Primero se hicieron las fotos. Christian Petersen (55) y su novia, Sofía Zelaschi (29), posaron radiantes para ¡HOLA! Argentina en su casa-loft de San Isidro. Aún quedaba pendiente la entrevista, pero el chef no se pudo aguantar hasta la cita convenida y nos contó la noticia en exclusiva por mensaje de WhatsApp: “Estoy superorgulloso de mi mujer, que me encanta, y siento que me saqué la lotería. El arte, San Isidro y el campo nos unen, nos mueven, nos construyen. Y eso es tan maravilloso que con ella decidimos casarnos el próximo 18 de abril”. La historia de amor entre Christian y Sofía comenzó en 2018 en El gran premio de la cocina –el programa de televisión que lo tuvo a él como jurado y a ella como participante–. “Apenas entró al concurso, enseguida se destacó por su frescura. No ganó, pero salió finalista”, nos cuenta Petersen, que, a pesar de los 26 años de diferencia que los separan, no dudó en dar el primer paso para invitarla a salir tras finalizar el certamen.
Padre de Hans (25), Lars (19) y Francis (17) –de su matrimonio con Mercedes Cristiani–, apuesta a la familia ensamblada junto a su gran amor y el hijo de ella, Lorenzo (8).
–¿Fue un flechazo o surgió el amor con el transcurso del tiempo?
–En realidad, empezamos siendo muy amigos. Todo surgió en medio de un cóctel en la Embajada de los Estados Unidos. Yo había ido como invitado y ya hacía rato que había terminado el programa. La directora de Agricultura se acercó y me dijo: “Mi hija es muy amiga de Sofía y me dice que lo único que le dolió de terminar el concurso es que ya no te ve más”. Enseguida le escribí por Instagram: “Vos también me encantás y me gustaría que trabajes conmigo”. Yo estaba de novio y ella a punto de casarse, pero se vino a trabajar conmigo. Con el tiempo, nos animamos a algo más. Para ella era una relación moderna, pero para mí, todo era desafiante. Yo, que siempre viví bajo un romanticismo más tradicional, del modelo “para toda la vida”, me encontré con algo diferente y más relajado. Nos veíamos cada tanto y eso nos vino bien a los dos. Recién a los dos años empezamos a darle un poco más formalidad. Nos replanteamos qué era lo que queríamos. “A mí me gusta estar en familia y en una casa llena de amor”, me dijo ella. Yo, que quería lo mismo, decidí apostar a nuestra relación.
–Nos contó Sofía que la convivencia también es relajada, porque ella pasa tiempo en tu campo de San Pedro…
–¡Sí! Va y viene. Ella ama vivir en el campo y laburar desde ahí. A mí me encanta, porque ella hace lo que le gusta y yo tengo también mis propios proyectos. Creo que lo nuestro siempre estuvo fuera de lo tradicional. Cuando empezamos a salir, no había pasado una semana y nos agarró la pandemia. Vivimos juntos quince días y después se volvió a su casa. Todavía yo era un desconocido para ella y, por otro lado, estábamos más preocupados por el qué dirán.
–¿Te sigue preocupando la mirada ajena?
No. No le tengo miedo a la diferencia de edad ni a lo que piensen los demás. La gente siempre nos quiso separar, y nosotros, en esa instancia, buscamos cuidarnos, hablar sobre lo que nos pasaba, no hacerles caso a los demás. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que teníamos más cosas en común que los 26 años que nos separan. Sé que nuestra relación es un desafío, pero no me importa.
–¿Qué es lo que te encanta de ella?
–Que cuando tiene que aprender, me escucha. Cuando mis hijos la necesitan, está. Cuando ella quiere estar sola, está sola. Cuando vuelvo y no está, me deja una tortilla hecha, y a mis hijos les pregunta qué quieren comer. Son esos pequeños gestos que la hacen diferente. A veces uno de los dos viaja 200 kilómetros para ver al otro y ese esfuerzo en querer encontrarse habla de un ánimo de tener ganas de estar con la otra persona.
–¿Cómo surgió la idea del casamiento?
–Creo que los dos sabíamos que íbamos a terminar juntos y desde hace quince meses que estamos hablando del casamiento, pero recién ahora pusimos fecha: lo vamos a hacer el próximo 18 de abril. Eso sí, antes de tomar la decisión le dije que necesitaba que mis tres hijos estuviesen ciento por ciento de acuerdo. Yo no podría hacer nada sin la aprobación de ellos. Hoy formamos una muy linda familia, moderna, elegida con mucho diálogo, con mucha paciencia y respeto. –Entonces tus hijos están felices. –Muy felices. Se dieron cuenta de que con Sofía volví a confiar y a creer en el amor, y de que gracias a ella recuperé las ganas de vivir. Les pedí a mis hijos que si el día de mañana me pasa algo, sean padrinos de Lolo y lo ayuden en lo que necesite. Lo mismo con Sofía. Yo le dije: “Nos casamos y vos me dejás ayudarte con tu hijo y vos me ayudás con los míos”.
–¿Te gustaría volver a ser papá?
–Me encantaría tener una hija. Con Sofía lo hablamos muchas veces, porque siempre quiso darle un hermano a Lolo. La verdad es que me muero de amor si algún día tengo una mini Sofi. Y si me ves viejo para ser papá, te digo que estoy cero cansado, estoy mejor que nunca… Si quisiera, podría tener cinco hijos con Sofi. Sé que una hija traería amor y un desafío nuevo, pero hoy no es nuestra prioridad.
–¿Cómo es el amor a los 55?
–Es increíble. Siento que tengo más energía que a mis 20.
LOS COMIENZOS
“Miedo nunca tuve, sí pasé por todo… Mi padre, Roberto Martín Petersen, se murió cuando tenía yo 8 años, y mamá, Susana Castro Videla, se quedó viuda con tres hijos, laburó toda su vida para salir adelante. Jamás la vi quejarse, jamás la vi llorar. Ese fue el ejemplo que me inculcó en la vida. Si bien somos una familia nacida y criada en San Isidro (mamá era una chetona divina, descendiente de Juan de Garay), todos aprendimos a trabajar desde chicos y nunca más paramos”, dice Christian al recordar su infancia junto a sus hermanos, Roberto y Lucas. “Alguna vez me dijeron que era un cheto con calle… No sé si tengo calle, pero sí te puedo asegurar que todo lo que tengo lo construí a fuerza de laburo”.
Les pedí a mis hijos que si el día de mañana me pasa algo, sean padrinos de Lolo –el hijo de Sofía– y lo ayuden en lo que necesite
–¿Cuándo te empezaste a vincular con la cocina?
–Desde siempre. Tenía 17 años y venía bien enojado con la vida, me agarraba a piñas con todo el mundo, era terrible. Me echaron del colegio, no lo terminé, algo de lo que no estoy orgulloso. Después empecé a ayudar a mi madre en el comedor del Colegio Marín, pero como seguía metiendo la pata, le pidió a mi tío, Martín Castro Videla, que me llevara a vivir con él al campo. Y me encantó. Me levantaba a las cuatro de la mañana a controlar camiones, cargaba pollos, recorría las chacras… Fui chofer, guardaespaldas, jefe de planta… Volví a San Isidro dos años después, y como ella era restoranteur, al tiempo me dio las llaves de uno de los lugares que manejaba. Y me gustó, me gustó mucho. Entonces con mi hermano Roberto decidimos dedicarnos a full y empezamos a estudiar en serio. Y como somos muy disciplinados –rasgo heredado de todo el deporte que practicamos en mi familia: rugby, remo, natación, buceo–, nos volvimos cocineros. Alicia Berger nos tomó como discípulos y cocinamos con ella cuatro años.
–Ese primer contacto con la cocina fue entonces una cuestión de supervivencia…
–Exacto, pura supervivencia. El placer vendría mucho tiempo después. Pero al principio surgió como una manera de salir adelante, como un salvavidas. Después de más de 40 años dedicado a la gastronomía, hoy puedo decir que estoy orgulloso de lo que construí junto a mis hijos, mi familia, mis amigos, Sofi… Tengo diez socios, catorce emprendimientos, estoy por hacer dos lugares nuevos y lanzar un libro.
A mí me gusta estar en familia y en una casa llena de amor”, me dijo ella un día. Y yo, que quería lo mismo, decidí apostar a nuestra relación. Y así empezamos
–¿Te afectó la pandemia?
–Por supuesto, como a todos. Quebraron todas las empresas que tenía. El catering cerró y el local de La Rural también lo tuvimos que cerrar. Vendí dos propiedades para bancar toda esa pandemia, fue terrible.
–Y hoy estás a full con tu granja La Villa…
–Nos encanta. Es una granja regenerativa, es decir que todo lo que hacemos también está focalizado en el bienestar animal; los espacios naturales que usamos debemos preservarlos, dejarlos mejor que cuando los encontramos. Siempre fantaseé con tener una granja sustentable donde poder vivir de lo que saliera de ahí, y en San Pedro lo encontré. Ahí producimos huevos, leche, carne… nada más lindo que volver a las tradiciones argentinas.
–¿Hay lista de objetivos pendientes?
–Siempre. Al igual que mi padre, soy un gran soñador. Y como los sueños son gratis, ¿por qué soñar chico si puedo hacerlo en grande? Toda la vida soñé con tener 500 compañeros de trabajo, y hoy tengo 700. Pensé en comprar un caballo, y hoy tengo seis; fantaseé con manejar 300 vacas, y hoy tengo 333. Siempre quise estar con una mujer que me acompañara y alentara en cada uno de mis proyectos y conocí a Sofi, quise que mis hijos trabajaran conmigo y hoy los tres eligen hacerlo. La lista sigue, pero te la cuento cuando haya concretado el resto de mis sueños.