Publicado: agosto 2, 2025, 6:11 am
No soy cautiva, pero mi voz se eleva en nombre de millones de mujeres que viven en mi tierra como si fueran prisioneras. Mujeres que han visto sus libertades básicas arrancadas: el derecho a estudiar, a decidir sobre sus cuerpos, a expresarse libremente, a caminar sin temor. Son silenciadas, perseguidas y sometidas a un régimen que no sólo limita el cuerpo, sino que encarcela el alma.
Yo respiro libertad. A diario siento el aire en mis pulmones, pero esa libertad está incompleta, fragmentada y amarga cuando pienso en las hermanas que dejaron atrás. Mujeres cuyo único delito es desear vivir con dignidad. Ellas son las verdaderas prisioneras, y sus gritos callados son la más profunda forma de resistencia.
Recientemente vi la película «El Cautivo», que relata la historia real de Miguel de Cervantes, autor de Don Quijote, y sus cinco años de cautiverio en Argel. Fue un hombre capturado por piratas, separado de su tierra, privado de su libertad física, pero nunca de su espíritu ni su imaginación. En la película, Cervantes, encadenado y en prisión, cuenta historias a sus compañeros prisioneros para sostener la esperanza. Me hizo pensar en mi propia experiencia: también he sentido la traición, el desánimo y la soledad. Personas en las que confiaba profundamente me defraudaron, como a Cervantes lo hizo uno de sus allegados. Pero, al igual que él, no he perdido la fe ni la esperanza.
La historia de Cervantes no es solo una anécdota histórica, sino un espejo en el que reconozco mis luchas y las de mi pueblo. Aunque no soy cautiva, siento el peso del cautiverio en las vidas de las mujeres a mi alrededor. Ellas viven en una prisión invisible, un sistema que controla, limita y oprime.
Las cicatrices de la traición me recuerdan que la lucha por la libertad no es sencilla ni lineal. Como Cervantes, que fue capturado y traicionado por quienes debía protegerlo, también yo he visto cómo la resistencia se enfrenta a enemigos internos, a veces más peligrosos que los externos.
Es una batalla constante contra la desesperanza, la desilusión y la fragmentación del tejido social.
Sin embargo, la historia de Cervantes es también una historia de resiliencia. A pesar de los años en prisión, nunca dejó de soñar, de imaginar un mundo diferente, de narrar historias que inspirarían a generaciones enteras. Esa misma fuerza encuentro en mí y en tantas mujeres que resisten en silencio, que se niegan a ser silenciadas. La esperanza no es un sentimiento pasivo, sino un acto de valentía.
Cada día que despertamos y seguimos luchando, estamos desafiando las cadenas invisibles que intentan aprisionarnos. Y esa lucha tiene un final, porque ninguna oscuridad es eterna. Mi país está hoy en un momento oscuro, marcado por la opresión y el miedo, pero sé que la noche siempre cede ante el amanecer.
He vivido la experiencia del exilio, la separación de la tierra natal, y siento un anhelo profundo por regresar a una patria libre, donde las mujeres puedan vivir sin miedo, donde sus voces sean escuchadas y respetadas. Imagino ese día en que las calles se llenen de risas, donde las escuelas sean espacios seguros y las mujeres puedan caminar libres. Ese día será el verdadero triunfo, el renacimiento de una sociedad que ha sufrido demasiado.
No soy cautiva, pero siento la carga del cautiverio en el corazón de mi pueblo. Y en esa carga he encontrado una responsabilidad que no puedo eludir: contar nuestra historia, denunciar la injusticia y mantener viva la llama de la esperanza.
Como Cervantes, que en prisión se convirtió en un faro para la libertad del pensamiento, yo también desde el exilio me comprometo a ser voz y testigo de la resistencia. Esta es una lucha que no termina con mi retorno, sino que continúa con cada mujer y hombre que cree en la libertad y la justicia.
El cautiverio puede ser físico o espiritual. Mi historia no es la de un cuerpo preso, sino la de un pueblo oprimido y silenciado. Pero, al igual que Miguel de Cervantes, sé que la imaginación, la esperanza y la resistencia son armas poderosas que ninguna prisión puede contener.
Por eso, hoy escribo, lucho y creo en un futuro donde la libertad no sea un sueño, sino una realidad para todos.