Muchos utilizaron el término Megxit. De hecho, era su nombre al comienzo y así copaba, hace cinco años, titulares de todo el mundo. Hasta que comenzaron las voces críticas por una razón muy sencilla: la decisión, dentro del matrimonio, había sido conjunta y Megxit solo aludía a ella, a Meghan Markle, en lugar de a la exactriz y a su marido, el príncipe Harry. De ahí que, después de que se señalase el machismo intrínseco de pensar que la mala de la película era ella y que con sus poderes sobre él había conseguido que renegase de su familia, que no es otra que la familia real británica, se comenzó a utilizar la palabra que los aunaba a ambos, Sussexit.
Aun así, es paradigmático de cómo trató la prensa inglesa a Meghan. Continuamente comparada con la otra gran princesa de La Firma, Kate Middleton, creándoles una rivalidad que por aquel entonces no existía, Markle siempre era la nota discordante y el hilo del que tirar para atacar al príncipe Harry. Sus intentos por integrarse parecían forzados, como aseguraban algunos de sus grandes azotes —como el periodista conservador Piers Morgan—, incluso llegando a dejar caer un problema racial, dado el origen afroaamericano de la exactriz, lo que exasperaba a su marido.
Pero además el cabreo del hijo pequeño de Carlos III de Inglaterra y Lady Di con su familia paterna venía de lejos. En sus antiguas relaciones había llegado a comprobar cómo existía una enorme permisividad para con los medios sensacionalistas, capaces de realizar escuchas ilegales o de hacer un seguimiento exhaustivo sin que desde Buckingham Palace intentasen frenarlo ni un mínimo. Es probable, incluso, que incluso sin Meghan Markle, el príncipe Harry hubiese tomado la misma decisión, ya que el acoso mediático le recordaba al que padeció su madre incluso hasta instantes antes de su muerte.
Finalmente, todo se precipitó porque, como especificarían más adelante, se sentían desamparados. Y con mucho temor. No fue, por tanto, una única circunstancia, que al cabo podrían haber acabado lidiando con ella, sino que fue una acumulación de las mismas. Si de por sí querían llevar una vida más tranquila, el hecho de ver toda la exposición pública a la que se somete a su primer hijo, Archie Mountbatten-Windsor, nacido en la primavera de 2019, les hace recapacitar. Y se produce la Cumbre de Sandringham, la cual tuvo lugar el 13 de enero de 2020.
Aunque no se sabe con exactitud qué pasó en dicha reunión, según los expertos en ella, la entonces reina Isabel II, el entonces príncipe Carlos, y los herederos, el príncipe Guillermo y el príncipe Harry, se sentaron para intentar resolver sus cuitas. Según se ha dicho, se pusieron todas las cartas sobre la mesa: primero, la monarca, que por aquel entonces tenía otros asuntos más graves entre manos —el propio Brexit o la relación del príncipe Andrés con el magnate pedófilo Jeffrey Epstein—, y que entendió el razonamiento de su nieto, pidiéndole que, de hacerlo, la transición fuese más suave y no tan radical como pretendía.
Carlos, por su parte, le recordó a Harry que su intención era, en su próximo reinado, tener una monarquía reducida, un equipo de trabajo más pequeño, algo que concordaba con la idea de Guillermo, que obviamente sería la mano derecha de su padre. Harry, por su parte, dio sus motivaciones, resaltando cómo iban a ir adelante con las demandas contra los medios de comunicación, el tema de los comentarios racistas contra Meghan y que, por respeto a su abuela, harían un Sussexit blando.
«Mi familia y yo apoyamos al cien por cien el deseo de Harry y Meghan de crear una nueva vida como una familia joven. Si bien habríamos preferido que siguieran formando parte de la familia real y de sus miembros que trabajan a tiempo completo, respetamos y entendemos su deseo de vivir de manera más independiente. Harry y Meghan han dejado claro que no quieren depender de fondos públicos en sus nuevas vidas», rezó el comunicado con el que Isabel II puso punto y final a la relación de los duques de Sussex con la corona británica.
Tras su salida y su vida rehecha, primero en Canadá y luego en Estados Unidos —y la pandemia del Covid entre medias—, llegarían el resto de escándalos: la entrevista con Oprah, el documental para Netflix, la autobiografía de Harry… Puntos de giro en esta historia que, sin embargo, también tuvo momentos de acercamiento: uno por la mejor de las noticias, con el nacimiento de su segunda hija el 4 de junio de 2021, Lilibet Diana Mountbatten-Windsor; y otro por la peor de ellas, con el fallecimiento, a principios de septiembre de 2022, de Isabel II.
Hoy por hoy, cinco años después, Harry y Meghan viven pertrechados en su mansión de Montecito, alejados completamente de la familia real británica, con quienes no guardan una buena relación, y con multitud de proyectos ajenos a la monarquía, habiéndose asentado y constituido como un matrimonio centrado en otros problemas del mundo de hoy en día, especialmente el que se refiere al uso de la tecnología.