrés

“El mayor miedo que tenemos es a vivir”

Tomás Olivieri Acosta es coach gestáltico y en su experiencia acompañando a enfermos terminales, asegura que, las personas no tienen miedo a la muerte, sino a la sensación de morir sin haber vivido. “Hay un terror a vivir de verdad, a romper con el statu quo, a soltar el qué dirán, dejar de ser quien ‘deberíamos ser’ para ser quien realmente somos”, dice tajante.

Le llama la atención la epidemia de soledad presente en el mundo, pero aclara que, la primera soledad es la que experimenta uno consigo mismo al vivir desconectado de sí. “Terminamos dependiendo del afuera para ser alguien. Nos armamos un personaje y llenamos nuestra agenda laboral o social sólo para distraernos”. Confiesa que ha acompañado a muchas personas exitosas profesionalmente, a dar el paso final que puertas adentro del hogar mueran solas. “Toda una paradoja”, afirma.

Atribuye esto, en parte a que, al paradigma cultural imperante que nos empuja primero a hacer, para tener y por último ser. Y en el camino perdemos vitalidad y alegría. En los talleres empresariales sobre liderazgo consciente que ofrece, intenta trasmitir que, un verdadero líder es aquel que primero se lidera a sí mismo trabajando en su auto transformación y animándose a conectar con su vulnerabilidad, sus miedos y su sombra. “Cuesta. Solemos escaparnos de nosotros mismos”, señala.

¿Su receta para vivir sin miedos? Confiar en la vida que es maestra y que nos invita a transitar lo que toca (incluso el dolor) con aceptación para evolucionar y expandirnos. “Es cuestión de saltar; la red está”, remata.

Hábitos que colaboran

  • Identificarlo y nombrarlo sabiendo que no siempre es una realidad.
  • No huir, abrazarlo e integrarlo.
  • Observar qué lo desencadena y cómo se manifiesta en tu cuerpo.
  • Indagar sobre lo que viene a contarme de mí para evolucionar.
  • Preguntarse: ¿Es real o imaginario? ¿Está avisándome de algo que debo prestar atención o está magnificado por una amenaza?
  • Adueñarse de la atención y enfocarse en otros estímulos.
  • Cultivar prácticas de relajación como la meditación o la respiración profunda que activan el nervio vago y producen calma.
  • Practicar la confianza y el coraje para avanzar.
  • Afrontar la inquietud gradualmente.
  • Desafiar los pensamientos limitantes y creencias negativas.
  • No anticiparse al desastre: está sólo en tu cabeza.
  • Hablar y compartirlo con una red de apoyo para mirarlo con perspectiva.
  • Buscar ayuda en un profesional.
  • Aceptar el error como parte del proceso; no verlo como un fracaso.

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