Publicado: abril 23, 2025, 9:54 am
Aunque no hay ninguna duda de que los más mediáticos de la familia son Nuria Roca y Juan del Val, quizá haya que hacerle más caso al periodista, colaborador televisivo y escritor de 54 años, quien en las presentaciones de sus libros no para de repetir que quien verdaderamente se merece la fama de su familia y que debería ser quien concediese las entrevistas es su madre, Ángeles Pérez Guerrero, nacida hace algo más de 80 años en el seno de una humilde familia de agricultores de Sorihuela del Guadalimar, una pequeña localidad de la comarca de las Villas, en Jaén.
La razón es bien sencilla: es toda una institución en salvar vidas. A veces incluso de forma literal, a pesar de que su vocación le llegó más tarde, en los años 80. Ángeles, que de adolescente se había desempeñado como costurera, se dijo que necesitaba hacer algo que le llenase, que ayudase de verdad a la gente. Así que el día que el párroco de Nuestra Señora de la Estrella, en Madrid, pidió voluntarios para ir a las cárceles a ayudar a los presos, no dudó en levantar la mano. Y fue pisar su primer centro, un reformatorio de jóvenes de Carabanchel, y encontrar lo que quería hacer a partir de ese momento.
Era una época en la que encontró a multitud de jóvenes sufriendo por su vida y su porvenir debido a no solo a la falta de recursos, sino especialmente a la droga, dado que eran años en los que, sobre todo la heroína, causó estragos entre las clases más pobres. Fue la incomprensión lo que conmovió a Ángeles, que tras visitar más centros penitenciarios no dudó en organizar su propio plan de acción, siendo lo primero que debía hacer encontrar un piso vacío que sirviera como primer refugio de aquellos que lo necesitasen.
Y lo halló, justo frente al Hospital Gregorio Marañón de Madrid, cuya ubicación precisamente acabó siendo indispensable para que se convenciese: si había algún problema, la sanidad pública de urgencia estaba a un paso. Poco a poco, con el paso de los años, llegaron los cinco pisos restantes —todos ellos pisos de acogida propiedad del IVIMA (el Instituto de la Vivienda de Madrid), además de un almacén y varios vehículos para el transporte de alimentos y otras mercancías—. Es decir, más de 40 camas disponibles para toda aquella persona que busque de veras reintegrarse en la sociedad.
Aun así, y de nuevo en aquella época, hacía falta algo más. No valía con la voluntad y ella no se ha considerado nunca «juez de nadie», por lo que, tras mucho meditarlo, decidió dedicar todos sus esfuerzos a la misión que se había encomendado. De esta forma nace, en el barrio de Entrevías, su fundación: monta APROMAR, siglas de Asociación Pro Recuperación de Marginados, de la que sigue siendo su presidenta y directora, así como su marido, Fernando del Val Torregrosa, en su secretario y tesorero.
«Yo llevo 39 años siendo voluntaria en la cárcel. He visto muchas cárceles, pero me preocupa más cuando la gente sale a la calle y no tiene nada… Todas las personas necesitan que se les dé otra oportunidad», le dijo a Sonsoles Ónega en su programa Quijotes del siglo XXI, explicando que, en la actualidad rehabilita alrededor de una veintena de presos al año, aunque son unos 150 a los que dedica su tiempo. «Me parto la cara por ellos. Salen de prisión y no tienen adónde ir, no tienen trabajo, no tienen familia ni amigos. No tienen nada y merecen tener otra posibilidad», explicó para la Cadena SER.
«Hay que trabajar dentro y fuera [de los centros]. Una vez que han salido, no puedes dejarles desamparados. Muchos no tienen nada y descarrilan, delinquen de nuevo», continuó sobre por qué su trabajo va más allá del sistema reeducativo y rehabilitador de las condenas, cuyo índice de efectividad es bastante bajo las leyes carcelarias y penitenciarias actuales. De hecho, muchos reos y jóvenes encerrados saben de su labor y van a pedirle ayuda, lo que es sinónimo de querer dar el paso hacia una vida mejor.
«De mis pisos sale la gente trabajando», se enorgullece, una sensación que también busca para sus trabajadores y colaboradores. «Sin la experiencia del sentir, del dolor, es imposible ayudar», agrega, de ahí que intente siempre enseñar que el primer paso es el arrepentimiento, y solo una vez se ha pasado ese camino, que puede haber sido por cualquier delito, incluido el asesinato, comienza su labor de reinserción. «Hay alguien fuera que te quiere», les suele decir, intentando que comprendan que la oportunidad está delante de ellos y ellas y que tienen que esforzarse para conseguirla.
Eso no significa que no haya sido capaz de darle todo su amor a los suyos.»Para todo en esta vida se saca tiempo, nunca les ha faltado a mis hijos mi apoyo, por mucha gente que haya tenido. Solo hay que organizarse», reveló ella misma en una conversación con Espejo Público, donde también afirmó que su hijo Juan del Val «es diferente» a ella, ya que, aunque «se parece en algunas cosas», puntualiza sobre sí misma que «normal tampoco» es. Ahora tiene siete nietos (e incluso algún bisnieto), y por ello es conocida, a raíz de un titular que le dedicó en un reportaje de tres páginas el diario El Mundo, con el sobrenombre de «La abuela del millar de presos».